DEJAR DE FUMAR
Es 2006 y alguien le ha dicho en el avión al chico que en España ya no se puede fumar, que es mejor dejarlo porque no se puede fumar en ningún lado. Tanto ha cambiado, piensa con horror por no poder fumar, pero con el alivio de un cambio, el que sea. Un chico, no tan chico, chico porque no tiene nada, de un pueblo de costa, hijo de un rico armador hecho a sí mismo, vuelve después de una estancia de dos años en Perú. ¿Cuáles son sus sentimientos? Sobre todo miedo y eso es lo que no puede entender, coge el humo del cigarro aspirando más aire que humo y expira para coger más inmediatamente, ha hecho su carrera como su padre quiso y ha trabajado en una ONG como él quería. Ahora se suponía libre, después de la fiesta de despedida donde, aunque no había podido participar de la alegría de los demás, había sentido el frescor de la noche y aquella sensación en el aire de algo violento escondido y abierto a la vez, como una fuerza eterna de una maldad que no es maldad sino necesidad, imposible describirlo, pero había sentido su yo, él mismo despedido con una fiesta, con los ojos de María dejando ver que le quería aunque no pudiese llegar a nada con él, aspira más aire que humo, espira y siente de verdad el respeto de María como si supiese una verdad que él desconoce. Las fotografías para siempre, el intento de grabar esa noche para siempre, el álbum de los niños con el te queremos en la portada. Era. Era, un cigarrito antes de retirarnos vamos a ver las estrellas por última vez. Y delante de la puerta de hierro siente miedo y no puede entenderlo. Hay una cámara que se gira y lo embiste. Y la voz de pasa hijo, nada más, después de dos años, igual, no han pensado, el tono es el mismo, enciende el cigarro para evitar mirar al frente, no tienes que irte a Perú, tu responsabilidad está aquí sabiendo que Papá está enfermo y no puede con todo. Los setos están recién cortados en su honor, para que todos estén iguales, una entrada Versalles, qué horror, toda la fuerza incontrolable de la familia metida en esos setos mostrando el corte a tijera, recién cortados, un tajo salvaje. Y pasar la grava que hace pesado el camino hasta la entrada, que da tiempo a pensar me voy, no tengo por qué estar aquí, no tengo por qué pasar por esto. Y ella, más encorvada, cómo se encorva, cómo se consume esperando delante de la puerta con la cabeza no torcida, retorcida, reprimiéndose, lo sabe, reprimiendo sus ganas de decirle qué mal lo haces hijo, no te das cuenta, pero tiene que conseguir que se quede y retuerce también el cordón de las gafas. Ridículo que esto pase en 2006, cuál es el problema, unos barcos que llegan al muelle y descargan para la venta del día y otros que se van por mucho tiempo y descargan a un congelador, y este chico arrastrando las piernas un poco torcidas, la sensación es de demasiado rígidas, como si no pudiera hacer juego con la rodilla con el cigarro quemándole ya los dedos porque no lo puede tirar en la grava blanca, impoluta. Es lo que tu padre ha hecho, eso tiene que ser sagrado para ti, esto sucede en 2006 como si nada hubiera pasado en siglos. Y este chico que mira a su madre que no le da miedo, pero despierta su miedo, se coloca el flequillo para disimular y la madre piensa, no ha cambiado y se queda quieta, sin moverse, aceptando el beso de él como si fuera el destino que le asegura que las cosas son como son y no como ella quisiera que fueran. Pasa hijo, estarás cansado. Tener una madre resignada y encorvada es duro y este chico, cero su estancia en Perú, como si no hubiera ido, como si todo lo vivido lo hubiera vivido otro, vuelve a ser Jaime. No le va a preguntar qué tal en Perú, cómo te ha ido. Tu padre te está esperando, ya sabes, sé un poco condescendiente con él, lo está pasando mal. Y exactamente igual que en el siglo XIX, antes de entrar en el despacho del padre, respira, no, aspira más aire que humo, pero humo también y espira hasta el último aliento para poder dar la vuelta al pomo en estado inconsciente. Hombre, aquí lo tenemos, el hijo pródigo. Que haya tenido que donar una pierna para que vinieras, y deja la mitad de la manta de cuadros destapada para mostrar la pierna del pantalón cayendo como una tela planchada sobre la silla. No te preocupes, me están haciendo una último modelo, podré levantarme de aquí en seguida. El chico siente de golpe por qué se ha ido, por eso y por la noche del bar con los ojos brillantes de los otros chicos que le miran y la puerta del cuarto de baño arrimada y el olor a mierda que cae y cae descompuesta con humo saliendo por la parte alta sin cerrar de la puerta. ¿Te gustan las drogas? El mismo de la mierda antes de librarse de sí mismo de aquella manera, sentado en un vater mojado. A ver, ¿no me vas a decir nada?, ¿no te ha cambiado nada tu experiencia monjil? Le da pena, su padre le da pena por primera vez, un padre sin pierna da pena y verdaderamente siente que su experiencia ha sido monjil de verdad, pero fumaba mirando a otro lado cuando cantaban por las noches tocando la guitarra. ¿Todavía fumas? Ya sabes como puedes terminar, pero enciéndete uno y dame una calada. ¿Y qué? ¿Vienes dispuesto a quedarte? Aquí también hay chicas guapas. Empieza a toser sin parar, con la papada moviéndose arriba y abajo y toma aire mirando un aparato de oxígeno sobre un estante y para, y con los ojos rojos y mojados continua como si nada, supongo que en las oeneges esas dejarán estar con chicas, pero a lo mejor son más radicales que los curas. El chico que había observado la tos sin moverse pero viendo a su padre como si fuera otro, al oír lo de las chicas vuelve atrás, dos años no son capaces de borrar una obsesión, una obsesión no se borra con nada, así que asúmelo, asume las obsesiones de todo el mundo, vive con ellas. El psicólogo sentado delante el día antes de irse, bien, es tu decisión, huir, pero que sepas que lo único que estás haciendo es dilatar el problema en el tiempo, no puedes borrar los problemas como si estuvieran escritos a lápiz, están escritos a bolígrafo. Sí, pero lo primero es salir corriendo. Y eso parecía que había sido ayer y no dos años antes y allí estaba el problema. ¿Piensas trabajar o me vienes a pedir algún viajecito más? Qué generación, coño, qué generación. El único resquicio de debilidad en el padre era una mirada que de vez en cuando se perdía por la ventana mirando al mar, quizás el mar fuera el único elemento capaz de humanizarlo, toda la vida delante del mismo mar. Tu hermana, el gesto instintivo de llevarse el cigarro a la boca, el no tener cigarro en la mano y el ver la manta tapando el hueco de la pierna, tu hermana me manda mails, ¿qué tal papi?, qué cabrona, Habla y habla recobrando la misma fuerza, con la risa sonora, como si no hubiera pasado nada, con la misma espalda musculosa de haber nadado todos los días, con lluvia, con frío, con sol, con las mismas manos enormes que se extienden hasta el infinito gesticulando, con la misma cabeza, una cabeza grande y compacta, con una pequeña papada gestual, de fruncir la boca. Y sólo hay que bajar un poco la mirada para ver la manta de cuadros, la madre ha puesto una manta escocesa para taparlo todo, un vacío tapado por una manta, una manta que cubre la dureza del asiento. Me están haciendo una pierna a medida, he encargado la mejor, tiene bastante movilidad así que podré dejar esta silla pronto. Ya lo había dicho, el chico vuelve a sentir pena al notar que el padre se repite. Sigo fumando, ¿sabes? Enciende otro ahora que no está tu madre. No es el de siempre, ha cambiado, el chico nota que sus discursos duran menos, algo los rompe, está cansado, sabe el chico, todo cae por cansancio, sólo cuando el tiempo decide que caiga. Ya dejarás de fumar, cuando veas aquí mi vida día a día, las manzanas caen cuando tienen que caer, como si le hubiera leído el pensamiento, a lo mejor había un hilo de unión entre los dos. Yo ya no os pido nada, si queréis cheques firmados en blanco, saco de chequera y firmo, vete al muelle y mira que está pasando, hoy llegaba cargamento. Al chico le suenan esas palabras como una bofetada de verdad, cargamento, muelle, es débil, verdaderamente es débil. Enciende otro cigarrillo y sale de la habitación sintiendo sus pasos por la madera de la casa, no has dejado de fumar después de lo que le ha pasado a tu padre, sois una cosa que no tiene explicación. La madre se aleja con su curvatura y la cabeza medio torcida, como un árbol del amor, con las ramas retorcidas como si las hubieran escurrido hasta la saciedad. Y el chico sale y se oye a sí mismo en el camino de grava, el sol le deslumbra en el blanco del suelo, cómo se abre esta puerta, cómo se abre esta puta puerta y saca un cigarrillo, lo enciende, guarda el mechero, tiene que haber un botón en algún lado, la puerta se abre, alguien le espiaba, sus padres espiándolo como si fuera un loco que pudiera hacer cualquier cosa y podía hacer cualquier cosa, podía no volver, pedir el dinero prestado y volver a Perú, ¿qué tal tu padre?, bien, bien, le van a poner una pierna nueva y la verdad es que sigue fuerte y sano como siempre, mi madre cuidándolo así que… qué pasaría, nada, todo eso es verdad, no lo necesitan, pero le espían y le abren la puerta antes de que haya buscado el puto botón. No me lo puedo creer, no me puedo creer que me esté ocurriendo esto. El chico empieza a andar sin tomar una decisión, sólo mirar, un perro salta a la verja y asoma la cabeza entre unos arbustos, la mujer que le ha dado un trozo de carne sube las escaleras aguantando el peso de las caderas, tranquilo, Mili, ¿no ves que es sólo un chico? La voz de la señora le tranquiliza hasta el punto de querer llevársela con él, le ha visto sólo como un chico, la puerta de aluminio se cierra y el perro baja de la verja. Esa señora es casi su vecina, cuántas veces habrá pasado por ahí y nunca se la ha encontrado, ella puede haberlo reconocido, ella sabe quién es y él no sabe nada de ella, nunca la ha mirado por eso es solo un chico. Continúa andando, el sol aprieta, el primer sol de primavera, los árboles tienen las hojas frescas, no hay nada que pueda igualar a la sed que entra, aspira más aire que humo, al ver las hojas frescas de los árboles que en su momento fueron podados. Vida, eso es, sin rama, meciéndose sólo la hoja a la brisa y colocándose al sol como recién llegada. El chico siente todo esto porque la debilidad, mínima debilidad del padre, se lo ha permitido. Y gente normal subiendo las escaleras de su casa, subiendo ollas de la cocina de abajo para no manchar la cocina nueva, y niños arrastrando bicicletas, perros ladrando subiendo las patas para ver quién es, la carretera, coches de un lado y otro, gente que vive y trabaja, tiene que ir por el hueco del arcén, inestable, sintiendo los coches que pasan pegados. Antes de irse, quiere bajar al muelle, por qué, sólo verlo antes de irse. Va nervioso, fumando a más velocidad, baja por el pueblo que ya es ciudad, sortea los coches, el ruido es espantoso, el famoso atasco, el cuello de botella, es más fácil salir por barco. Y de repente, las posesiones, su padre siempre enseñando las posesiones, doblando la cabeza de un lado a otro, señalando con los dos brazos, todavía más allá. Apaga el cigarrillo, hace frío, el viento, y camina por la explanada vacía, es la hora de comer, el sol lo blanquea todo, el blanco de las gaviotas brillando, se acerca a un barco, el final, el mar como si tuviera pico, como los pollos que no dejan de picotear en la granja, nervioso, es capaz de mover el barco inmenso sólo con esos millones de onditas mínimas, nervioso. Siente la angustia con total claridad, el agua oscura rompiendo en el casco y en la piedra vieja del muelle, rompiendo en la escalera como si estuviera esperando a que alguien bajase para devorarlo, esas miles de ondas mínimas. El óxido, el sonido de hierro, y el cigarrillo que no se enciende porque el viento no deja, ahí no se puede encender cigarrillos, una cadena dando golpes contra algo y mira sólo ese trozo de mar entre el barco y el muelle, negro. RD en el hierro, recién pintadas. Se retira ya, nada ha cambiado, no tiene una sensación distinta, la misma que le hizo cruzar el mar pero volando. Se retira buscando el cielo y por detrás aparece un grupo de marineros que bajan de otro barco, llevan los gorros de lana, se da cuenta de que le duelen los oídos, llevan jersey de lana, llevan botas de agua, son los de siempre, los de siempre y la angustia de encontrarse con ellos, cómo encontrarse con ellos. Se queda paralizado, vienen tranquilos, fumando, y uno se desmarca y se acerca. Es Iván, tiene buen aspecto, los ojos tan azules, transparentes, afeitado, dientes blancos. ¿Qué hay? Le coge con fuerza el hombro y le mira a los ojos. Qué delgado. Saca una cajetilla del bolsillo. ¿Uno de la ría? Lleva RD en la parte izquierda del jersey, en el corazón, ¿es que ahora tenéis uniforme? Ha contestado, habla porque no sabe cómo reaccionar. Ya no voy a la mar, chaval, soy de mantenimiento, tengo un crío de un año. Ya dijo tu padre que vas a llevar esto, ¿qué tal lo tuyo? Lo tuyo porque no sabe qué es. Si quieres pásate a tomar café en el Cheto, está Jose también, no lo reconoces, tío, ya no fuma. Ni fuma, ni nada, los dos se ríen y al chico le viene el olor de la mierda del baño. Y se deja llevar de vuelta al pueblo, camina al lado , los dos fumando, el ritmo rápido del cañas le saca de sí mismo, andar, están andando, nada más. A las tres en el Cheto. Creía que estaba seguro, en el avión, volviendo, la mochila con el par de libros, los cigarros, la cartera con pasaporte y poco más, no había necesitado nada más en años, eso era lo que le daba seguridad, creyó que era una seguridad envolvente como un escudo, con presencia, todos sabrían quién era sin tener que hablar, pero todo se cayó en cuanto tuvo la puerta automática delante y la cámara apuntó hacia él sin dudar, ellos no dudaban. Cómo es posible que tantas experiencias, y entonces cogió distancia para verlas, la niña que se despedía con una flor, gracias, los compañeros con esa alegría que no entendía, pero el poder leer en el silencio después de haber hecho lo que se debía hacer, casas como se pudiera, levantar paredes, hacer tejados de chapa, listo, más gente para entrar, por fin cansado, cansado por primera vez en su vida. Oyendo a su padre siempre, no, a ti el trabajo no te mata, no. El Iván volviendo a casa para ver a su crío de un año, tirando el cigarro al suelo sin apagarlo, seguro de fumar, Iván no soy yo. Y entra en la nave fría, en los congeladores y siente el ruido de las máquinas-carretilla que llevan cajas amontonadas y se paran en seco, le gusta el ruido de las máquinas que hacen lo que tienen que hacer sin dudar, no hay otra salida, sólo hacer lo que hay que hacer y no puede salir de allí porque el mar no deja de existir aunque se vaya lejos. Se pondría un mono, un mono de mantenimiento y mantendría todo aquel mundo que funcionaba cada día. Qué hay, chaval, aquí no se puede fumar, hay alimentos, esto ya no es lo que era, amigo, ahora se cumplen las leyes. Ven que te enseño lo nuevo. Y tira el cigarrillo imitando a Iván, sin apagarlo y se queda con lo nuevo como si verdaderamente hubiera una esperanza.
Yo he dejado de fumar hace seis meses y ya no siento nada.
Es más, ahora tengo que volver a empezar de cero, porque me he «reseteado» y he perdido/ganado la sensibilidad que ni tenía ni daba.
No se que es bueno, ni para mi ni para otros.
Gracias por el relatorio.
MUCHAS Gracias, por el nuevo relato.
Veo que sigues trabajando con ese narrador susurrante que planea por los territorios de los personajes y bucea por sus cabezas.
Me tiene enganchado, lo he leido varias veces y la construcción de la voz me parece impresionante, estoy seguro que te ha llevado mucho, mucho tiempo, pero desde luego ha merecido la pena.
La prueba de la potencia que tiene es que cuanto más lees más descubres, aunque este todo ahí mostrado desde el principio. Eso solo pasa con las grandes voces que muestran el mundo de lo otros a través de nosotros, los lectores.
¿Para cuando una novela? seguro que tienes más relatos. Yo desde luego quiero más.
En hora buena, Silvia.
Muchas gracias, me alegro de que te haya gustado el relato. Este en concreto me ha ayudado a encontrar un narrador para una novela que sí me ha llevado mucho tiempo. Bueno, me tomo tu comentario como la alegría de conectar con algo, gratamente exaltado.
Es un excelente texto. En eso estamos todos de acuerdo. Es un relato interior, como si hubieses escrito en un papel todo lo que nuestra cabeza dispone a lo largo de un minuto, o mas.
Y el padre con todas las posesiones que solo sirven para comprarse una pierna a medida, de las más buenas, de las que mejor se mueven, de las que tienen más movilidad, del último modelo, de las mas.
He tenido dos sentimientos a lo largo de su lectura, el primero, es como de una tristeza permanente, que continúa hasta el final «como si verdaderamente hubiera una esperanza»; el segundo, ha sido personal, un escalafrío espeluznante porque cuando hace un par de meses le propuse a un principe de la iglesia mi colaboración en una ong, como el psicólogo de esta obra me dijo «que lo mismo ¡ay! era una huida». Me consuelo pensando que la historia se repite.
Leyendo tu relato he vuelto al pasado, cuando decidí irme a Madrid a estudiar lo que luego terminó en otra cosa. De golpe, el sentimiento de huída se me vino encima, me identifiqué con eso y con Jaime y con la manera de regresar a un pasado que nunca se fue exactamente, igual su historia no es como la mía pero a la vez sí que lo es, las circunstancias cambian y no lo hacen, todo se vuelve triste, para mí melancólico. Me encantó el relato, pensé nunca leería nada tuyo pero ahora que he encontrado tu blog me siento emocionada, ya que, de todas aquella clases en TAI, la tuya, sin duda, fue la que más me hizo crecer y aprender.
Saludos