EJERCICIO CREACIÓN LITERARIA. LEYENDO PERSONAS
Ejercicio de creación literaria. LEYENDO PERSONAS
Seguimos con la creación de personajes. Algunas veces nos encontramos con gente a la que no veíamos desde hace mucho y por su aspecto, por sus gestos, o por su expresión, hacemos conjeturas sobre qué le puede haber pasado. Hay cosas obvias, como ver a alguien con una cicatriz y pensar que ha tenido un accidente de coche, ver a alguien sin pelo y pensar que está enfermo, ver a alguien con los párpados caídos o hablando como si le pesara la lengua y pensamos que está tomando tranquilizantes, o alguien que ha engordado mucho, que le ha dejado el novio y se ha puesto a comer chocolate como loca, o alguien rejuvenecido y alegre que se ha librado del marido que la tenía amargada durante toda la vida. En fin, en todos estos casos, estamos leyendo personas. Así funciona nuestro conocimiento de la gente. Antes de que nos cuenten, hacemos nuestras conjeturas, después acertaremos o no, pero si no hay un discurso concreto que nos saque de dudas, habremos hecho nuestras interpretaciones sobre las imágenes o sonidos, el tono de voz, que se nos han presentado.
El texto narrativo funciona de la misma manera. Nos ofrece lo mismo que el conocido o desconocido que nos llama la atención y que hemos interpretado de alguna manera.
El texto narrativo no nos da un diagnóstico del personaje, no nos dice lo que nos quiere contar.
El narrador, además, puede querer describirnos un personaje para contar algo de ese personaje, o para contar algo del que lo ve.
Hoy nos centramos en que sin más, quiere contar algo sobre todo a través del aspecto físico y los gestos de un personaje.
Por si alguien no quiere “dibujo libre”, ponemos en concreto la tarea de contar a alguien al que le han echado del trabajo, pero no lo ha contado en su casa y es pescado in fraganti por un conocido.
Quien quiere los ejercicios libres, porque es muy vago, es Juan Bosco, pero esta vez, no era necesario porque el texto del ejercicio se puede leer en dos minutos.
El «dibujo» de ejercicio que nos marcas no se dá mucho aquí, es mas de la sociedad estadounidense, y es bochornoso para los dos: el que encuentra y el encontrado. Yo tengo un amigo que así lo hacía, sin que se enterase su mujer y sus hijos, «mi trabajo -decía él- es buscar trabajo»; yo me lo encontré un día con su traje de marca, sus zapatos de 900 euros, su camisa a medida con exclusivos gemelos de oro y su corbata de Hermés, estabamos en un mercado de frutas y verduras, y su oficio de ingeniero era la de construcción de aeronaves.
No te pido permiso, solo te cuento que voy a intentar hacer un ejercicio de una mujer, una mujer que en pocos días a descubierto una nueva vida, una vida luminosa; porque cuando creía tenerlo todo, se dió cuenta que tenía todo lo que no hace falta para vivir.
Se llama Soledad, y el ejercicio se titulará «No me sigas, que estoy perdido».
NO ME SIGAS, QUE ESTOY PERDIDO
Leer a Soledad no es fácil, quiero decir que no es fácil para uno sólo, que esto tendría que ser un trabajo colectivo, un ejercicio de todos los que cada día miramos los ojos a Soledad y nos quedamos cautivados con su entusiasmo, con su alegre manera de hacer lo cotidiano, pero sobre todo, con la luminosidad de su mirada.
Pero no siempre ha sido así, porque hasta llegar al ecuador de su vida, Soledad lo había hecho dependiendo; primero dependía de la saga familiar y después de Josep, y cuando dependes también se nota en lo que haces y en como lo haces, y en que tu vida no es tuya. A Josep lo conoció en el instituto, la habían hecho todo juntos, hasta hace dos meses; hace dos meses Josep le dijo que tenían que hablar, y empezó así: «Yo soy muy honesto y quiero que sepas que estoy viviendo «algo» con otra persona… que, que, que María-José y yo nos hemos dado cuenta que, que, que…», «¿con María-José….? ¿con María-José…?» dijo ella antes de quedarse sin palabras. Ellos, los dos, habían sido el hombro, el paño de lagrimas y el sostén moral de su amiga María-José cuando fue abandonada por su marido.
Pero Soledad empezó a vivir, y a eso también hay que aprender, por las mañanas daba gracias por cada nuevo día de la nueva vida; una nueva vida que empezaba sin el lastre que la ahogaba.
Ha cambiado de forma de vestir, ahora se pone blancos virginales, vestidos de primaverales flores o trajes de rojo-pasión, encima de una tacones cada día mas vertiginosos; ha cambiado sus hábitos y puede prolongar las tertulias hasta que la madrugada da paso a un día nuevo. Ha cambiado la forma de hablar, al hacerlo ahora enseña una cordillera de blanquísimos dientes y una sonrisa nueva a cada instante. En eso ha cambiado: en su sonrisa y en su mirada; irradia felicidad y cuenta a cuantos la quieren escuchar que, además, esta encariñada, «o llámadlo como queráis» dice.
Soledad ahora se va todos los días de paseo con él, como una rutina, él la espera a la misma hora, pasean en silencio, a veces se paran y juegan o se quedan mirándose sin decir una sola palabra. No saben cuanto durará pero ella está segura que lo tendrá a su lado mientras quiera. En eso Fermín es diferente.
Todos los días es igual, a la misma hora inician su paseo; ella le lleva agarrado fuerte de la correa, ella le sigue, pero Fermín, su perro, está perdido.
Tengo un amigo que le gustan mucho las mujeres.
Bueno no se si es eso,
o es que le gusta mucho que le gusten las mujeres.
Para demostrárselo a si mismo se enamora permanentemente.
Este enamoramiento tiene truco,
requiere que se enamoren de él previamente.
La estrategia consiste en conquistarlas.
Introducirse en su vida como una novedad irresistible,
como opción de lo desconocido,
como lo intangible,
como lo que no tienen
y por supuesto nunca van a tener.
Se presenta como alternativa viva
a una vida anestesiada.
Y por supuesto, las despierta,
las atrae
y las convence,
y de que manera.
Ellas, que al principio simpre están deseosas
y resistosas
se acaban entregando,
pero no a él,
si no al convencimiento
de que pueden llegar a tener lo que ella, y solo ellas,
han imaginado.
El sueño imposible de lo inalcanzable
hecho realidad.
Vamos, que piensan que tienen alguien
que las quiere querer todo el rato.
Y además piensan que están a punto
de tenerlo todo el rato.
Por supuesto, mi amigo lo consigue.
Y en cuanto consigue que se convenzan
de que le quieren querer todo el rato,
las abandona.
Esa es su forma de querer
y también es su forma de no quererse.
Tengo un amigo.
Qué bien escrito parece el texto de Ibrahim, seis palabras lo dicen todo: las tres palabras de inicio, y las tres finales son las que tienen toda la fuerza de la narración: «Tengo un amigo» nos dice; y así como si el relato fuese una morcilla en el cual solo importa el principio y el final, en el medio mete todo lo que quiere, sin que aparentemente pase nada.
YO TENÍA UN AMIGO -los trasgos también tenemos amigos, no creáis lo contrario-, un amigo humano, al que yo veía permanentemente, pero él sólo me podía ver a mí por las noches, cuando mi grado de alcohol en sangre multiplicaba por diez el que a vosotros ya os impide conducir.
Le ví de nuevo ayer, y él también a mi. Era la única persona que habítaba la casa, demasiado grande para una sóla persona, pensé. Habían pasado dos años, seis meses y veintisiete días desde la última vez.
Cuando nos vimos de nuevo, al principio no le reconocí; yo estaba sentado sobre la pantalla de su ordenador encendido a altas horas de la madrugada, él, todo desorden tenía un cenicero lleno de colillas y un cigarro aún encendido mientras otro se consumía en su boca y tecleaba, mejor dicho, aporreaba con ardor guerrero (que diría Antonio Muñoz, ¿por qué habrá que añadir el Molina para que la gente sepa de quién hablo?) el ordenador. Al principio se asustó un poco, y removio las latas del jarabe que bebe, que estaban dispersas por la mesa, por si había alguien más. Junto al cenicero había un vaso de chupito de güisqui vacio y una botella, de la que sólo emergía la boca, oculta en una bolsa de papel, como si se quisiese engañar a si mismo.
Al principio no le conocí, creo que esto ya os lo había dicho, y no le conocí porque estaba muy cambiado, su aspecto físico no guardaba ninguna semejanza con el de antaño, su cuerpo estaba como consumido, como si hubiese perdido el alma, pero cuando le miré a los ojos, esos ojos diminutos y brillantes, supe que era él.
Se le había desarrollado una imponente, o por mejor decir, una inmensa barriga, lo cual contrastaba totalmente con lo consumido de su cuerpo, entonces supuse que le había dejado su mujer. El amigo que yo tenía, se había convertido en dos, una la persona normal que yo conocía, aunque sin alma; la segunda persona era su barriga, era como si tuviese vida propia, yo toqué la mía con temor pero la mía seguía como una pequeña tabla de lavar,… entonces fue cuando lo hice, mientras llenaba el vaso de qüisqui aproveché su descuido para teclear en su ordenador esta especie de testamento vital: «si algún día tengo su aspecto, quiera el destino que tenga aún alguien cerca que me quiera, para que acabe conmigo», después me deslicé entre el equipo de música y sus cedes y los cederrones del ordenador y desaparecí.
No creo que le vea de nuevo, ni él me volverá a ver a mi, ayer decidí dejar la bebida para siempre. YO TENÍA UN AMIGO.
A los idealistas les gusta mucho lo que no tienen. Es su sino y también su tragedia, pero ¿quién se resiste a rozar de vez en cuando las estrellas?
No fuma y solo bebe botellines. Lleva la camisa blanca por fuera que llega a la altura del muslo. Le dibuja un arco que nace debajo del pecho hasta meterse en el pantalón, dejando un hueco de espacio que convierte la camisa en un blusón. Los vaqueros aparecen por debajo hasta casi taparle los piés, haciendo que unas sandalias ibizencas asomen pidiendo aire.
El pelo blanco y largo forma una honda en la frente que le da un aspecto de peinado. El se lo aplasta constantemente con las manos empujándolo hacia atrás y sujetandose la cabeza, enseñando la frente limpia y con entradas. En cuanto lo suelta la honda vuelve a su estado natural rebotando.
La gafas de montura fina y de metal se le engarzan a la nariz convirtiéndose en una prolongación más de la cara.
El hijo del Bala es de piel blanca, muy blanca, pero siempre esta rojo. Es un rojo natural que se degrada cuando le llega al cuello, dándole un aspecto vacacional de recien llegado a la playa.
Silvestre,
aunque tengas una imaginación desbordante y sepas escribir como los ángeles (suponiendo que sepan escribir), te envidio sobretodo porque seas capaz de describir, como lo haces, a los que tienes cerca. Cuanto me gustaría poder ver vuestro abrazo por un agujerito, lo mismo hasta dejaba de ser corrosivo, para ser feliz.
El pelo blanco largo recuerda que ha vivido todos los tiempos, que tiene en su haber todas las historias. Los ojos son de un azul limpio e intenso porque son de verdad y nada, ni la vejez ni la muerte le degradarán jamás…
A mi me parece acojante el de Ibrahim:
«es que le gusta mucho que le gusten las mujeres. «
Yo conozco a ese mismo amigo, o a uno muy parecido por la descripción que hacéis; pero no es exactamente como lo explica Ibrahim y lo repite Juan Bosco: a él, lo que le gusta realmente es que le gusten las personas, y cada día que pasa le gustan muchas menos mujeres y casi ningún hombre; de ahí su desolación.
Pero quizás es que yo, que no soy humano, puedo entender que se puede querer a algo o a alguien independientemente de su sexo. Ibrahim no.
Todo empezo una mañana, eran las 10, mes de junio, temperatura fresca, ventanas abiertas y la luz entrando con fuerza.
Tenia musica puesta, sonaba Veloso….. en brasileño
Empezaron a llegar, ha sido un curso largo y dificil, todas las personas que van a ese taller, ese dia de la semana, arrastran las dificultades y se nota en sus movimientos, en sus gestos, en su necesidad de contar lo que les pasa, a gente que esta en su vida, solo ese dia a la semana, todas las semanas desde hace muchos cursos.
Pero esa mañana, era especial. De pronto alguien dijo, » no se que hacer….. por primera vez en años , tengo el verano vacio…… » sono triste, era como algo tremendo, no por la frase, si por la carga de cansancio vital que tenia.
Que queria decir «vacio» ?
Que pedia diciendo «vacio» ?
Hubo un silencio, seguia Veloso, que añadia morriña al momento.
Y alguien que no tenia «vacio» el verano, pero que sabe lo dificil que es llenar, no solo los veranos, sino la vida; propuso » quieres que hagamos algo ? yo puedo tener unos dias, quizas te apetezca …….no se …. una playa, descanso, leer, hablar…. El mar es tan poderoso en todo, tamaño, olor, sonido, a veces brama, a veces rie y siempre ayuda.
Y quien tenia el verano » vacio » sonrio, con los ojos llenos de luz y la voz temblorosa y dijo «¿seria posible ? »
«Si, claro» contesto, quien no tenia el verano » vacio »
Su aspecto cambio, un peso desaparecio de sus hombros, el miedo a la» Soledad, verano vacio», se desvanecio……… pero tarde o temprano tendra que enfrentarse a ella y aprender a vivir de otra manera y mirar hacia delante, sin mas.
Que bien contado «el vacio del verano».
La vida vaciada de veranos
Vacío, Cecilia, es vacío. Quien está vacío no pide nada, porque «de la pura nada, nada se hace» (que diría Tomás de Aquino), ni siquiera: una petición.
El vacío, tal como explicas, no se dice, se siente.
Quien tiene el verano vacío no tiene los ojos llenos de luz, y nada ni nadie se los puede iluminar, porque no es posible.
Tener el verano vacío, no puede ser sin tener la vida vacía, y quien no tiene la vida vacía sólo puede desesperarse, al verle al otro, desde el otro lado de la acera.
Y no puedes hacer nada, nada más que sufrir la impotencia, de no poder hacer nada.
Una suerte tenerte aquí de nuevo.
me gusta la descripciòn del mar «que siempre ayuda», absolutamente cierto en todos los apectos, fisico y espiritual.
creo que el vacio va por dentro y esta persona no se sentia vacia sino que como dice solo tenia vacia su agenda y queria conocer nuevas personas vivir nuevas historias y asi lo hizo acertò en la gran ruleta …
«El mar es tan poderoso en todo, tamaño, olor, sonido, a veces brama, a veces rie y siempre ayuda…», así nos decía Cecilia hace unos meses, y debe ser verdad, y así lo supo perfectamente Alfonsina Storni, que adentrándose en él realizó el definitivo viaje. Ayudar en el viaje no es tarea fácil, porque los viajes muchas veces hay que hacerlos en solitario y sin agenda, porque son viajes al interior para recuperar lo mejor de nosotros, que como todo… está dentro.
Si me pongo a pensar cuanto tiempo hace de la ultima vez que me senté a esperar un café, mientras la esperaba a ella, podrían pesarme los años de pronto y estaría sombrío. No quiero eso. Esta vez ha sido ella quien insistió en quedar con el pretexto de una duda médica que resolví en dos palabras de un mensaje, con todo acordamos reunirnos a tomar un café.
La encontré delgadisima y cansada, el desgaste de vivir cinco meses con el hombre del que se divorció. Se puso a contarme la experiencia y a asegurarme que aun lo amaba, lo que me dejo muy triste.
Recordé a esa muchacha que me miro una vez desde sus ojos verdes enmarcados por un grueso cristal al tiempo que ponía su pie sobre mi abdomen. Los ojos eran los mismos (seguramente el marco no) pero ahora podía ver en ellos amargura y miedo, síndrome de Estocolmo le llaman. Nunca deje de tener noticias suyas, aunque pocas veces era ella misma la fuente.
Un tipo regordete con ojos pequeños de rata que se dedicó a anularla, tan poco se valoraba el mismo. El rastro de todos esos años en los que me pase soñando volver a tomar un café con ella, le pesaba en la cara: las consabidas arrugas junto a los ojos, la sonrisa sin decisión.