EL AUTOR
En un texto narrativo hay tres figuras clave, el que decide escribir (autor), el que cuenta algo (narrador) y el que lo lee (lector).
Un autor es alguien que decide escribir algo. Esta decisión es muy importante y va a imprimir sello en el libro que escriba.
Hay autores que deciden escribir porque quieren ser escritores, en ese caso rellenan hojas siguiendo la moda para mantenerse en su estatus, incluso llegan a hacer ciertas filigranas en ese oficio de sentirse escritor.
Otros deciden escribir para ganar dinero y directamente hacen best sellers. Aprenden cómo se hace una estructura, cómo mantener la atención del espectador, en qué momento tienen que meter una sorpresa, un misterio, a resolver sólo al final una intriga, dar ciertos conocimientos sobre algún tema de moda, una guerra, un imperio, o un monarca y no perder de vista nunca el tipo de lector al que se dirige, que busca entretenimiento, que se siente satisfecho por aprender algo concreto a la vez que lee una novela, que no quiere pensar y que además, se bloquearía si tuviera que hacerlo, convencido de que no es una labor para él.
Y hay otros autores que no se encuentran, o no se han encontrado cómodos en la existencia, que tienen dudas, que no saben cómo protestar, que escuchan a otros, que les llama la atención lo que parece normal, que no son capaces en definitiva de entender la normalidad. Entonces deciden escribir para solucionar el problema existencial planteado, o no para solucionar nada, sino simplemente como una forma de sobrevivir porque el acto creativo les da cierto sentido.
Por supuesto que podríamos ahondar mucho más en esto y ver muchos más matices, pero lo que interesa aquí es tener claro estos tres tipos de autor.
El primero responde a un tipo de literatura que tiene los ingredientes: imágenes, descripciones, personajes a los que les pasa algo, frases con significado, una estructura que responde a una moda. Son libros correctos pero donde las imágenes no tienen fuerza, los personajes pueden ser cualquiera, no llegan a tener identidad propia, la estructura se nota demasiado, las descripciones tienen ese toque de bonito que da la artificialidad. Y este resultado responde a esa intención de escribir por querer ser escritor, es decir, a no tener nada que contar.
El autor que escribe por una necesidad, la que sea, es el que no piensa en si es un escritor, está obsesionado en algo que quiere contar que no sabe muy bien qué es. Suele ser alguien que utiliza las palabras como instrumento porque no tiene otro, porque la realidad la piensa, no la oye, no se recrea en ella, la pone en duda, no le satisface del todo, necesita llegar al fondo aunque no exista. Eso, con todos los matices que se quieran, es lo que da lugar a una frase que puede ser una llave para encontrar una historia que acabe mostrando una parte de la realidad que no había visto antes, en cualquier caso, son las palabras las que tiran de él, él sólo tiene que escuchar y ordenar, es una creación de algo ya creado de alguna manera, pero nunca una construcción literaria siguiendo un modelo. El autor –escritor, no el autor que quiere ser escritor, con esa forma de estar en el mundo crea a su vez mundos, donde relaciona hechos, paisajes, personas, momentos, visiones, todas las vivencias que ha tenido para contar otro mundo. Y ahí es libre, de todas sus experiencias, saca material que va a utilizar de la manera más insospechada. Ese material es la memoria y la imaginación es la que tiene la capacidad de organizarlo para contar algo, incluso de coger la memoria y reconstruirla y seguir el hilo a un mínimo elemento de esa memoria y fantasear. Este escritor escribirá cosas más o menos interesantes, que pueden gustar más o menos, pero escribirá literatura, es decir un texto donde, al terminarlo, su mano habrá desaparecido y que un lector leerá sin notar ningún rastro de él.
El autor suelta el libro y ya nada le ata a él, de manera que podría ser anónimo sin alterar para nada su contenido.
Estoy pensando en La Celestina de Francisco de Rojas y El Lazarillo de Tormes anónimo, ¿qué diferencia hay entre los dos con respecto a este detalle? Ninguna.
Pienso en Thomas Pynchon, que pone su nombre pero no quiere darse a conocer, ninguna diferencia al leer el libro con el de cualquier autor conocido.
En resumen, el autor es el que vive una vida que le lleva a buscar un sentido y escribe una historia, o una pulsión existencial, en el caso de la poesía, con palabras. Dependiendo de su personalidad y su vida, escribirá de una manera o de otra, pero la decisión de por qué escribir le coloca ante un tipo de texto u otro. Y esto es muy importante que el lector lo tenga en cuenta.
Aquí dejo algunas opiniones de autores que considero del tercer grupo, sobre el tema:
Hemingway
– ¿Podría escribir algo que no tenga ningún tinte biográfico?.
– Un buen escritor no narra hechos reales; los inventa, hace ficción. Más allá de partir o no de conocimientos personales.
Faulkner
-¿Qué técnica utiliza para cumplir su norma?
-Si el escritor está interesado en la técnica, más le vale dedicarse a la cirugía o a colocar ladrillos. Para escribir una obra no hay ningún recurso mecánico, ningún atajo. El escritor joven que siga una teoría es un tonto. Uno tiene que enseñarse por medio de sus propios errores; la gente sólo aprende a través del error. El buen artista cree que nadie sabe lo bastante para darle consejos, tiene una vanidad suprema. No importa cuánto admire al escritor viejo, quiere superarlo.
-Entonces, ¿usted niega la validez de la técnica?
-De ninguna manera. Algunas veces la técnica arremete y se apodera del sueño antes de que el propio escritor pueda aprehenderlo. Eso es tour de force y la obra terminada es simplemente cuestión de juntar bien los ladrillos, puesto que el escritor probablemente conoce cada una de las palabras que va a usar hasta el fin de la obra antes de escribir la primera. Eso sucedió con Mientras agonizo. No fue fácil. Ningún trabajo honrado lo es. Fue sencillo en cuanto que todo el material estaba ya a la mano. La composición de la obra me llevó sólo unas seis semanas en el tiempo libre que me dejaba un empleo de doce horas al día haciendo trabajo manual. Sencillamente me imaginé un grupo de personas y las sometí a las catástrofes naturales universales, que son la inundación y el fuego, con una motivación natural simple que le diera dirección a su desarrollo. Pero cuando la técnica no interviene, escribir es también más fácil en otro sentido. Porque en mi caso siempre hay un punto en el libro en el que los propios personajes se levantan y toman el mando y completan el trabajo. Eso sucede, digamos, alrededor de la página 275. Claro está que yo no sé lo que sucedería si terminara el libro en la página 274. La cualidad que un artista debe poseer es la objetividad al juzgar su obra, más la honradez y el valor de no engañarse al respecto. Puesto que ninguna de mis obras ha satisfecho mis propias normas, debo juzgarlas sobre la base de aquélla que me causó la mayor aflicción y angustia del mismo modo que la madre ama al hijo que se convirtió en ladrón o asesino más que al que se convirtió en sacerdote.
Nabokov
-Los escritores políticos tampoco son sus autores de cabecera.
-Muchas veces me preguntan quién me gusta y quién no, entre los novelistas, comprometidos o no, de mi siglo maravilloso. Primero, no aprecio al escritor que no ve las maravillas de este siglo, las pequeñas cosas, la ropa masculina informal, el cuarto de baño que substituye al lavabo inmundo. Las grandes cosas como la sublime libertad de pensamiento en nuestro doble occidente. ¡Y la luna! Recuerdo con qué escalofrío delicioso, envidia y angustia, miraba yo en la televisión los primeros pasos flotantes del hombre sobre el talco de nuestro satélite y cómo despreciaba a quienes decían que no valí la pena gastar tantos dólares para pisar el polvo de un mundo muerto. Detesto pues a los divulgadores comprometidos, a los escritores sin misterio, a los infelices que se alimentan con los elixires del charlatán vienés. Aquellos que aprecio saben que sólo el verbo es el valor real de la obra maestra. Principio tan viejo como verdadero, y eso no ocurre a menudo. No es preciso dar nombres, nos reconocemos por un lenguaje de signos, a través de los signos del lenguaje, o bien, al contrario, todo nos irrita en el estilo de un contemporáneo detestable, incluso sus puntos suspensivos.
THOMAS BERNHARD
Esto es lo deprimente del destino del escritor: nunca consigues trasladar al folio lo que has pensado o imaginado; la mayoría se pierde durante el traslado. Lo que llegas a plasmar no es más que un pálido y ridículo reflejo de lo que habías imaginado. Esto es lo que más deprime a un autor como yo. En el fondo no puedes comunicarte. Lo que escribo nunca corresponde a lo que he imaginado.
Peter Handke
(Entrevista de Cecilia Dreymüller)
P. Según Faulkner se debe juzgar al novelista por el esplendor de sus fracasos.
R. Bueno, sí, pero tiene que convencer por su ingenuidad, por su añoranza y, naturalmente, también tiene que haber meticulosidad. Además, debe ser un literato de verdad. Un escritor se muestra para mí no tanto en lo que hace, sino en cómo evita la escritura facilona. (Pausa, suspiros) No, nada ha salido bien. (Pausa) Tengo la sensación de que La pérdida de la imagen es una historia tan descabellada (suspiro) que no puede caber en los tiempos que corren. La utopía y el cuento de hadas no es lo que la gente quiere. Kierkegaard ya decía que las personas están desesperadas al no poder salir de la banalidad del día a día, pero ese día a día les ayuda a su vez a disimular su desesperación. Yo, si tuviera que transportar el mundo material, histórico, a una novela decimonónica, o mitificarlo, como hace García Márquez, sería incapaz, me desesperaría, no encontraría ninguna realidad y no tendría ningún lenguaje para ello. Sólo parto de mis investigaciones, que son como un trampolín que me empuja. La realidad histórica, de este modo, se mira desde la distancia, pero vibra, debe vibrar en la narración, algo que se siente en La pérdida de la imagen. Sin la historia contemporánea nunca tendría ese ritmo de desvío, esa plasticidad. Sin los acontecimientos concretos de la historia de los últimos quince años no sería el mismo libro.
Salinger
Betty Epps habló con él de los autógrafos. “Decía que no creía en los autógrafos, que era un gesto sin sentido. Que estaba bien que los actores y las actrices los firmaran porque no tenían más que sus caras y sus nombres. Pero no era el caso de los escritores. Los escritores tenían su trabajo que mostrar.
Ya que no nos manifestamos como realmente somos, al menos tenemos eso, los buenos libros, los de verdad, en los que escritores honrados muestran lo que realmente son, su concepción del mundo. Ese es el gran valor de la lectura. Aprender la diversidad que somos cada uno de nosotros a través de los libros. Es la única manera. En vivo y en directo nadie dice gran cosa, tienen miedo, creo yo.
No estoy de acuerdo María.
Yo creo, de verdad, que cada uno se manifiesta como lo que realmente es. En esa manifestación individual tienes que contar con el silencio. Los silencios lo cuentan todo, desde su lectura todo el mundo se revela.
De hecho los escritores (buenos), efectivemente, «muestran lo que realmente somos», y lo hacen porque saben leer los silencios.
Para aprender «la diversidad que somos cada uno» no tienes más que ponerte a observar con distancia y ver como cada punto de vista redibuja un mundo. «Su» concepción del mundo. Único y original.
Desde ahí, hasta le tele es fuente de aprendizaje.
A veces sa ha discutido sobre la diferencia entre forma y fondo, pero NO LA HAY. Cada forma tiene un fondo y sólo uno. No existe la posibilidad de contar una cosa de formas distintas: POR CADA FORMA SE CUENTA UNA COSA DISTINTA. una sensibilidad distinta, En vivo y en directo.
Magnífico post!
Me encanta la menera que tienes de enfocar la literatura.
ME DAN GANAS DE LEER, y eso es mucho, todo.
Gracias.
Cada escritor responde a sus vivencias y a su propia historia, tambien a su contexto de donde vendrán sus influencias. El libro o la historia será fruto de todo eso.
me confundo en ciertas partes del texto, pero creo entender que el sentido del por qué queremos escribir es nuestro norte. Con la claridad de esta y nuestra ganas de contarlo nos darán la forma, nuestra voz propia.
Autor, en término conceptual y «legal», es aquel que hace algo, con independencia que guste o disguste.
¿Quién se atreve a decir que el asesino confeso no es autor del delito?
Si hablas de artistas con la pluma, estaremos de acuerdo en que son una minoría de los autores.
No confundamos el significado real de las palabras.
Bueno, este es un blog de literatura no de derecho. No confundimos el significado real de las palabras. La misma palabra tiene distinto significado en distintos planos de la realidad. No existe algo así como el significado real de las palabras. En el caso que tú dices, sería el significado normativo o legal de la palabra. pero ese plano, aquí no nos interesa. Estamos reflexionando sobre el autor en el ámbito de la literatura.