EL AZOR EN EL PÁRAMO. Ted Hughes
El azor en el páramo
Antología bilingüe de Ted Hughes
Traducción e introducción de Xoán Abeleira
Bartleby editores
Las antologías de poetas muertos ofrecen la posibilidad de una lectura narrativa siguiendo el desarrollo de su voz, que surge en un punto y termina en otro. Esa lectura es fascinante, preguntándose a dónde ha llegado un hombre desde un lugar determinado.
En El azor en el paraíso, la primera voz es la del hombre que mira la naturaleza, cómo se mueve, cual es la racionalidad de cada animal y que se descubre a sí mismo fuera de ella,¿Qué hago aquí en mitad del aire?¿Por qué encuentro/ esta rana tan interesante mientras inspecciono su secreto/ más recóndito y lo convierto en el mío propio?¿Estos juncos/ me conocen se refieren a mí con qué nombre / me han visto alguna vez encajo yo en su mundo.
Esa voz que se sabe libre y limitada empieza a verse a sí misma como un cuervo incapaz de entender, sin conciencia de su identidad y separado de su origen. La agonía no disminuyó./ El hombre no podía ser hombre, ni Dios, Dios./ La agonía/ Se intensificó./ Cuervo/ Sonrió burlonamente/ Gritando: “Esta es mi Creación”,/Enarbolando la bandera negra de sí mismo.
Y la otra voz, la que cambia de interlocutor y no habla al mundo, sino a un tú, es la de un hombre que intenta reconstruir un trozo de vida incomprendida, como si las palabras, lo que él llama arte, pudieran curar una herida. Pone delante a la mujer muerta y le cuenta cómo fue su historia, quién era ella. Tus sienes, allí donde más se te adensaba el cabello,/ eran tu lugar sensible. Una vez, haciendo una prueba,/ Dejé caer una lima entre los electrodos/ De una batería de doce voltios: explotó/ como una granada. Como tú cuando alguien te cableó,/ Alguien bajó la palanca, provocando/ Aquellos truenos en la caja de tu cerebro. Ellos,/ Con sus batas blanqueadas, sus caras empalidecidas,/ Se cernieron de nuevo/ Para ver cómo estabas, presa en tus correas…
Lo más interesante de estos poemas dirigidos a un tú que ya no existe, que no tiene posibilidad de cambiar, ni de responder, es la descripción que hacen de una mente ensimismada. Mientras uno mira, la otra busca dentro, está dispuesta a encontrar lo que no se puede ver, a remover el incosciente. También Bartleby ha publicado la poesía de Sylvia Plath traducida por Xoán Abeleira. Contrastar su obra y pensar en las influencias mutuas puede resultar muy interesante. Desde Una cicatriz profunda / en un corazón destrozado / Jack la apañará. a Mi paisaje es una mano sin líneas / caminos que formaron un nudo / el nudo que soy yo misma.
La voz de Ted Hughes merece la pena. No es un hombre con una gran vida, eso es lo que cuenta en sus poemas, que se ha quedado en una observación inoperante. Y ese lugar desde el que escribe, el de la observación, el de mirar de verdad a lo otro como otro, merece la pena sentirlo. Es capaz de ver la diferencia, no de relacionarse con ella. Buscar en la naturaleza el sentido, en los hechos del pasado, buscar el sentido fuera del yo resulta, por lo menos, una opción a investigar.
La aportación de los estudios de Xoán Abeleira acerca de la concepción del mundo del poeta y de posibles interpretaciones resulta fundamental para adentrarse en la lectura. Las introducciones son difíciles porque suelen confundirse con trabajos académicos, en este caso, consigue acercar al lector al mundo poético, incluso guiarlo en la comprensión de las imágenes.
La verdad es que con la información presonal sobre este hombre, es difícil comprar un libro suyo. Después de leer el post, no me casa tanto como maltratador, pero aún así, no es una figura apetecible.
Es un tema fundamental el que planteas. Por un lado, me pregunto cómo alguien puede ser culpable del suicidio de un bipolar y por otro, después de leer este libro, esa voz está muy lejos del personaje que se ha montado.
De cualquier forma, creo que el autor entrega su libro al mundo y su vida particular no debería interferir en absoluto en la lectura de su obra.
Ya lo hemos tratado en otro post, pero debería pensarse esta idea más a menudo.
‘The Thin People’, poema de Sylvia Plath leído por ella misma:
http://www.poesiaytraduccion.com.ar/Audio/SP_The_thin.MP3
‘The Thin People’
by Sylvia Plath
(‘Collected Poems’, 1957).
They are always with us, the thin people
Meager of dimension as the gray people
On a movie-screen. They
Are unreal, we say:
It was only in a movie, it was only
In a war making evil headlines when we
Were small that they famished and
Grew so lean and would not round
Out their stalky limbs again though peace
Plumped the bellies of the mice
Under the meanest table.
It was during the long hunger-battle
They found their talent to persevere
In thinness, to come, later,
Into our bad dreams, their menace
Not guns, not abuses,
But a thin silence.
Wrapped in flea ridden donkey skins,
Empty of complaint, forever
Drinking vinegar from tin cups: they wore
The insufferable nimbus of the lot-drawn
Scapegoat. But so thin,
So weedy a race could not remain in dreams,
Could not remain outlandish victims
In the contracted country of the head
Any more than the old woman in her mud hut could
Keep from cutting fat meat
Out of the side of the generous moon when it
Set foot nightly in her yard
Until her knife had pared
The moon to a rind of little light.
Now the thin people do not obliterate
Themselves as the dawn
Grayness blues, reddens, and the outline
Of the world comes clear and fills with color.
They persist in the sunlit room: the wall paper
Frieze of cabbage-roses and cornflowers pales
Under their thin-lipped smiles,
Their withering kingship.
How they prop each other up!
We own no wildernesses rich and deep enough
For stronghold against their stiff
Battalions. See, how the tree boles flatten
And lose their good browns
If the thin people simply stand in the forest,
Making the world go thin as a wasp’s nest
And grayer; not even moving their bones.
LAS PERSONAS DELGADAS
Están siempre con nosotros, las personas delgadas
De magras dimensiones, como las personas grises
En una película. Ellos
Son irreales; decimos:
Era sólo una película, era sólo
Una guerra fabricando malignos titulares mientras nosotros
Éramos chicos a los que mataban de hambre y que
Crecían tan delgados y sin intenciones de redondear
Sus miembros talludos de nuevo, aunque la paz
Engordara las barrigas de las ratas
Bajo la mesa más mezquina.
Fue durante la larga batalla hambrienta
Que ellos encontraron su talento para perseverar
En su delgadez, para venir, más tarde,
A nuestras pesadillas, amenazándonos
Sin más arma, sin más abuso,
que un delgado silencio.
Envueltos en pulgosas pieles de asno,
Vacíos de queja, siempre
Bebiendo vinagre en tazas de hojalata: llevaron puesta
La insufrible aureola del destino rastrero de la
Víctima propiciatoria. Pero tan delgada,
Tan enclenque raza no podía ser recordada en sueños;
No podían quedar víctimas de aspecto extranjero
En el contraído país de la memoria;
Sólo aquella mujer vieja en su choza de barro, que pudo
Haber evitado que se cortaran grandes rebanadas
Del costado de la luna generosa cuando ella
Fijó su pie nocturno en su patio
Hasta que el cuchillo había reducido
La luna hasta convertirla en una corteza de poca luz.
Ahora las personas delgadas no se obliteran
A sí mismos como la gris
Tristeza del alba, enrojecida, y el contorno
Del mundo se vuelve claro y se llena de color.
Ellos persisten en el cuarto iluminado por el sol: el tapiz
Ribeteado de coles rosas y acianos pálidos
Bajo sus sonrisas de labios delgados,
Su marchita majestad…
¡Cómo se sostienen mutuamente!
No poseemos soledad lo suficientemente rica y profunda
Para servirnos de fortaleza contra sus cadavéricos
Batallones. Mira cómo los troncos del árbol se abaten
Y pierden su saludable bronceado
Cuando las personas delgadas se paran simplemente en el bosque,
Haciendo que el mundo se vuelva delgado como el nido de una avispa
Y más gris; sin siquiera mover sus huesos.
traducción: Daniel Iván
http://www.lavoladora.net/nacionletras/nacion03_plath.html