EL ESCRITOR Y EL PUEBLO

Bernardino Graña
La palabra pueblo resulta un poco extraña a día de hoy, sin embargo, los escritores del pueblo se reconocen en seguida y no por su ideología, la tengan o no. ¿De dónde viene y hacia dónde va la obra de un «escritor del pueblo»? Hace poco estuve en un homenaje a uno de ellos, un poeta y narrador gallego, Bernardino Graña. Después de escuchar los elogios de muchos escritores que conocían bien su obra, subió al escenario con mucha dificultad, y se colocó delante de todos. En ese momento se abrieron las cortinas que nos habían mantenido a oscuras y aparecieron el mar y el cielo y alguna gaviota, justo el escenario de su vida.

El aplauso general fue el alivio de la entrada de vida en un acto intelectual y él rechazó el micrófono para poder gritar a gusto. Y fue justo eso lo que contó: de dónde venía y a dónde iba su escritura. Venía de haber aprendido a pescar en un barco pequeño con su tío y tenía la intención de, no recordar, sino hacer presentes los actos en los que había reconocido desde pequeño lo humano. Y resulta, que algo que parece tan difícil en el mundo del poder, saber qué necesita el ser humano para transformar el mundo y crear espacios apropiados, era transparente en la cojera de un familiar, en una fiesta de verano, en un modo concreto de pescar, en la obsesión de un aldeano por conseguir pan. No hizo ningún discurso, ninguna teoría sobre su escritura, simplemente empezó a narrar hasta que fue cortado, como si se estuviera excediendo, un momento y otro y otro otro de encuentros que sin ningún artificio nos hacían reír como los niños, porque de alguna manera nos liberaban del peso de nuestra seca vida cotidiana donde es tan difícil reconocer algún sentido.

Coincidió la apertura de cortinas con la aparición del horizonte y del poderoso lenguaje del pueblo. Y podría estar allí Cervantes, que tendría tantas anécdotas como él para llegar a crear a Sancho y ver con tanta certeza la falta de vida en el ideal, la vida seca y dura de la imposición. Podría estar Tolstoy, que recibió su revelación del pueblo, o Goethe, con esa insistencia en hacer presente una humanidad universal, o Shakespeare, imposible de imaginar al margen de millones de encuentros con todo tipo de gentes.

Bernardino Graña levantó en un momento aún más la voz y pidió un deseo, que los políticos no dirijan nuestras vidas, y se hizo un aplauso que no quería terminar, una especie de alivio ante el hecho de hablar, de que surgiera en una voz lo que todos pensábamos. Era un verdadero acto literario y Bernardino Graña fue más allá y dijo que ese momento era religión, lo que él entendía por religión, comunicarse, comunión.

Es justo de eso de lo que trata la literatura, de comunicación, quizás sea el único ámbito donde nos ponemos de acuerdo, donde reconocemos sin prejuicios lo que nos es conveniente. Así ha sido siempre. Pero para eso se necesita que los escritores vuelvan a estar con el pueblo, sin intermediarios, que en lugar de escribir sobre lo que leen, escriban sobre lo que ven, que en lugar de escribir como escriben otros, escriban como necesite la realidad ser escrita, que no necesiten de discursos para explicarse, y ya lo que tanto hemos hablado, que entiendan que el pueblo no está en los 200.000 lectores que pueden tener, el pueblo está en un lector que necesita reconocerse entre los otros.

La frase «escribir para uno mismo» es una frase incomprensible. Nadie escribe para sí mismo, ni lee para envolverse en sí mismo como en una concha. El escritor escribe para comunicarse y el lector lee para comunicarse, en cualquier caso, los dos, para dejar de estar solos, para llegar a cierta identidad que les permita emprender el día siguiente de otra forma y transformar el mundo porque el mundo deja de ser ajeno. Necesita que se le cuente algo que no sabe y que reconoce, no lo que ya sabe.

Fuera de estas premisas, la literatura deja de existir y pasa a ser texto muerto. Las instituciones, las empresas, es decir, los organismos con capacidad de actuación y de poner en el mundo los libros, han adoptado el texto muerto como único texto viable, los textos muertos pueden ser usados como mercancía. De manera que ese carácter vivo de la literatura ha ido desapareciendo y los libros se han transformado en objetos montados desde ideas y alejados de la realidad. Se ha perdido de vista la posibilidad de que la realidad tenga algo que decir, se ha pasado a la descripción de los hechos sin buscar el engranaje de esos hechos. ¿De dónde vienen esos libros? De una necesidad de evasión al asumir una imposibilidad de transformar la realidad. ¿A dónde van esos libros? No pasan de una experiencia inmediata. El día siguiente a la lectura es el mismo que el día anterior, o peor, porque no han hecho más que reafirmar mi soledad y la soledad de los otros y la absoluta opacidad del mundo. Para agarrarse a algo, el lector se queda con cualquier conocimiento que pueda obtener de la lectura, como saber las costumbres de otra época o la vida de un personaje histórico, o una descripción estupenda, o lo que ha disfrutado con la intriga, pero ya no espera, ni tiene presente la posibilidad de entender por qué estamos donde estamos, qué fuerzas se mueven en nuestras vidas cotidianas.

Es verdad que este formato en el que yo estoy escribiendo, internet, nos permite hablar de lo que queramos,no necesitamos de organismos que nos dejen hablar, pero esta comunicación no tiene nada que ver con la comunicación literaria, ese dejar el tú a tú para entrar en el mundo compartido, en lo nuestro. Perder esa forma de comunicarnos nos coloca en el territorio del miedo,es perder el espacio del nosotros, lo único que nos puede reconfortar verdaderamente. Coger un libro y no poder compartir más que la sensación de no poder compartir resulta antiliterario. Y no es un reflejo de lo que pasa, es una sensación producida por la descripción del mundo tal y como lo puede ver cualquiera, y no el reflejo del mundo reconstruyéndolo para mostrar su movimiento, que es la base de la literatura.Y esto sólo puede cambiar si el escritor se atreve a salir de sí mismo y volver al pueblo, que aunque es una palabra difícil de entender ahora mismo, queda muy clara en ese aplauso a un poeta de la experiencia.

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