EL ESQUELETO DE LOS GUISANTES. Pelayo Cardelús
El esqueleto de los guisantes
Pelayo CardelúsCaballo de Troya
No es una novedad. Lo editaron en el año 2006. Y aunque sólo han pasado tres años, parece una eternidad. La eternidad del olvido de los libros, sus seis meses de duración obligan a que el lector viva como si cada día una civilización entera quedara fulminada. Además, este es un libro dentro de la vida, porque yo daba clase de Creación Literaria cuando salió, lo recomendé para tratar el narrador y resultó que uno de mis alumnos, llegado de Guatemala estaba ocupando el puesto de Copy en una agencia de publicidad, puesto que había dejado Pelayo Cardelús, autor y narrador del libro. Así que él pudo reconocer a sus compañeros y nosotros añadir un elemento más a nuestro estudio del narrador, que se convertía en un personaje real que afectaba a uno del grupo.
Bueno, este tipo de movimientos postmodernos, de romper la realidad en mil pedazos y trabajarla al gusto llegan a tener sus efectos en el mundo. Y lo que más me gustó de este libro fue la radiografía, en realidad fotocopia del interior de una oficina actual. Y ahí se entiende esa invención postmoderna de la realidad, con trozos, fragmentos o cachos, pero invención al fin y al cabo, porque si no fuera así, ¿qué iba a contar? Esta novela reproduce escenarios, conversaciones, mensajes telefónicos, mensajes de correo electrónico, saludos de bienvenida, despidos, graves miedos ante el engorde o hablar en público, y todo en un lenguaje, copiado por un copy, callejero pero en tono solemne. No sé si como mucho o poco, tía se le ocurre a Tania_. Estoy superagobiada. Mira, son las once y media y tengo un hambre…Es que no sé qué hacer, te lo juro. ¿Qué hago? ¿Cómo o no como?
Verdaderamente, el lector se siente espectador de un mundo absurdo visto desde la distancia, donde los valores, objetivos o inquietudes son nimios pero están envueltos en un hálito de trascendencia. El resultado son unos individuos absurdos, con pocas luces, como vestigios de un pasado humano, que provocan hilaridad al mismo tiempo que impacta reconocer el lenguaje habitual en su auténtica dimensión, cuando no se toma parte en él. Que el autor se llame igual que el narrador y que hable en primera persona y especifique el momento en que ocurren los hechos en un diario, lo que hacen es confundir la realidad con la ficción, o mejor, ofrecer la única posibilidad de interpretar esta realidad, como una ficción.
Mirar la realidad fragmentada tiene sus ventajas, que no te la crees, lo cual te permite distanciarla y reflexionar sobre ella. Creo que es más conceptual, una especie de juego inteligente y en clave de juego, o de galimatías, se le lanza al lector. Necesitamos la reflexión para propiciar cambios. Es todo tan absurdo (!)
Ah, ese libro me lo leí en su momento y me gustó mucho. ¡Sí que parece que ha pasado una eternidad! También para mi memoria: recuerdo el tono general, el ambiente de la oficina, los mails internos que se mandaban los personajes, pero poco más. Lo que sí se me ha quedado es el contraste que había entre el texto del libro y la solapa escrita supongo que por el editor Bértolo: éste le ponía encima una plasta y un corsé ideológico que indicaba que el buen hombre no se había enterado absolutamente de nada.
(No tengo a mano el libro; si no, releería la solapa a ver de dónde me viene aquella impresión, que persiste.)
Qué frescura se destilan desde estas páginas, que maravilloso prodigio que alguien pueda rescatar de la eternidad del olvido, un libro, este libro, y ofrecérnoslo a nosotros.
Me pongo hoy mismo a leerlo, espero que me pasen desapercibidos, si existen, los corsés ideológicos; y que me haga reflexionar, para si es necesario propiciar cambios… en ese incesante y desesperante deseo de encontrarnos, en esa necesidad imperiosa de querernos; no es todo tan absurdo, como nos dice Inca, si somos capaces de dejar que el río fluja cantarín a nuestros pies.
Tengo delante el libro, y así reza ese aviso a los lectores que comenta Montano: «… Sin estridencias, sin pancartas, sin rasgarse las vestiduras, la novela avanza implacable y cálida. Entre el sueldo miserable y la hipoteca imposible, toda una generación aspira como puede a rescatar el tiempo libre y lograr un mundo más razonable. Sueño de esclavos o de esclavos que no se resignan a ser esclavos. Al fin de una novela sobre una juventud que ya no es la de la noche, el alcohol o la droga. Que se mete algo máas duro para el cuerpo: el salario mínimo». Aunque aún es mejor la frase que nos trae el autor al inicio de su obra: «Hoy, como siempre, los hombres se dividen un esclavos y libres; quien no dispone para sí mismo de las dos terceras partes de la jornada es un esclavo…» (Friedrich Nietzsche).
Esta división que les parecía razonable a los mas radicales anarquistas, con aquella división del trabajo, el descanso y el ocio (ocho horas para cada cosa), ha quedado aplastada por la realidad.
Hoy la única revolución posible es la de que hacer ninguna concesión al sistema, y no trabajar por salarios miserables, no apoyar ninguna causa distinta de esa en la que crees… ¡lástima que el mundo de las creencias también está en cuesta abajo, cuando no en caída libre!, ¿a qué nos sujetaremos hoy?.
Quiero felicitar, efusivamente, a la autora por el fenomenal cambio en la ilustración (deberías dejar la anterior también, para que se vea la radical variación), ahora parece que el guisante puede tener estructura osea, y si no puede llegar a esqueleto, que el menos tenga un húmero, o un cúbito y un radio; no así la obra del bueno de Pelayo Cardelús, que no tiene esqueleto (a lo más una pequeña falange), que no tiene arquitectura argumental; pero que tiene, eso sí, un pobre narrador, en una más pobre agencia de publicidad.
La pobreza tiene una ventaja fundamental y es que te obliga a utilizar los servicios públicos, que a medida que los vas descubriendo percibes de qué modo son mejor que los privados, que los privativos, que los personales (ahí están las tres «pes»). Por eso comencé la lectura de «los guisantes» el mismo día que descubrí el post en estas páginas.
Encontrar el libro en los estantes de la Biblioteca de Latina nunca fue más sencillo en la N (de novela), fuí hasta el apellido CAR (de Pelayo Cardelús) y a la palabra esq (de El esqueleto de los guisantes), de manera que «N CAR esq» y ahí estaba, muy nuevo lo cual me escamó, abrí por lo hoja de préstamos y nadie lo había leído en los dos últimos años…
Claro es una obra, que la todopoderosa Random House edita en su sello «Caballo de Troya» y dentro de la colección nuevosautoresnuevaspropuestasnuevasvoces (sic), y yo ya soy muy mayor para experimentos más o menos creativos.
He descubierto que, como para todo, el deseo amoroso es una fuente inagotable de creación, así las páginas mas brillantes del libro están concebidas, desde mi punto de vista, bajo el prisma de la ilusión, del deseo, de la búsqueda y de la atracción; y nos deja algunas perlas: «… Las palabras le salen cargadas de pereza, ruedan por la frase como por un tobogán y caen amortiguadas sobre un cálido y grueso colchón…», y esto me recuerda a un consagrado escritor con columna en la prensa todos los viernes.
En fín, además de la casualidad o la anécdota de que el sustituto en el puesto de trabajo del autor fuese alumno de nuestra dulce anfitriona, no le encuentro ningún interés a esta novela; o quizás sí y resida, frente a la linea argumental de J.A. Montano y su aparente desconexión entre autor y editor, precisamente ahí, en la necesidad numérica de editar tantas obras anuales en una determinada colección.
Así es la vida, esta vida, así es la vida editorial y así nos luce el pelo.
Jajaja, se anima el debate! Lástima que leyera la novela hace tanto tiempo, y que no recuerde detalles para argumentar. Mi memoria me dice que estaba bien escrita, que era fresca, que era original, que era antibarroca (lo cual para mí es un valor), y que dejaba una sensación ligera: levemente triste, pero sin drama. Me parece que el libro merecía con creces ser editado. Al igual que muchos de los de Bértolo: éste tiene buen olfato, y buen criterio; sólo que, una vez hecha su elección, le derrama por encima en las solapas la mortecina capa de su fe (comunista). De modo que en la mayoría de los libros de Caballo de Troya leemos a autores que hacen lo que buenamente pueden con nuestro mundo complejo; mientras que en las solapas a esos autores se les encaja un uniforme más o menos maoísta. He de decir, no obstante, que a veces quedan guapos con ese uniforme.