El horizonte de la ley

 Hemos sacado en De Conatus un libro maravilloso de relatos del oeste. ¿Por qué me parece maravilloso? Porque con esa lectura puedo tener la experiencia de vivir al margen de la ley. Sí, algo completamente mal visto hoy en día. Hemos olvidado que hubo en tiempo en que se vivía sin ley. Hemos olvidado cómo se vivía sin ley y no hacemos ninguna reflexión acerca del significado de la ley en nuestras vidas. En algunos relatos de El camino al oeste la ley no ha llegado todavía y en otros acaba de llegar. Eso significa el exilio social de prostitutas o fulleros y  también la posibilidad de la horca por algún nimio malentendido. En uno de los relatos, la ley ya está instalada y su objetivo no es exiliar prostitutas sino mantener el gran poder, algo desconocido que ha llegado a las llanuras en forma de ferrocarril.

¿Y qué tiene que ver todo esto con nuestra vida actual? Aquella intrusión de la ley en la construcción de cada vida individual no hacía más que empezar. La ley se ha ido apoderando de todos los espacios de decisión. Si quiero fumar, me encuentro con una ley y, sin tener que ser generosa y no molestar a los otros, ya me dice ella donde puedo y no puedo hacerlo. Si quiero conducir, la ley me dice a qué velocidad tengo que ir. Hasta aquí incluso puede estar muy bien para evitar problemas de convivencia. Pero, ¿ y si me quiero divorciar? No puedo ser generosa, la ley me dirá los términos en los que me tengo que relacionar con mi expareja. ¿Y si pienso en mi muerte? La ley, en forma de protocolo, se encargará de mí.

Me acuerdo de la muerte de mi superdotada abuela de cien años que había llegado por sí sola a la ética kantiana y cada momento de su vida lo pensaba y lo decidía con el máximo rigor. “Ustedes no serían capaces de cuidar a una anciana de cien años en estas condiciones.”  Eso fue lo que dijo el médico una por una a las veinte personas como mínimo que le pedían el alta. “El protocolo está pensado precisamente para velar por el cuidado de estos ancianos”. La situación me recordaba a las películas del oeste. Imaginaba a una tribu india que quería cuidar a su gran jefe en el lecho de muerte para rendir homenaje a su inteligencia, consideración a los demás y unión con lo natural. El Gran Jefe, con plumas blancas en la cabeza, respiraba hondo en un tórax enorme. Mi abuela  respiraba como una gigante en su mini cuerpo por la ansiedad que le producía estar ahí, en esa cama ajena, en ese lugar cerrado sin sonido. Solo decía “sacadme de aquí”. Quería morir como una gran jefa y estaba condenada a morir como un cuerpo representado por un DNI en un papelucho que la registraba como paciente. El papel que salía del bolsillo de una bata blanca decidía que tenía que morir en ese lugar maloliente, cerrado, sin escuchar cómo el cuco venía a buscarla, sin posibilidad de ver las colinas por última vez, sin hablar tranquila con cada uno de sus hijos, sin esperar que unas mariposas blancas hicieran círculos en su cama para estar segura de que estaba en paz.

Las instituciones no saben nada de eso. La ley natural quedó muy atrás, no hay ni recuerdo de ella. Y la ley positiva ya solo se puede sentir como impositiva porque no puede ser asimilada por nuestra sensibilidad. Aquel hombre de bata blanca no era de nuestra especie, tenía, efectivamente, otra sensibilidad.

Entonces fue cuando me di cuenta del lado oscuro de nuestra maravillosa sociedad que nos arropa y nos dice lo que está bien y lo que está mal para que no tengamos que pensar. Me imaginé cabalgando al galope por las llanuras de California huyendo de la vida de aeropuerto, identifíquese, pase por el control, quítese todo lo que pueda pitar, ¿lleva usted drogas o cualquier objeto prohibido? Esa pregunta es impresionante. Nadie contesta sí, llevo. La ironía es una forma de estar en el mundo en extinción. No puede sobrevivir a la ley positiva. Póngase a un lado. Déjeme ver qué lleva ahí. Los de la D a la C pónganse en esta fila.

Mi abuela de cien años se curó. Sí, fue un milagro, y aquel médico, analfabeto en ley natural, tuvo que darle el alta. Murió unas horas más tarde en su cama como una Gran Jefa.

¿Se ha independizado la ley? ¿Tenemos que imaginarnos corriendo por un bosque perseguidos por policías por haber dado más dinero del estipulado a un trabajador? La ley positiva ha olvidado que su objetivo era guardar la ley natural. Ahora, si quieres decidir tu vida, las opciones son mínimas. La religión te dejaba pecar, la ley te lleva a la cárcel. En El cuento de la criada, imponen una ley inhumana para salvar a la humanidad. Es un buen ejemplo de esa independencia de lo legal. En De Conatus recomendamos El camino al oeste como una experiencia de la vida sin obediencia.

 

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