Feria de Frankfurt

Intento escribir algo sobre la Feria de Frankfurt desde hace días, pero no me sale ningún post medianamente coherente. Al infinito mundo de posibilidades que se vive allí como meras posibilidades, no como realidad, responde la cabeza con un especial interés por mantenerse quieta y en silencio. No hay nada más paralizante que la mera posibilidad.
Además, ver el libro como objeto de mercado resulta impactante. Cómo tasarlo, cómo meterlo en un mercado a contrareloj. De repente, hay que pensar el libro no desde su condición atemporal en función de su contenido, sino como un grupo de páginas pegadas que se vende durante tres meses y que en seguida tiene que ser sustituido por otro. Obviamente, en esta agenda no sobreviviría ninguna de las obras fundamentales de la Literatura. ¿Aparece el Ulises y en tres meses de unas cuantas librerías de un pequeño país se hace un hueco?
Por otro lado, me conmovió otro asunto, el sentir que el mundo no está globalizado, está colonizado. La seguridad con la que el mundo anglosajón se enfrenta a cualquier cosa que escriba, cualquier idea, investigación, narración, esa certeza sobre la existencia real de su trabajo en la construcción del mundo, obliga a ver al resto de culturas invirtiendo su tiempo en tener la posibilidad de llegar a ese mundo, posibilidad que nunca llega porque al estar colonizadas, no tienen nada que aportar.
El mundo anglosajón se fija de repente en alguna cultura minoritaria o lejana como no colonizada todavía, como posible fuente de algún punto de vista no previsto.
El pasillo de las universidades norteamericanas con sus editoriales propias, con las publicaciones impecables de los trabajos de sus profesores, vendidos al mundo como auténticos sacerdotes del saber, obliga a recordar la universidad española, cuyas publicaciones nunca llegan a la sociedad y cuyos profesores suelen investigar con el único aliciente de poder conseguir un puesto mejor.
Y allí, bebiendo un té con sabor a cartón y viendo el espectáculo de cuatro mujeres de ropa ajustada

masajeando las cabezas, por favor baje la cabeza, dicen, de los estresados de todas las razas, pienso en la dificultad de sentir realidad cuando el libro siempre se ha movido en la búsqueda de lo real.
Y por último ver la casi imposibilidad de desarrollar el oficio de editor en medio de este caos y esos tiempos que se manejan.
Para información sobre la Feria de Frankfurt, el blog ediciona
Seguramente lo que has visto es ni más ni menos que el mundo real, que no está de más tenerlo en cuenta ya que su evidencia nos salpica a todos. Mi lado idealista dice que hay que seguir, a fin de cuentas es la ilusión lo que cambia el mundo, no el negocio.
«La feria de Frankfurt es como una inmensidad, en la que España es un cuartucho sin ventana» así la describía un amigo en un mensaje de texto en mi teléfono móvil la semana pasada.
He dicho amigo, pero quien me escribía es mucho más que eso, es una persona con la que no necesito comunicarme para sentirla no cerca, sino dentro de mí. Él sabe que yo he estado a punto de ir a esa feria algunas veces y siempre con los billetes en el bolsillo no he ído: unas por urgencias profesionales, otras por juicios inopinados de última hora, y una vez también porque una dolorosa resaca me impedía levantarme de la cama.
Y nunca la he echado de menos porque me parecía, por encima de la grandísima exposición y de la perfecta organización germana; me parecía digo, una gran subasta de la creación literaria, y eso, a mi entender, forma parte de la cloaca que cada vez con más impetu invade el mundo de los libros.
Una cosa que me llamó la atención de la Fería es que había mesas para reunirse, despachos con ordenador, taburetes y zonas de descanso, algunas con masajistas. Muchos, muchos metros de librerías, paneles enormes con logos y fotos de autores guapos pero lo que no había era un sitio para leer.
Un sillon para sentarse y leer, por algo será.
Ese es el negocio de los libros.
Consiste en venderlos, cuantos más mejor, libros a malsalva; ni se te ocurra reparar en el contenido, que no te importe el tipo de papel, dándote igual la encuadernación, los márgenes, el tipo de letra, el color y las ilustraciones, a tomar por el culo la cinta de registro, y que más dan las guardas y las tapas… pero ¿hay alguien que quiera leerlos?, entonces ¡ay! descubres que no hay sitio para hacerlo.
Esto se llama comercio.
Así, cuando te encuentras personas que aman la literatura, te quedas perplejo, como me he quedado yo con tus comentarios viajeros en Franckfurt, ¿pero tú proposito, estimado Gin Tonic, está más allá de la bebida?, ¿se encuentra, por ventura, cerca de palabras escritas con un cierto orden?. Me alegro y feliz vuelta a ésta, tu casa; ya te echábamos de menos.