FIN DE SEMANA EN HUROM. José López Rueda

FIN DE SEMANA EN HUROM

Hemos venido a pasar
un bello fin de semana
invitados por Alea
y su marido Paul Danke.
Su casa de Hurom es
un apacible remanso
arrullado por el viento
que rumorea en la fronda
claudicante del otoño.
Por los troncos de los arces
ondulan pardas ardillas
y toda la casa huele
a desayuno y manzanas.
Como Paul es un melómano,
wagneriano por más señas
que suspira por Bayreuth,
el sábado por la tarde
nos vamos a Cleveland
y en la sala de conciertos
la bien aceitada orquesta
nos asoma al infinito
en galácticos balcones.
Luego volvemos a Hurom
atravesando veloces
la noche del Middle West
y a la mañana siguiente
me voy a misa con Paul
a su iglesia episcopal
a orillas del lago Erie.
Un viento gélido y loco
organiza torbellinos
de cobrizas hojas secas.
En el templo de ladrillo
nos recibe el Padre Jim
con alba capa pluvial
y una cruz de su estatura.
Luego durante la misa,
cantamos himnos litúrgicos
en solemne inglés antiguo
y en momentos culminantes
el Father Jim y sus fieles
levantan entrambos brazos
y profieren entusiastas
jubilosos aleluyas.
Llegada la eucaristía,
comulgan con vino y pan
y terminada la misa
regresamos al vestíbulo
donde firmo muy honrado
el libro de visitantes
y conozco a la segunda
esposa del padre Jim.
Paul me dice a la salida
con un aire misterioso
que la primera mujer
lo abandonó hace unos años.
Cuando volvemos a casa,
la dulce Alea nos brinda
tiras de crujiente bacon,
hospitalario café
con leche, huevos revueltos
y pankekas esponjosas
de maíz que amenizamos
con el almíbar oscuro
que da la savia del arce.