LA CELESTINA. Fernando de Rojas
Dejo unos textos de La Celestina. Este personaje que representa al vicioso con conciencia, al que sabe de qué va el mundo y asume su avaricia como parte de su humanidad, es un personaje que aparece pocas veces en la Literatura. Todo lo que dice es verdad, se puede corroborar en la experiencia y además ella es vieja y vivida, sin embargo, la vida al hilo de esa verdad lleva a la muerte.
La Celestina es una obra maltratada por el tiempo, valorada por la historia, necesita una revisión al margen de su edad y su contexto.
Las pasiones y el deseo sin ninguna otra referencia, nadie es libre en la obra, todos son esclavos de sí mismos, sólo el movimiento hacia conseguir algo les obliga a relacionarse. La oscuridad de fondo, la imposibilidad de visualizar, las palabras comiéndoselo todo como el arma más poderosa del deseo, la violencia de la frustración, la imposibilidad de aceptar una negación al deseo, todos estos temas son absolutamente actuales más de quinientos años después y las reflexiones de la Celestina sobre ellos, absolutamente vigentes.
Lo que obliga a pensar que a lo mejor es verdad que existe una lógica intrínseca en la pasión como en cualquier otro movimiento humano, el amor o el odio. En ese caso, estaríamos repitiendo y repitiendo eternamente en Literatura los mismos procedimientos con distintos personajes y distintas historias, como creo que de verdad sucede. Las sentiríamos como nuevas cada vez, igual que vivimos nuestras historias como nuevas, cuando se llevan repitiendo durante siglos. Resulta un poco inquietante pensar en la realidad de esas lógicas, si vas por aquí, acabas allí, si vas por allá, acabas allá. Tan fácil podría ser vivir. Esas lógicas son la base de la Literatura, que se puede convertir en un manual de vida, si alguien pudiera concebirla con un mapa de ruta.
Bueno, dejo fragmentos de sabiduría terrenal de La Celestina, que piensa de espaldas a cualquier ideal, y conoce perfectamente la lógica de la destrucción.
¡Oh mezquino! De enfermo corazón es no poder sufrir el bien. Da Dios habas a quien no tiene quijadas. ¡Oh simple!, dirás que adonde hay mayor entendimiento hay menor fortuna. Y donde más discreción, allí es menor la fortuna. Dichas son.
Mas di, como mayor, que la fortuna ayuda a los osados. Y demás de esto, ¿quién es, que tenga bienes en la república, que escoja vivir sin amigos? Pues, loado Dios, ¿bienes tienes y no sabes que has menester amigos para los conservar? Y no pienses que tu privanza con este señor te hace seguro, que cuanto mayor es la fortuna, tanto es menos segura. Y tanto en los infortunios el remedio es a los amigos. Y, ¿a dónde puedes ganar mejor este deudo que donde las tres maneras de amistad concurren? Conviene a saber, por bien, y provecho, y deleite. Por bien, mira la voluntad de Sempronio conforme a la tuya y la gran similitud que tú y él en la virtud tenéis. Por provecho, en la mano está si sois concordes. Por deleite, semejable es, como seáis en edad dispuestos para todo linaje de placer, en que más los mozos que los viejos se juntan, así como para jugar, para vestir, para burlar, para comer y beber, para negociar amores juntos de compañía. ¡Oh, si quisieses, Pármeno, qué vida gozaríamos! Sempronio ama a Elicia, prima de Areúsa.
Asentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos, a Dios gracias. Tanto nos diesen del paraíso cuando allá vamos. Poneos en orden, cada uno cabe la suya; yo, que estoy sola, pondré cabe mí este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo. Después que me fui haciendo vieja, no sé mejor oficio a la mesa que escanciar, porque quien la miel trata siempre se le pega de ella. Pues de noche, en invierno, no hay tal escalentador de cama. Que con dos jarrillos de éstos que beba, cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche. De esto ahorro todos mis vestidos cuando viene la Navidad; esto me calienta la sangre; esto me sostiene contino en un ser; esto me hace andar siempre alegre; esto me para fresca; de esto vea yo sobrado en casa, que nunca temeré el mal año, que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días. Esto quita la tristeza del corazón más que el oro ni el coral; esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza; pone color al descolorido; coraje al cobarde; al flojo diligencia; conforta los celebros; saca el frío del estómago; quita el hedor del anhélito; hace potentes los fríos; hace sufrir los afanes de las labranzas; a los cansados segadores hace sudar toda agua mala; sana el romadizo y las muelas; sostiene sin heder en la mar, lo cual no hace el agua. Más propiedades te diría de ello que todos tenéis cabellos. Así que no sé quién no se goce en mentarlo. No tiene sino -E Vv- una tacha, que lo bueno vale caro y lo malo hace daño. Así que, con lo que sana el hígado, enferma la bolsa. Pero todavía con mi fatiga busco lo mejor para eso poco que bebo, una sola docena de veces a cada comida. No me harán pasar de allí salvo si no soy convidada como ahora.
Cuanta actual sabiduría esconden estos textos bellos sin cuento.
Cuanta vigencia literaria y, sobretodo, cuanta vigencia social porque seguimos siendo esclavos de nosotros mismos. Como es verdad que nuestra historia se sigue repitiendo durante siglos, aunque este discurso ya haya sido discutido en estas mismas páginas. Qué delicia explicar la amistad por bien, por provecho, por deleite… en el que se juntan mas los mozos que los viejos.
Qué elogio de la bebida tan bien elaborado, con sus tantas propiedades,… que un cortezón de pan basta para acompañarla por tres días.
Y qué verdad es, lo dice La Celestina de las cien resacas, que lo bueno es caro y lo malo hace daño.
Gracias por hacerme, por hacernos, respirar esta pureza literaria que al tiempo, como alguien escribió en la botella, es cien por cien pura vida.