LA IRONÍA Y LO REAL

Dice Castelao: Non son payasos de circo, son os vellos do Asilo vestidos pola caridá dos señores que regalan bimbas.
Echo de menos la ironía y me doy cuenta que de manera muy profunda, no como un adorno gracioso o porque reír está genial. Echo de menos la ironía porque me he dado cuenta de que es absolutamente necesaria para abandonar el aislamiento y todos los errores de visión que vienen con él. El efecto fundamental de la ironía es el de poner en evidencia la falsedad de la apariencia para dar paso, como cuando pasas las hojas de un almanaque, a la realidad incontestable. Crees que esto es así, ¿verdad?, pues mira, y aparece delante de tus ojos lo real inimaginable. Lo real se ve, no se imagina.

Posiblemente esté pareciendo exagerado lo que digo, así que voy a poner algunos ejemplos y, como estamos en una página de libros, haré ver la ironía como el instrumento fundamental de la novela. La ironía en la vida cotidiana coincide con la ironía literaria en su deseo de destapar la falsedad. En la vida cotidiana produce una risa abierta y en la novela, en algún momento sí, pero en general se queda sólo en el asombro de descubrir lo real tras la apariencia. Voy a poner algún ejemplo de ironía cotidiana. En mis tiempos de residencia universitaria me juntaba con dos gallegas más, estábamos acostumbradas a desconfiar de lo excesivamente serio y las tres nos poníamos a ironizar de manera natural todas las «aparentes» seriedades que algunas ponían encima de la mesa como verdades como puños. El resultado era que mientras nosotros nos reíamos a carcajadas descubriendo la falsedad de aquellas verdades como puños, las otras llegaban a llorar. Cuando ocurrió varias veces, hicimos un consejo y decidimos sólo usar la ironía entre nosotras porque no podíamos estar hiriendo «sensibilidades» todo el tiempo. Hoy me doy cuenta de que aquellas «sensibilidades» eran un conjunto de ideas que conformaban un mundo cerrado fuera del cual, se intuía el abismo, que no era más que lo real.

El abismo fuera de la creencia inamovible no es más que la realidad que se impone por encima de nuestra subjetividad de manera aplastante. ¿Estás seguro de que las cosas son así? Mira un momento, por favor. La ironía es quizás el único momento donde se comparte de verdad la realidad. Todos la vemos y todos nos reímos, creo que por un lado por el alivio de ver algo real y por otro, por compartir ese momento en el que se cae la vanidad, la candidez, la soberbia y miles de actitudes no naturales que falsean lo real y nos colocan en una especie de torre de cristal que aparentemente nos defiende, pero que en realidad nos mata de aislamiento y pobreza intelectual.

La ironía no es más que un falar, como diríamos los gallegos, no tiene ninguna intención de cambiar el mundo, no tiene ninguna intención de nada, sólo es una forma de no aguantar la estupidez. Si nos apuramos un poco, y gracias a esta falta de finalidad, lo que consigue es momentos comunitarios brillantes. Pocas veces te puedes sentir tan cerca de alguien como cuando compartes esa caída de la apariencia. Voy a poner como ejemplo una anécdota real. Desde la mirada de gente mayor que ha vivido la religión y por lo tanto el sentido de las fiestas religiosas, además de una guerra, teniendo muy claro el sinsentido de lo superfluo, la celebración de la Navidad como un momento para el lujo, le parece de una superficialidad incomprensible. Yo he notado el nerviosismo de mi abuela en esas celebraciones, su deseo de no estar ahí y compartir la estupidez. De manera que su forma de hacerlo ver suele ser ir desmontando irónicamente uno a uno todos los elementos de la celebración, por ejemplo que una niña pequeña vaya vestida de fiesta con un vestido que no va a usar nunca más el día que se celebra la humildad de Jesús. De manera que al ver a la niña de terciopelo negro, pregunta: ¿Entonces qué le pasó a esta niña, se le murió el novio?

Celebrar algo al margen de lo que significa es un sinsentido, razonar ese sinsentido no lleva más que a colocarlo en el terreno de la opinión, pero ver la estupidez nos lleva a lo evidente. Comprar un vestido negro a una niña de cinco años no resulta problemático, es un acto inconsciente y sin ninguna trascendencia, todavía más inconsciente es la niña, que se lo han puesto y no sabe ni por qué lo lleva, ni si es bonito o feo, la estupidez está precisamente en esa inconsciencia, en no ser capaz de pensar una forma de estar en una celebración. La ironía es una aparición repentina y flasheante de la realidad. Nadie se espera que aparezca de repente lo real, nadie es consciente de la estupidez que representa. Lo maravilloso de la ironía es que se mueve en lo inesperado, por eso está en decadencia en una época donde todo es predecible.

Y ahora nos pasamos a la novela. ¿Por qué la ironía es un instrumento fundamental de la novela? Porque la novela quiere ver la realidad, eso no significa costumbrismo, ni naturalismo, no quiere reproducir lo que hay, quiere ver precisamente lo que no se ve, que surja lo real en la apariencia. El personaje no sabe quién es ni qué le está pasando, no puede verse a sí mismo, pero el lector sí y ahí se produce la ironía. En la Montaña Mágica, Franz Castorp se va deshaciendo poco a poco como imagen, como apariencia. Él no es consciente de su imagen, el lector y los otros personajes sí, eso hace que resulte patético y que mueva a la risa. Se ha ido con los enfermos, se ha salido de la sociedad para evitar pertenecer a ella, pero no lo sabe y quiere mantener al que representa, un ingeniero joven, inteligente y con futuro.

Don Quijote muestra la imagen que ha creado de sí mismo, imagen que se cree y quiere llevar hasta el final, pero el lector y Sancho saben que no es real. La ironía aparece con los refranes, sentencias naturales que surgen en cada momento de apariencia caballeresca, de cumplimiento del ideal caballeresco. La novela rompe con el ideal a través de la ironía, cualquier ideal. En el fondo, lo que quiere mostrar es la condición humana natural, que no es propiamente humano dominar ni inventar mundos ideales al margen de la naturaleza. Todos los héroes buscan la armonía, saber estar, no inventar una forma de estar. Algunos consiguen superar sus limitaciones aprendiendo, viéndose y otros quedan atrapados en la falsedad.

En cada novela la ironía es el lugar al que llega el deseo del autor de abandonar la falsedad. Por eso hay voces narrativas auténticas y voces falsas. Cuando uno empieza a escuchar un narrador, suena falso o auténtico, el falso se coloca en la convención, escribir como se escribe en un momento determinado, mostrar la apariencia sin más, aunque sea una absoluta ficción. La voz auténtica busca sin ninguna ideología que lo dirija descubrir lo real.

No nos morimos de risa leyendo una novela, sí descubrimos lo real detrás de la apariencia gracias a la distancia. La ironía es distancia, evidentemente el apegado a la ideología no puede ser irónico. El que se quiere ver a sí mismo tiene que distanciarse, dejar marchar las adherencias que producen su apariencia. A partir del siglo XX hay narradores en primera persona que hacen ese aprendizaje, también es ironía. La limitación es la imagen de uno mismo, romper con la imagen y presentarse desnudo es el momento en el que se hace posible la comunicación. La novela también es una forma increíble de crear momentos de comunidad. La necesidad del personaje de abandonar su imagen está presente en el lector que busca la novela. El novelista contextualiza los hechos y los personajes para hacer evidente la falsedad, igual que la ironía en la vida cotidiana, no hace más que «poner las cosas en su sitio».

Estoy pensando en el final de La educación sentimental. El protagonista no se ha dado cuenta de lo que le ha pasado, sí el lector que lo ha visto detrás de todas sus decisiones erróneas. Lo único que sabe es que ha perdido la capacidad de asombrarse, de ver la realidad apareciendo, como en su adolescencia en la visita a las prostitutas. La imagen deseada de sí mismo que le llevó a París, su apariencia creada, no le ha dejado ver nada. Mientras buscaba ser un hombre no convencional se convertía en el más acomodado.

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