NOCILLA LAB. Agustín Fernández Mallo
Editorial Alfaguara
Antes de hablar del proyecto de Agustín Fernández Mallo, prefiero pararme en la primera parte de Nocilla Lab, donde el libro todavía es planteamiento y donde trata, digamos, de la experiencia.
Empieza diciendo que “hay una historia real además de significativa”, una historia que nunca se termina de contar, abierta como todo lo real, y aquí ya aparece la idea de que los significados normalmente no son reales.
Abandona esa historia en seguida y cuenta la peripecia, la aventura vital de alguien que se descubre como escritor. Y se descubre como escritor en los momentos de la vida donde toca fondo, cuando se deja con una novia o cuando se rompe la cadera en un país lejano. Desde ahí aparece la honestidad en su escritura, en que verdaderamente tiene necesidad de escribir. Y entonces empieza a contarse a sí mismo como un producto audiovisual, de manera que los otros acaban siendo fantasmas con excepción del que se acerca desde el significado, una mujer que siempre tiene la frase perfecta y que puede llegar a formar una unidad con su soledad.
Esta forma de vida tan actual está contada de manera magistral, con una metáfora continua siempre expresiva y no excesiva, repitiendo elementos hasta la saciedad, como una letanía que el personaje-narrador-autor necesita recitar para no perder el hilo de su vida definitivamente. Llega a aferrarse al azar, algo tan irreal y vago, como auténtico pilar de la existencia, como una verdad. Todos esos elementos están muy bien escogidos para montar una existencia que tiene que inventarse cada día. Al fin y al cabo un escritor es eso, alguien que busca un punto de vista desde el que apoyarse y que está dispuesto a tener que reemplazarlo por otro en cualquier momento.
El personaje es el autor y el narrador a la vez, lo es todo además, de manera que fuera de él no hay nada como se termina viendo en la segunda parte.
Y entonces llegamos a la segunda parte, el cierre circular, el cumplimiento a rajatabla de las leyes de la postmodernidad. Ahí nos da una definición del mundo postmoderno, “ese estilo de vida, según el cual todo se halla mezclado, conformado en un bloque o una esfera perfecta sin direcciones, ni vectores privilegiados, más allá de la cual no hay nada, todo es vacío.”
Ese personaje hasta ahora viviendo en paradoja real, es decir, un poco asombrado, se convierte en un yo circulado, solo, creador de su mundo donde además especifica ese solipsismo: “todo cordón umbilical termina en una lata de Coca-Cola vacía”. Y empieza el cierre circular, la impostura. De repente el lector se tiene que meter en un molde ya conocido, el proyecto de materializa y toma una forma ya inventada, marcada, casi totalitaria para que todas las piezas se puedan unir. El autor aparece desligado del narrador y el personaje y rompe con magia la promesa que había hecho al principio de contar algo honesto.
Y con esto , no quiero decir que sea una manipulación del autor, sino un estar obligado a cerrar algo que en la lógica del lector está abierto. Pero gana el solipsismo, no aparecen la muerte ni la vida. La muerte sólo está presente como la muerte de sí mismo como personaje y un poco más real, la del gato de su mujer, que es necesario obviar. Y la vida surge en forma de raíces que crecen desaforadamente para tragarse el montaje virtual, pero siempre es posible trasladarlo a una plataforma en mitad del océano para seguir habitando un mundo postmoderno.
En cuanto la muerte o la vida aparecieran, el círculo se rompería, es una cuestión de peso, nada más. De manera que es difícil para el lector que haya vivido estas dos experiencias entrar en la resolución del proyecto.
Pero de lo que no hay duda es de que el escritor cuenta de forma magistral una forma de estar en el mundo que está en la base de muchas relaciones humanas actuales, no sociales, humanas, en las que el amor desparece no sólo como posibilidad, sino como palabra, borrando así el horizonte para optar por una vida virtual, inventada, pero con los límites de una razón nueva que admite una intuición controlada.
El hombre que salió de la tarta. Blog de Agustín Fernández Mallo
Realmente consigues que apetezca leerlo.
El postmodernismo tiene ese punto aburriiido porque conoces el final, pero tu lectura me ofrece un interlocutor con quién compartir la certeza de que hay algo más.
Parece un contrasentido que se nos hable de que en el postmodernismo conoces el final, y que el cierre es circular, que es una manera leer el cuento de nunca acabar; pero ambas cosas son ciertas.
Me quedo con vivir la vida de un modo real (incluyendo el ella el amor), frente a la irreal, virtual o inventada que nos dice otra literatura.
No obstante, ya hablé de esto mismo, y de este mismo libro, en un comentario colgado en el otro post del mismo autor, que ahora copio aquí, y en el que decía:
11 N.O.Z. October 26, 2009 at 21:16
Este fin de semana he descubierto otra parte importante de este autor, a lo que se ve, prolífico. Completada su trilogía “Nocilla” he reparado que la literatura, como la vida, no necesita arquitectos, que es posible crear obras mas allá de lo enseñado y que las novelas sólo se pueden entender enfrentándose a la rutina del comienzo, nudo y desenlace. En la creativa realización y una aparente improvisación de este autor he entendido que la literatura necesita, si acaso, mecánicos que reparen el engranaje, lectores que aceiten los mecanismos, ávidos de conocimiento que penetre en sus entresijos.
Es curioso porque lo he leído todo en una de esa revistas literarias que siempre he considerado para eruditos, para profesionales, para gente que vive con y por la literatura. Yo, que sólo soy lector, me quedo como el crítico con este Fernández Mallo: hombre de ciencia que no renuncia a la poesía y que dice “No existe espacio si no existe luz. Y sin embargo dentro de cada cuerpo todo es oscuridad, zonas del Univeso a las que la luz jamás tocará. Asusta pensar que existes porque existe en ti esa muerte, esa noche para siempre”.