Oh, ese Percival Everett humano que nos lleva a la luminosa igualdad.

Percival Everett, un autor tocado por la honestidad. 

Mientras esperábamos en el retiro de Madrid al fotógrafo que cubría la entrevista de El País,  en silencio observábamos niños, árboles, pájaros, flores. De repente Percival se reía por el salto de una niña o el vuelo repentino de un gorrión. Mientras buscábamos escenarios para las fotos encontramos un perro como el suyo al que echaba de menos. Los dueños nos lo prestaron y el perro posó como un señor. 

Percival Everett es un escritor que vive en una conexión natural consigo mismo y la naturaleza y que utiliza la escritura para compensar la desconexión social impuesta. En ningún momento olvida que es negro y qué significa ser negro en los Estados Unidos. El miedo a que un policía pare tu coche, la indignidad de que ser negro merezca consideración por delante de ser profesor de universidad, filósofo, físico, escritor, hijo de médico. 

No se me ocurre mejor idea para luchar contra el racismo que hacernos conscientes a través del humor de nuestro racismo inconsciente. En Cuánto azul, un pintor norteamericano en París conoce y se enamora de una chica muy blanca y muy rubia. A mitad del libro el lector se da cuenta de que el protagonista es negro y pega un respingo. ¡Pero si yo no soy racista! ¿Por qué pego un respingo? ¿Es que pongo en duda que un tipo culto, guapo, inteligente y artista pueda ser negro? En nuestra ideología aplaudimos la igualdad y la diversidad pero la ideología es papel. Sólo un acercamiento a la diversidad desde la sensibilidad nos lleva a una igualdad real y natural. 

Percival Everett escribe desde su ser adiestrador de caballos, cuidador de perros, amante de hijos que desconoce ideologías, valores, principios. Y es una maravilla entrar en esa narración donde los seres humanos no somos tan importantes y sin embargo podemos ser brillantes cuando vivimos alineados con nuestra naturaleza.

Percival Everett y Donald Trump

Ahí sentado en un banco del retiro y mientras disfruta de los ingenuos movimientos de pájaros y niños es capaz de ver-pensar-imaginar con claridad la estupidez humana cuando se vuelve loca de poder. Porque eso es el dinero. Más allá de poder adquirir cosas implica la posibilidad de disponer de otros. No podemos poseer a otros por mucho que los encerremos bajo llave pero sí podemos disponer de ellos. Y esa es el verdadero motor del racismo, el abuso sexual, la desigualdad. 

Percival Everett ha visto a Trump antes de que Trump mostrara su verdadera cara o su verdadero objetivo. Al final de Los árboles, después de una loca sátira de la novela negra, como en su momento Cervantes creó una loca sátira de las novelas de caballerías, aparece la voz del presidente de los Estados Unidos de América, el país que normalizó, incluso convirtió en moral el racismo. Le puedo vender una soga a un negro, dice. ¿Cómo? ¿Estamos en el aire otra vez? No he dicho lo que creéis que me acabáis de oír decir. 

Percival Everett va más allá de entender el racismo desde las razas, que no existen. Apenas nos diferenciamos genéticamente unos de otros. El racismo se sostiene desde el comercio salvaje. Para eso escribe una novela de humor sobre algo tan trágico. Entiende que el verdadero poder de acción es mostrar la superficialidad que mantiene hechos tan graves. No pensemos en categorías morales, pensemos en estupidez y avaricia. No entremos en dilemas y valores emocionales que escondan el burdo egoísmo que dirige todo. 

Dr. No, ese autista que no ha entrado en la falacia

Percival Everett no es autista pero nunca ha entrado en el carrusel del mundo. Expulsado por raza desde el nacimiento se mantiene consciente de la expulsión. Y desde ahí puede ver, tiene la capacidad de observar. ¿Crees que diriges tu vida? ¿No has pensado que mientras te ensalzan como el americano perfecto te pueden estar utilizando? Dr. No es un físico especializado en la nada. Es profesor de universidad, tiene un perro con una sola pata y por su autismo no tiene ni idea del funcionamiento de las cosas. ¡Cómo son usados estos seres de inteligencia superior para el fin último, el gran sentido: robar los lingotes de oro que representan el duro trabajo de los ciudadanos! La genialidad de este libro es poner de manifiesto la ingenuidad de la inteligencia contra el cinismo. 

En todos sus libros Percival Everett piensa en el lector. Cada frase, cada párrafo está pensado para él. No tiene ningún interés en expresar su descontento, no serviría de nada, es un expulsado. Lo único que quiere mientras escribe es iluminar el mundo desde el sentido común, deshacer el entuerto, descubrir la estupidez del mal, despertar al que no se ha dado cuenta. 

Convertir a Jimmy en James

Vamos a ponernos serios. Hemos llegado demasiado lejos. Vamos a ir hacia atrás y descubrir cómo han aprovechado todo, incluso la buena literatura, para mantener y mejorar la libre disposición de seres humanos. El gran Mark Twain, del que Percival Everett ha aprendido a usar el humor como la mejor arma de destrucción ideológica, no tenía acceso al interior de la vida esclava. No es posible tener acceso al interior de sufrimientos ajenos. La empatía está muy bien pero ahora nos hemos dado cuenta de que queremos saber de primera mano qué siente un chino, un africano, un latinoamericano. Por eso las literaturas de distintas culturas han tenido tanto éxito desde hace años. La mirada occidental no es suficiente para entendernos. Necesitamos las otras miradas y componer el puzzle. 

Así que Jimmy, el esclavo de Las aventuras de Huckelberry Finn debe contarnos la historia desde el otro lado. Y es curioso porque mientras los blancos luchan a dos bandos por una aparente manera intelectual de entender las razas, en el fondo es una lucha por la disposición de los esclavos. Los propios esclavos sólo quieren dejar de ser esclavos. Los esclavos no eran encantadores sirvientes de cabeza plana, leales al amo como un perro. Los esclavos querían libertad por encima de todo. La inteligencia no entiende de razas, tampoco de clases sociales. Volver atrás hasta Jimmy y convertirlo en James gracias a la cultura significa recolocarse en nuestro momento actual. Seguimos siendo esclavos mientras no pensemos. Seguimos siendo juguetes de aquellos que detectan el poder y necesitan mano de obra o más allá, mano consumidora o dedo consumidor.

Oh ese Percival Everett humano que nos lleva a la luminosa igualdad.