Ser un fulano o tener nombre. «Mi pequeña guerra» de Louis Paul Boon
Un fulano es una persona digna de desprecio, según el diccionario, o simplemente alguien indeterminado, o una prostituta. En cualquier caso es alguien que no tiene nombre. El nombre aporta dignidad y cuando hacemos algo somos conscientes, aunque sea mínimamente, de que lo estamos poniendo en juego, nuestro nombre, no nuestra imagen, la sensación que producimos en el otro, la capacidad que tenemos de producir sensaciones en el otro. Cuando abrimos nuestro mail, cada nombre que vemos en los mensajes nos produce una emoción distinta: miedo, alegría, asco, risa…
“Y a la larga pudo comunicarse con alguien de otra celda a través del tubo de la calefacción, y dijo: me llamo gaston, y el otro dijo: yo me llamo andré, y contó cómo se llamaba su mujer y de qué ciudad era y que en su jardín había plantado tabaco, y el otro dijo: yo también. Y luego deseó ver a andré e hizo trampa después de salir al patio, hizo como si se equivocara de celda y miró por la ventanilla, de apenas un meñique, y dijo: hola, andré, y andré dijo: hola, gastón.”
Este fragmento pertenece a un capítulo de “Mi pequeña guerra” que se titula “Historia sencilla”, historia sencilla dentro de la complicada historia de la Segunda Guerra Mundial. Decía Walter Benjamin que los soldados volvían de la guerra, de la Primera, sin poder contar nada, no habiendo sido otra cosa que un número. Y leyendo este maravilloso libro de Louis Paul Boon vienen a la cabeza las redes sociales, tantos años después del horror volvemos a tener problemas con los nombres. La gente crea perfiles: en lugar de producir una emoción natural en los otros, trabaja la imagen que va a proyectar en ellos en función de lo que quiere conseguir y este querer conseguir, casi siempre es inconsciente, por lo tanto, peligroso.
En “Mi pequeña guerra”, la gente, los fulanos, se van identificando con aquello que les compensa, y pueden pertenecer a un partido o a otro, a una asociación o a otra (todas con siglas, como ahora). Y no les importan las consecuencias que en otra gente puedan tener sus actos, no les importa porque no son conscientes, porque no lo piensan, porque para ellos los otros no tienen existencia real, son fulanos, igual que ahora los seguidores de redes sociales son seguidores.
Boon quiere provocar, obligarnos a pensar a dónde nos lleva la falta de conciencia. Porque la guerra, el horror, no llega de un día para otro, aparece de repente sí, cuando la falta de conciencia, cuando mucha gente actuando sin pensar, buscando la satisfacción inmediata, llega a construir una sociedad de fulanos, seres que, cuando se levantan, simplemente se ponen los pantalones y fuman y salen a buscar lo que sea, sin reparar en el nombre de los otros, a los que no pueden ver más que como fulanos también.
Si hoy en día, alguien pone en una red social una reflexión ambivalente (como la vida misma) sobre algo que implique una posición ideológica (y esto de la ideología es muy complicado hoy en día), el insulto llega de inmediato. Burro, no sabes leer, no te enteras de nada, tienes que aprender a leer. La ironía está fuera, no tiene cabida, la ambivalencia es una amenaza. Todo eso estaba en 1943 y antes, cuando la gente tenía que encasillarse en algo, por raza, por ideología, por patriotismo… Y todo eso está en “Mi pequeña guerra”, donde un simple nombre como gaston o andré representa la humanidad entera mientras que los fulanos, aquellos que, sin pensar, saben bien lo que tienen que pensar, crean un mundo sin posibilidad.
Louis Paul Boon quiere ser consciente en ese momento de todo ese sistema de pérdida de conciencia y quiere hacerlo extensivo. Es la mejor definición de literatura. ¿Para qué escribir? ¿Para qué leer? Para ser más conscientes. (Quizás por eso ahora la literatura esté en crisis). Y al final del libro, en un apéndice que añade después de la primera edición, comparte su instinto de fulano, aquello que sintió y admitió, que no es que estuviera fuera de ley, es que estaba fuera de la dignidad que representan los nombres. Y esto lleva a otro tema actual, la autoficción. No sé si algún escritor contemporáneo de autoficción sería capaz de una confesión de este estilo. Boon habla directamente de sí mismo en algunos momentos del libro, entonces no existía la autoficción, la única razón para hacerlo era poner la primera piedra en el proceso necesario de crear una conciencia colectiva.
Lo importante de leer un libro es que nos arroje luz sobre lo que nos pasa, sobre el momento que vivimos. Y este libro, publicado en 1947, escrito en el mismo momento de la Segunda Guerra Mundial, no puede ser mejor espejo para vernos ahora mismo, en esta época de la inmediatez, de la falta de pensamiento, de la dificultad para ver al otro, del desinterés por saber en profundidad, del control absoluto de los propios intereses. Por ahí se empieza a quebrar el mundo.
Un ejemplo de no conversación en el libro, de imposibilidad de decir nada por falta de conocimiento, de pregunta, de implicación:
qué apostamos a que en menos de 10 años va a haber otra guerra, dice uno
Y otro, que le mira con cara de susto por tener que vivirlo todo otra vez: y encima con bomba atómica.
Y otro tercero, que empieza a insultar al muy podrido… al muy podrido… y se encoge de hombros porque en realidad no sabe bien QUÉ está podrido
Y otro distinto al anterior pregunta: ¿pero DEFINITIVAMENTE estáis locos?
Y otro último da la razón al primero porque da la razón a todo el mundo, aunque más tarde dice: no creo que sea tan pronto hay demasiada destrucción – y se aferra a eso, pues ESE ES SU CONSUELO
Última exclamación:
DA PATADAS
A LA GENTE
HASTA QUE TENGA
CONCIENCIA