SOBRE «LA MUERTE DE LA NOVELA»
Resulta curioso que se hable tanto de la muerte de la novela y tan poco sobre ella. Para dar por muerto a alguien antes tiene que ser identificado. La imprenta dio un empujón enorme a la novela y la convirtió en un objeto estético con capacidad de llegar a mucha gente, pero el espíritu novelesco, el acto de novelar existía desde muchísimo antes y responde a una disposición ante el conocimiento que nunca morirá. La novela está tan abierta todavía (su esencia es la apertura a nuevas formas) que no se puede definir en base a una técnica, ni a un objetivo, ni a un tema o un tipo de héroe; su singularidad está en su germen, un impulso artístico de búsqueda. Todas las novelas a lo largo de la historia tienen dos elementos comunes muy marcados: el primero es la falta de intención, no intentan definir nada, son búsqueda en el tiempo y el espacio, una búsqueda de las lógicas internas de la condición humana y digo búsqueda, porque ésa es su esencia. Su lectura ofrece hallazgos, pero lo importante es la vivencia de la búsqueda. Bajo este punto de vista, no se trata de una historia, se trata de un recorrido, de una experiencia en el tiempo y el espacio, como la vida real.
Si leemos las novelas de una manera histórica, nos encontramos con que cada vez se va definiendo más en este aspecto, en conseguir crear presencia. El lector está ahí, metido en los campos de primavera a las afueras de París, escuchando el sonido de algunas bombas a lo lejos, con el silencio fuera del tiempo de la naturaleza y la ansiedad de un frenético presente que está cambiando la historia (La educación sentimental). Está sintiendo el olor de las flores y la piel del objeto del deseo del protagonista. Esta vivencia, esta actualización de una realidad de hace más de un siglo sólo la da la novela. Presenciar el mundo griego en Dafnis y Cloé de Longo, estar ahí, sentir la forma de amarse de esa época, tener delante a un campesino o un aristócrata del siglo II, poder tocar la hierba de entonces, contemplar la costa mediterránea sin urbanizar es un auténtico prodigio que sólo lo da la novela. También sentir las limitaciones de un hombre cercado por una sociedad rígida como en Palmeras Salvajes a través de sus pensamientos íntimos, o el tempo lento, de la decadencia, la falta de futuro como podemos leer ahora en Esplendor de Portugal de Lobo Antunes, o el agobio de una habitación compartida en un hospital por gente tan desigual en una sociedad igualitaria, el miedo, la imposibilidad del deseo, la posibilidad de conocer un régimen cerrado (Pabellón del cáncer). Ellas no mienten, no quieren convencer de nada, sólo muestran y sin distancia, hacen sentir, se basan en la experiencia.
Muchas veces pensamos en el conocimiento como el acto de ir a las cosas mismas, pues la novela tiene eso, presenta las cosas mismas, construye experiencias para ser vividas y muchas veces en este blog he reivindicado espacio para la novela pensando en la necesidad absoluta de ponernos delante de lo que nos está pasando, en aprovechar la posibilidad de meternos en la intimidad de otros en los que ni siquiera reparamos, descubrir conexiones impensables, hacernos conscientes de nuestra sensibilidad actual. La experiencia no muere y la capacidad de intuir aquellos mecanismos sociales que se alejan de lo humano, tampoco. La novela no está muerta porque seguimos teniendo que buscar en nuestra condición humana y necesitamos más que nunca vernos. Estamos en un momento en el que escasea la experiencia, todo lo sabemos de oídas, todo lo vivimos virtualmente, por eso entra bien la mera descripción, la falta de presencia, sin embargo, el vacío que nos deja es el hueco por el que puede entrar la novela, eso es lo que tiene que contar. Tiene que actuar de vigía, detectar qué produce ese vacío y hacer que lo vivamos conscientemente, no inconscientemente como en la vida cotidiana.
¿Cuantos novelistas ha habido a lo largo de la historia? Muy pocos. El esfuerzo de escribir una novela no se hace masivamente. Contar una historia es diferente, copiar un estilo es fácil, asumir una moda y buscar un contenido más o menos brillante también. Pero crear tiempo, ser capaz de captar el tempo propio de nuestra época exige ahondar en la interrelación, esperar una intuición y escucharla. La presencia, el recorrido, la experiencia, todo es tiempo. La narrativa, mirando al pasado o describiendo simplemente, no necesita el tiempo, la novela sí. El tiempo es lo contrario del juego, del entretenimiento, coloca en otra dimensión, es lo que permite ir viendo. La novela no es un juego, es la visión de un presente adelantando un futuro, un presente construido con los elementos de la realidad, espacio y tiempo.
¿Quién no está deseando sentirse arrebatado por lo desconocido y a la vez lo más íntimo, tener experiencias imposibles en la vida cotidiana? La novela sólo morirá si deja de haber autores que encuentren un punto de vista para contar el presente y si deja de haber editores capaces de arriesgar, pero no son las tecnologías las culpables. Precisamente en este comienzo de un mundo nuevo, de una nueva sensibilidad más centrada en la presencia que en el ideal, la novela tiene más campo que nunca. Internet, el cine o la televisión ofrecen experiencias estéticas de otro perfil que en ningún momento pueden tomarse como sustitutas. La novela es un reflejo ordenado y construido, un reflejo exigente. El que haya olvidado la experiencia de la novela, que haga el esfuerzo de leer El Quijote o el Wilhem Meister o El pabellón del cáncer o cualquier otra para sentir inmediatamente la necesidad de leer una actual, de vivir una búsqueda, algo totalmente diferente a corroborar una descripción.
De manera que no creo que no estemos todos deseando leer novelas, que no haya lectores, que la técnica nos domine. Lo que falta es reconocer el espacio propio de la novela para que pueda desarrollarse sin verse envuelta en una definición cerrada en una época o en una clase social.
No puedo estar más de acuerdo con tus palabras. Gran literatura habrá siempre. Por el simple hecho de que escribir es, para algunos, una necesidad y no un medio. El problema está en lo que tu apuntas… la distibución. Localizar y distribuir esta Gran literatura. Deleuze dijo algo así como “no hay muerte del arte, sólo hay asesinatos”. Hemos visto situaciones como Gallimard rechzando a Proust. Otro ejemplo es la URSS que trató de asesinar su propia e impresionante literatura del XIX. Hoy en día ocurre algo más encubierto pero que supone un claro empobrecimiento de la literatura: el régimen de la eficiencia o en otras palabras el régimen del lucro. Gran literatura habrá siempre, la literatura no muere; el único peligro es que no se lea…
No estoy muy de acuerdo con tu definición de novela. Me parece como confundir la música con la sinfonía, es más, sólo con las buenas sinfonías. Pero novelas son también las de J.J.Benítez, p.ej., aunque muchos podamos detestarlas.
Hombre, si estudias la música, no la vas a estudiar desde las malas sinfonías. Pero es un tema muy interesante porque creo que ahí está la confusión que nos creamos sobre la novela. La verdad es que no he leído los libros de Benítez, creo que son de ciencia ficción, ¿no? No tiene que llamarse novela todo lo que pase de 100 páginas y tenga un personaje. Hay muchas formas de narración. También hay novelas mejores y peores, pero lo que me parece importante es la intención en la escritura, en el caso de la novela esa búsqueda de las lógicas de la condición humana. Si el objetivo es entretener, o producir miedo o sensaciones concretas o hacer una crónica es una narración del tipo que sea y no pasa nada porque no se llame novela. Pero creo que no debemos olvidar lo que tienen en común las grandes novelas, porque responden a un tipo de mirada que es transversal a los tiempos y que hace que puedan seguir vivas. Al menos hasta que yo me muera, siempre habrá una lectora.
la verdad me enorgullezco de no saber de donde diablos salió eso de la muerte de la novela. la estructura de la frasecilla se las trae, vale igual para un roto que para un descosido, se puede cambiar al gusto novela por cualquier otro concepto que se nos antoje y nada cambiará ni un ápice. supongo que se trata de eso. del fin de la historia o del fin de las personas o, superado el efecto dos mil, del fin del delfín del mundo.
Ja!, me encantó tu comentario. Esa afirmación mereció el premio anagrama de ensayo de este año. Está de moda aparentar la máxima profundidad con un contenido absolutamente superficial. Aunque no tenga nada que ver, meto a Hanecken. En «La pianista» monta un espectáculo de densidad tremendo para contar el problema de tener una madre castrante, no sé, no se corresponde para nada la forma con el fondo. O no hay fondo, más bien.
Hombre, la descripción dada aquí no deja de ser subjetiva y atendiendo a unos criterios propios que, además, pueden distar de los de otro crítico. Por tanto, por esa subjetividad, no deja de ser una opinión y no un hecho cierto o verdad absoluta.