UN COMUNISTA EN CALZONCILLOS. Claudia Piñeiro

Ni es una novela, ni un relato cerrado como pretende. En realidad, cuando se quiere contar algo, se acaba contando en la forma que sea, aunque se intente poner la atención en otra parte. La motivación de esta escritura no es la dignidad, ni contar la situación política argentina ni «el punto justo donde se cruzan la intimidad y la vida social», como vende la contraportada. El título, Un comunista en calzoncillos es una imagen potente que sí que avanza lo que se nos va a contar.

Antes de seguir, me gustaría hacer una referencia a un tema que hace tiempo pienso y que este libro me viene a corroborar. Cuanto más leo, más patente se me hace un hueco abismal en la Literatura, una cojera demasiado importante como para dejarla pasar. La Literatura nos cuenta nuestro mundo, nos hace conscientes de nuestra forma de organizarnos, nuestras frustraciones, es decir, actúa como una crítica que a la vez ilumina una manera de existir. Pues bien, los que nos organizamos y vivimos en un mundo somos dos tipos diferentes de seres humanos: hombres y mujeres. De manera que resulta aterrador pensar que ese conocimiento sobre nuestro mundo nos viene dado sólo desde el punto de vista masculino, y que apenas hay autoras femeninas a las que se atribuya autoridad suficiente como narradoras de la otra cara de la historia. De hecho, se etiqueta la literatura femenina no en función de la autoría, sino en función del público al que va dirigido. Esto responde a la creación de un estereotipo de sensibilidad femenina, que no puede ser entendida por la masculina y que se la aparta del discurrir literario.

Muchas lectoras que leen por primera vez a grandes escritores, como Faulkner, me comentan que los personajes femeninos no están logrados, están vistos desde una sola arista, de alguna manera son usados para contar algo, pero no tienen mucha profundidad. Yo diría que todavía es peor el asunto, mientras las mujeres somos estudiadas como personajes desde el punto de vista masculino, los hombres no se ven desde la otra sensibilidad, es decir, desde la distancia necesaria para poder conocerse. En mi caso, he optado por personajes masculinos como protagonistas porque creo que puedo contar más cosas sobre ellos que sobre las mujeres, evidentemente los observo más, me llaman más la atención, los veo en contraste… Lo mismo podrían decir Tolstoy o Flaubert de las mujeres. ¿No es un poco absurdo desechar la posibilidad de verse desde la otra sensibilidad que toma parte en la construcción de nuestro mundo?

Y por fin, entro en este libro, que por supuesto no pretende crear un paradigma del hombre, como se ha entendido Madame Bovary, sino simplemente reflejar un aspecto masculino, que ya había tratado de manera genial Emily Brönte. No necesita una novela para hacerlo ver, simplemente elige varias escenas que se repiten en el tiempo y que acaban configurando una forma de estar cerrada y amarga. Estoy hablando de la amargura masculina, quizás podríamos relacionarla con la histeria femenina, de la que tanto se ha hablado en el siglo XX. En ambos casos, los que la sufren tienen unas capacidades que no pueden desarrollar por la precaria y limitada organización social que les rodea. El caso femenino aparece en muchas novelas y ejemplos de psicoanálisis, el caso masculino está sin nombrar, un lugar sin tratar. Cuando Emily Brönte crea al pobre Heathcleaff, la lectura generalizada es la de un pobre producto de la injusticia social, sin embargo, la segunda parte, la de la mujer destrozada por su amargura, también está en el libro. Seguro que en su intención estaba poner en evidencia una especie de enfermedad masculina, como así se ha calificado a la histeria en el otro lado.

Un comunista en calzoncillos es un hombre amargado, un tipo de hombre que puede funcionar como paradigma. Estos son algunos de sus atributos: la falta de reconocimiento social y la elección de víctimas femeninas que ayudan a alimentar esa amargura que no quiere tener fin. Las víctimas parecen hechas para ese papel, otro personaje a investigar, pero como la Literatura no juzga, aparecen los escenarios amargantes con sus discursos cerrados y estrechísimas puertas hacia una gloria falsa.

Como el libro está basado en hechos reales, son los hechos reales los únicos que interesan, el final, que se confiesa inventado, no sirve para nada, no cierra la herida abierta. Quizás este fallo «técnico» clarifica todavía más la dureza de los hechos, la potencia destructiva de la amargura masculina. Todavía hay más signos de identificación en este paradigma: la cobardía, aquí reflejada en el encerramiento en calzoncillos, el culto a uno mismo creando una atmósfera alrededor que lo permita y la autojustificación mediante el discurso, un discurso muy formado, yo diría extraformado, excesivo en su argumentación, irrebatible por su dureza.

Todos estos ingredientes están bien descritos en el libro, que ha seleccionado los momentos en los que se hace patente el universo del que hablamos. La narradora es capaz de verlo y además cuenta sus reacciones, y desde la distancia del tiempo, las limitaciones que le producía. La admiración también está muy bien contada, porque no es admiración al padre real, sino a aquel que no pudo ser y que merece un funeral ad aeternum.

En fin, me resulta muy interesante que empiecen a salir a la luz partes oscuras de nuestra existencia, el lado que nunca se ilumina. En este caso ha podido ocurrir porque no era una intención anunciada. ¿Podemos imaginar un avance como «la descripción de la amargura masculina»? Lo que cuente una mujer no puede en ningún momento anunciarse como algo prometedor porque la autora femenina no tiene autoridad. No hay ningún problema en encontrarnos un libro que se titule: La histeria femenina

La literatura femenina no es una literatura para mujeres, es para hombres y mujeres; ilumina aspectos de nuestro mundo que sólo pueden ser vistos desde ahí. La literatura masculina también ilumina aspectos que sólo pueden ser vistos desde ahí, por eso lo ideal sería llamar Literatura sin más a las dos. Pero para que esto se cumpla es necesario dar autoridad a quien no la tiene, igualar en autoridad los puntos de vista.

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4 responses to “UN COMUNISTA EN CALZONCILLOS. Claudia Piñeiro

  1. La literatura es el punto de vista. Cuantos más puntos de vista, mejor. Y si todos los puntos de vista son respetados y fomentados por igual, mejor aún. Aquí también entraría el tema de las literaturas minoritarias.
    Todo esto gira alrededor de un salto necesario a la pluralidad, que se está dando, pero con mucha dificultad porque exige un cambio de mentalidad, precisamente el fin de los bloques.

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