Una barbie es una barbie
Una barbie es una barbie y un bicho es un bicho. Una barbie es una muñeca, una especie de cadáver de plástico que puede ser manipulada por una niña. A los niños no les gusta jugar con muñecas, eso dicen y creo que he comprobado que es verdad, pero a muchas niñas tampoco les gusta jugar con muñecas. De hecho cuando era niña sentía un rechazo absoluto, grima, miedo quizás, en cualquier caso esa especie de cadáver rígido que podía ser desmembrado y que se dejaba vestir o sacudir o peinar sin ningún tipo de reacción no me gustaba nada. Es verdad que intentaban que la cara fuera agradable con ojos grandes, boca sensual y nariz pequeña, pestañas que subían y bajaban y pelo largo con cierta ondulación, eso amortiguaba la rigidez, pero como mucho me provocaba pena.
Había una moda terrible en mi época de niña. En algunas casas, solían ser las abuelas, colocaban estas muñecas rígidas encima de la cama, apoyadas en la almohada. Eso acentuaba su carácter mortuorio.
Y de repente, cuando la muñeca ha dejado de ser el gran activo para el juego de las niñas, aparece Barbie el film, Barbie convertida en persona. Un fenómeno de masas, mil millones de dólares en taquillas. Las ventas de la muñeca trasnochada se disparan a pesar de la matraca feminista y antijuguetes sexistas que nos han dado durante ya varios años.
La película se vende como una sátira escrita por una mujer, Greta Gerwig, pero avalada por su marido, Noah Baumbach, director de cine de culto. Aquí empieza la manipulación. La venden como feminista pero la autora está asistida por un hombre. Está escrita a cuatro manos, eso dicen, pero ella es la que firma, para que quede claro que es una película feminista de verdad.
Una sátira es una crítica descarnada a costumbres o vicios con la intención de moralizar. La película satiriza la sociedad patriarcal cuando el juguete masculino, Ken, viaja al mundo real y descubre el poder de los hombres. Después vuelve a Barbieland y pretende crear ese patriarcado y romper con el barbiarcado porque no se puede llamar matriarcado a lo que tenían antes. El problema es que como la película tiene que hacer que se vendan muñecas, necesita llevar a la taquilla a todo el mundo: hombres, mujeres, niños y niñas, así que mezcla tópicos que puedan enganchar a unos y otros y se lía tanto que nadie termina de entender lo que está pasando. Así que se convierte en lo que antes se diría un bodrio, pero no importa porque las cifras son las cifras. Objetivo cumplido. Y porque además, por si alguien duda de lo que se está contando, el personaje de mujer real, la que ha jugado de verdad a las muñecas, lanza un discurso larguísimo que reproduce de manera literal el alegato antipatriarcal políticamente correcto.
A mí me encantaría que fuese una sátira de verdad, pero la sátira para que funcione tiene que actuar como una crítica nueva, hecha desde un punto de vista en el que nadie había pensado. Por ejemplo, ¿es bueno que las niñas jueguen a las muñecas? ¿Es bueno que identifiquen que la mejor manera de ser azafata o enfermera o princesa es estar perfectamente vestida y tener las medidas físicas perfectas? ¿Es bueno que jueguen a ser mayores? A la pregunta de qué quieres ser de mayor, cualquier niño debería responder no sé qué es ser mayor así que no sé qué quiero ser de mayor. La compra de juguetes es importantísima porque es una manera de que los niños tomen contacto con los oficios reales: la mecánica, la investigación y también el marujeo. No estoy en contra de las muñecas porque no estoy en contra de nada pero yo no le he comprado muñecas a mis hijas. Se las han regalado. Han jugado con ellas para ver cómo les cambiaba el color de pelo en la bañera, pero no se han relacionado con ellas como si fueran reales. Una de mis hijas en vez de un peluche tenía una piedra. La llamaba Pepe y dormía con ella todas las noches. Todavía la conserva. Es posible que los niños necesiten una compañía para dormir, pero no tiene por qué ser un cadáver de plástico. El hecho es que se han disparado las ventas de barbies ¿por qué? ¿Qué mensaje de la película ha calado para que alguien se lance a la compra? Ninguno. Exactamente se trata de dejarse llevar por la corriente. Ya no sé qué comprar, ahora es esto lo que hay que comprar porque estamos en el fenómeno barbie.
No le estamos dando a este fenómeno la importancia que tiene para entender lo que nos pasa a nivel político y social. Sin ninguna reflexión, sin ninguna adhesión estética, nos apuntamos a fenómenos creados para el bien de alguien muy concreto, en este caso el bien de la empresa Mattel, Mattel Inc. que no significa nada para nosotros. Quizás deberíamos empezar a entender que no se puede luchar contra el capitalismo porque el capitalismo no es nada. En cambio nos podemos negar a formar parte de los fenómenos creados por personas o empresas concretas.
Los primeros que deberían negarse a formar parte de estos fenómenos son los periodistas y la gente que ejerce de comunicador en redes sociales. La película Barbie debería tener su crítica como intento de obra maestra del séptimo arte y nada más.
Nos han hecho creer que el fenómeno, sólo es fenómeno lo que mueve a la masa, fue creado de manera espontánea en las redes sociales. A alguien se le ocurrió la idea de barbenheimer y la masa, como loca, fue creando el fenómeno. Pero en realidad es una mentira. Detrás está Warner Bross y en concreto el productor, un tal Laurence Mark y Universal Pictures que tenía los derechos de Barbie pero al final los perdió etc, etc. En realidad es una estrategia de marketing que se llama Counterprogramming que consiste en alimentar dos ofertas muy diferentes con los públicos de cada una de ellas. Este paso es muy importante, darnos cuenta de que en las redes sociales no nace nada que se haga viral espontáneamente, se hace viral aquello que alguien con poder quiere que se haga viral.
La actriz protagonista de Barbie, entusiasmada con esta maravillosa espontánea idea creativa de la sociedad unida por el ansia de buenas películas recomienda ver primero Barbie, después Oppenheimer y finalmente otra vez Barbie. Ese, dice, es el orden natural. Aprovechando el tirón, se puede llegar a conseguir que la gente vea dos veces Barbie, la película realmente comercial.
La gente ha vivido con emoción ir a las dos películas. Por primera vez he visto que creían que verían algo realmente bueno y consideraban que estaban invitados a la fiesta de la inteligencia. Con el nombre de Barbi y el color rosa y la sonrisa de la chica guapísima era fácil la convocatoria de una masa. En esas imágenes se sentían cómodos, como en casa, y si estaban convocados desde ahí es que podrían entender Oppenheimer, por fin algo inteligente y serio.
El cine ha quedado dividido entre cine de entretenimiento y cine de culto o cine de autor. El espectador de cine de culto puede ir de vez en cuando a una película de entretenimiento porque hay escenas de acción muy bien trabajadas o una estética apetecible o porque quiere reírse un rato o por lo que sea, pero la gran masa, los espectadores de cine de entretenimiento nunca van a una película de culto o de autor porque le sobran siempre una o dos horas de metraje, porque el director se ha pasado cuatro pueblos con los silencios, porque cuando están en el medio ya no se acuerdan del principio o al final no saben qué tiene que ver la última escena con la primera. Una experiencia de cine de culto es suficiente para no volver nunca más. Sin embargo siempre queda esa duda de me estaré perdiendo algo. Si hay gente que ha puesto la película por las nubes será por algo. Seré realmente tonto porque no puedo seguir esas películas o realmente la gente está pasada de rosca y se dedica a darle vueltas al palito dentro del café.
No creo que muchos espectadores de cine de culto hayan caído en la trampa del Counterprogramming, pero alguno lo ha hecho precisamente por el aval del marido de la directora o por la palabra sátira. El caso es que creo que a poca gente le ha gustado Barbie y a mucha gente Oppenheimer y eso me alegra, pero la que realmente ha conseguido vender entradas ha sido Barbie. Mil millones de dólares contra cuatrocientos veinticinco. Y así están las cuentas de la cultura. Sin el fenómeno Barbenheimer, la película Oppenheimer no llegaría a los 200 millones de dólares y probablemente Barbie conseguría 900.
Para el espectador de película comercial a Oppenheimer le sobra una hora, pero piensa que por lo menos se ha enterado del proyecto Manhatan. Sigue pensando que no hay que remover con un palito y sin embargo se ha dejado liar. Los que creen en los contenidos virales en redes sociales están encantados aumentando su creencia en la espontaneidad de este territorio tan libre y democrático. Pero una barbie es una barbie, un bicho es un bicho y la manipulación salvaje es la manipulación salvaje.
Lo mismo ocurre con la literatura sólo que es más transparente. Ahí se habla de grandes ventas, best sellers. Y hay lectores que lo equiparan con calidad literaria. Los worstsellers no tienen ni visibilidad, no existen. Así que la libre elección no es posible. Sólo unos pocos buscan más allá de lo que les ofrecen. El mercado del libro, así se llama, es igual que el del supermercado. El lector va con su carrito a la sección de feminismo, género, eco, neoruralismo, autoficción y coge la marca que más le gusta. Entre unos y otros hay una pequeña diferencia de sabor, pero siempre es el mismo producto.
Y, después, algún cerebro privilegiado del Partido Interior elegiría esta o aquella versión, la redactaría definitivamente a su manera y pondría en movimiento el complejo proceso de confrontaciones necesarias. Luego, la mentira elegida pasaría a los registros permanentes y se convertiría en la verdad.
George Orwell. 1984