Contar la Navidad

 

Voy a un supermercado y me encuentro con un árbol de navidad artificial que vale 12 euros. No pensaba adornar mi casa y de repente pienso en mi pequeña sobrina de tres años a la que le voy a comprar una muñeca con pelo porque el año pasado le compré una muñeca- bebé sin pelo. Cojo una botella de champán para rematar la cena y brindar, supongo que por la salud de todos y poco más porque ya no nos atrevemos a desear muchas más cosas, ya el deseo parece algo pecaminoso en el sentido de antiguo, pegajoso, insano, inmerecido, incluso con algún tinte supersticioso de si deseo algo que no sea salud, podremos ser castigados. Nada que ver con hace unos años, cuando no teníamos pudor en escribir tres deseos en papelitos y tirarlos a la chimenea, mezclando San Juan con la Nochevieja y pensábamos en la posibilidad de un nuevo año, de una vida nueva.

 

No deja de ser paradójico que hayamos visto el 2020 como el principio de algo brillante y nuevo, sonaba bien. Ahora no hay posibilidad de nada. Si no nos mata el virus, nos matará un tornado o un volcán o un político loco con una bomba atómica. La cena de Nochebuena está por ver, depende de las noticias en el televisor, y si la hacemos, habrá un riesgo de esa salud que ya es el único deseo aceptado socialmente. Antes de comer algo que tendré que inventar a última hora, tendremos que meternos un desagradable palito por la nariz y esperar que una raya nos diga si podemos estar juntos o no.

 

Pienso en mi sobrina de 3 años, que se llama vida, es decir, Liv, y necesito darle un sentido a la Navidad. La verdad es que estoy cansada de que sea la Economía la que marque los ritos. Meto el árbol en el enorme carrito  y pienso dónde podré encontrar bolas y esas cosas para adornarlo. En algún altillo. Ya no soy religiosa pero hace un tiempo que he vuelto a conectar con lo no visible. Puedo parecer una loca, pero el aburrimiento que me produce el mundo que solo admite aquello que se ve, se toca, se trocea, se divide, se valora, se cambia, se estudia, se fotografía, se etiqueta, se vende, se compra, me ha llevado a ir más allá. ¿Trascendencia? No, cuando te relacionas con lo que no se ve es cuando más te acercas a lo que se ve, así que no es que trasciendas, todo lo contrario, lo real es más real. La chica con mascarilla que está colocando las botellas de champán en la estantería me ha cerrado el paso con una cadena no sé por qué y le pregunto ¿puedo pasar por debajo? Porque la verdad estoy harta de obedecer. Y ella me iba a decir que no, pero creo que ha notado que le he hablado de tú a tú, como si fuera el último día en el planeta tierra o el único momento que vamos a compartir en este planeta y me dice, bueno, pasa.

 

No puedo elegir entre todas las botellas. El cava no me gusta, el champán francés tiene precios muy distintos y no tengo ni idea de a qué se debe. Alguien debería poder explicarme qué voy a comprar, pero no, para eso tendría que ir a una tienda especializada en vinos. ¿Lo compro aquí a boleo o voy a la tienda especializada en vinos? A boleo, porque me da tanta pereza volver a salir a comprar, un atasco, llamadas de trabajo mientras la luz del coche de atrás me deslumbra por la derecha porque quiere pasar antes de que aparque porque tiene prisa y está perdiendo dos minutos que solo va a cubrir esperando desesperado. ¿Qué puede pasar en dos minutos? Que alguien te diga una palabra que te abre un mundo, por ejemplo, que veas a otro que cruza en silla de ruedas un semáforo y pienses en cómo será su vida, qué pensará cuando se levanta, cómo verá el mundo desde ahí.

La botella va al carrito con el árbol y al otro lado están las servilletas de papel. De repente algo rojo está bien, levanta el ánimo, es alegre. Con las velas crea una atmósfera especial. Y si hay árboles moviéndose por el viento al otro lado de la ventana y si coloco unas estrellas pegadas a los cristales de las ventanas para que desde fuera sepan.

 

Hace años, mi prima con 28 años, poco antes de morir, y yo estábamos en Uppsala, en Suecia, buscando un tratamiento que le salvara la vida. Íbamos caminando de noche a las 3 de la tarde hacia el hospital y nos dimos cuenta de que todas las casas tenían una luz pegada a la ventana. Después, ya desde la habitación del hospital, en aquel silencio absoluto, con la nieve en los tejados, sin futuro y en un presente fuera del tiempo, mirábamos las luces y nos decíamos: qué paz. ¿Podrán pensar desde la calle que hay paz dentro de mi casa? Puede que sí y dará igual si es verdad o es mentira. Habrá tanta paz y tanta guerra como en cualquier sitio, pero alguien podrá pasear a sus perros y sentir paz viendo esas estrellas de luz pegadas al cristal y entonces volverá a su casa con una sensación buena, dure lo que dure. A lo mejor funciona la Navidad. A lo mejor, el ser humano durante siglos y siglos, en contacto fluido con la naturaleza y consigo mismo y los otros y en conflicto constante con todo, se daba cuenta de lo importante que era crear sensaciones que ayudaran a crear vida . Cada rito, cada encuentro podía crear paz o alegría o empatía o esperanza, cualquier cosa parecida a la felicidad y después de un duro trabajo físico era como una recompensa, daba un sentido.

 

Conocí el rito con sentido hasta los años 80. Tiempo y esfuerzo dedicado a una fiesta , a una comida familiar, a una celebración. La fiesta del patrón, la vendimia, los carnavales, la semana santa (qué horror), las castañas, la matanza, el Sagrado Corazón, los cumpleaños, los santos, las comuniones, las bodas, los bautizos, los aniversarios, los funerales, las Navidades. Y cada familia con sus platos estrella, con su forma de vestir, de arreglar las flores, de cantar, de reír. La parte oscura también andaba por ahí, pero justo la fiesta era una forma de exorcizarla. Supongo que todo estaba pensado en un principio para crear esas sensaciones: alegría, sobre todo alegría. Ahora hasta empiezan a sonar mal estas sensaciones, parecen falsas, huecas, absurdas. Preferimos perdernos, entretenernos, hablar de política para soltar bilis, escuchar noticias sobre un no futuro. No tenemos energía para poner una buena música o dejar que un niño cante un villancico, es irremediable ver absurdo, esa musiquilla sobre unos pastores que ya no existen. Los niños tendrán regalos, irán disfrazados a fiestas de colegio donde lo importante será que sean adorados ellos mismos, por lo monos que son, por lo bien que lo hacemos como padres, por lo perfectamente educados que están siendo. Cada uno de ellos vistos por cada uno de sus familiares. Los ojos de cada madre o padre para su propio hijo, la profesora pendiente de quedar bien. La música saldrá de un altavoz conectado a un teléfono y los niños darán vueltas sobre sí mismos sin saber qué hacen ahí, qué están celebrando, solo con el disfrute de ser mirados, venerados. Los teléfonos se convertirán en cámaras de fotos. Mira, mira aquí. ¡Qué gracia, casi se cae, se le ha roto la camisa, se le ha caído el zurrón, se le ha corrido el maquillaje! Coge las chuches, vamos a casa, ahora a dormir.

 

Llego a la caja para pagar. La cajera está cansada. Las cosas van pasando por la cinta: un bizcocho, una botella, un pan en un plástico, da igual. De repente retiro el champán porque no quiero que sea igual que el papel higiénico. Dejo que pase el árbol artificial y barato porque ha puesto a andar mi cabeza. Llegará mi sobrina, Liv, verá el árbol con luces y bolas de colores. Encima habrá una estrella, me agacharé y le diré. ¿Te gusta, Liv? ¿A que es bonito? Es la estrella de los Reyes Magos. Eran tres personas que querían saber lo que no sabían y descubrieron una estrella que nunca habían visto y la siguieron para ver a dónde les llevaba, a un sitio nuevo. Y se encontraron con un bebé que había nacido en un pesebre. Como hacía mucho frío, una vaca y un buey le daban calor. Sus padres lo cuidaban y otra gente que había oído hablar de él, pastores, habían ido a llevarle unos presentes. Y todos se encontraron allí de repente, buscando algo que no sabían qué era. ¿Y sabes qué era? Me mirará con sus ojos enormes con interés, será la única que tenga interés en algo esa noche y yo le diré: que todos estaban juntos, juntos de verdad y querían celebrar que estaban juntos, como nosotros esta noche. Por eso todos los años repetimos este deseo en navidad: paz y amor, y por eso lo cantas en tus villancicos. Eso es la Navidad, Liv.

Y así debería ser, una noche para invocar paz y amor, nada más. ¿Seremos capaces de tener espacio, tiempo y energía para volver a crear sensaciones en el nuevo mundo que tenemos que construir?

Feliz Navidad. Silvia Bardelás

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One response to “Contar la Navidad

  1. Que maravillosas palabras. Cuanto !!! Cuanto dicen, …. Falta tanta reflexión en estos momentos que nos toca vivir, …. Estas palabras están llenas de reflexiones que todos deberíamos plantearnos, Para llegar a nuestras almas.

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