Destiempo: No olvides traer tu silla. Juan izuzkiza

Qué poso de tristeza me deja Destiempo.
Supongo que cada tiempo tiene su imagen de extravío, y el libro nos muestra la de nuestro tiempo. Un arco sin cuerda que lo tense. El tiempo no junta, porque aquí no lo hacen las distintas generaciones. Mati y Lois relacionándose con la luz, de forma distinta. A trompicones una, desde la oscuridad el otro.
Y cuando creo que todo naufraga, cuando personalmente me canso de la sabiduría de Mati, la iluminada abuela, para mi sorpresa, se funde… y se ilumina y se funde… y me reengancho, vaya si me reengancho. Todo se acelera, todo se precipita, todo se hace vivo, más allá de lo que se piense, más allá de lo que piensen los vivos.
<> dice, como si fuera Heidegger, Mati: ¿Cómo ir adelante sin estas certezas que asoman y se retiran a su antojo? Sin ellas no habría nunca acción y sin la acción no asomarían nuevas certezas que siempre desaparecen. El libro deja claro que sin estas certezas que se auto inmolan todos estaríamos condenados al monstruo de la depresión. Y en ese discurrir Mati alcanza otra certeza: <>… aunque nunca hay ningún <> que valga, y, hete aquí, que aparece otra certeza, humorística, como respuesta a este creer que no se cree: el sacrificio otra vez.
Por ello Destiempo es filosofía también. Añadiría: filosofía de campo, donde como dice Berger, todo se presenta y, por lo tanto, nada se representa, donde frente al tiempo que reina en lo urbano, tenemos al espacio -la araucaria, por ejemplo- que cualifica al tiempo.
Más filosofía: todo en la novela es un hablar desconfiando. A cada instante se cuestiona lo que se acaba de decir con contundencia. Es una forma de pedir silencio de mil formas (la presencia de la música, creo, es la otra forma), de mil modos y con unas cuantas vidas que <> (las que tenían que ser la cuerda del arco, comparecen lánguidamente o, sin más, no se presentan).
Destiempo es mundo, no gente hablando del mundo, por más que en ese mundo haya gente hablando del mundo. Destiempo -¡no todo es duda!- nos enseña algo vital del sentido. Estamos en él cuando somos conscientes de cuánto tiempo llevamos sin pensar <> y por fin lo tenemos. En esa disposición gozosa y confiada quedamos libres de esa manía publicitaria de vivir cada minuto pensando en que va a acabar el tiempo de calidad, quedamos libres del vivir a tope de anuncio de refresco.
Destiempo es el pliegue al que hay que mirar porque ahí reside toda singularidad de lo que somos. Y sí, la tristeza no se maquilla, por eso no hay farrago en esta historia que nos cuenta el libro, que es simple y profunda.

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