EL AUTOR PERDIDO

Echándole una ojeada a esta página, se puede advertir la dificultad de recomendar libros. Estaría bien cambiar el nombre de El lector perdido por el de El libro perdido y todavía más concreto sería El autor perdido. Dándole vueltas a este asunto, me he dado cuenta de que no es un tema de exigencia formal, porque hay mucha gente que escribe muy bien, pero si decido no hacer crítica, sólo recomendar cosas que me parecen interesantes, ahí está el problema. ¿Qué es un libro interesante? Un libro transformador, dinamizador por lo menos, magnético en cuanto a imantado. Quizás así se entienda: si un libro no está imantado, no puede crear un campo magnético que atraiga a un lector.

¿Y cómo es un libro imantado? Mi experiencia cotidiana de los últimos años tiene que ver con leer sin parar a escritores clásicos. Siempre digo que psicológicamente estoy de maravilla por este tipo de relaciones que me traigo. Y no es una tontería, es verdad que estar en compañía de unas voces tan singulares y transparentes y apasionadas crea un campo vital absolutamente sugestivo, que, claro contrasta de una manera muy chocante con el panorama literario actual. Y desde esa circunstancia, buscar voces interesantes es desolador. Es como si hubiese una imposibilidad de comunicación, puedo decir he estado toda la mañana con Kant o Goethe, pero no puedo decir he estado toda la mañana con un autor actual porque no existe esa relación, porque parece que el texto está tan lejos que no puede llegar.

Dándole vueltas al tema me viene a la cabeza la relación que tengo con una amiga de 89 años, me lleva más de cuarenta. Es poeta, pero lo interesante aquí es que es un espacio en el que me reconozco a mí misma hablando. Es como si las palabras salieran antes de que yo me dé cuenta y me veo escuchándome a mí misma y tomando conciencia de quién soy y disfrutando enormemente en ese conocimiento. Esto es posible porque en una relación así, tan descontextualizada, el único interés que hay es el de conocer de verdad, pensar sobre el mundo, saber cómo se ha transformado el otro. No hay contexto social que afecte a la comunicación, ningún interés y ninguna ideología compartida.

Y esto tiene mucho que ver con los libros imantados porque las palabras que salen por delante, salen imantadas, necesitan salir, salen de manera natural como en un fluir con el mundo. Así son las palabras de los clásicos con los que trato todas las mañanas, salen porque tenían que salir, sin responder a una función determinada, sin sonar a guardar el equilibrio del mundo del que salen. En realidad son palabras que salen en una época y que cuentan una época pero con una referencia clara a lo común, a lo que llamamos humanidad. Los autores no controlan sus palabras, aunque esto haya que matizarlo, no se trata de una escritura automática, pero sí de una escritura libre frente al mundo.

Este pequeño detalle ayuda a explicar la situación literaria actual. Cuando pienso en esos clásicos, desde la distancia, parecen seres extraordinarios tocados por una musa que les dicta las características de la humanidad que nos hacen vibrar, sin embargo, nos olvidamos de un detalle fundamental. Todos y cada uno de ellos han emigrado del falso equilibrio de su entorno, de la seguridad social, tomada en un sentido más amplio que el que tiene ahora. Si echamos una ojeada a la literatura actual, el wasp nunca ha dejado de ser wasp, el iberoamericano se pone esta etiqueta por delante o el africano estudiado en Harvard necesita esta contextualización. Dostoyevski está dentro de la literatura rusa, evidentemente, pero si vemos cuáles son sus temas, entenderemos la diferencia de libertad a la hora de escribir.

De alguna manera los escritores actuales no se sienten capaces de soltarse del mundo del que salen, las críticas que pueden hacer, por lo tanto, son las que no tocan los cimientos. No son voces singulares porque no están desgajados del grupo. El tema de la libertad en el arte es muy interesante. Por ejemplo, el Wilhelm Meister de Goethe no tiene ninguna intención de criticar el tópico, la vieja sociedad que se desvanece mientras la burguesía nace como una gran esperanza, la liberación de la esclavitud del pueblo en la Edad Media y otros muchos avances que supone. Goethe no critica lo que todo el mundo ve mal, critica precisamente lo nuevo, lo contemporáneo y no lo critica por criticar, sino para entenderlo, contextualizarlo, abrir problemas que puede generar, descubrir potenciales. ¿Qué opinaría un lector de esa época cuando ve que su maravilloso personaje burgués se pone en ridículo constantemente ante cómicos asociales y acaba de alguna manera siendo iniciado por los nobles? Ese planteamiento políticamente incorrecto, pero humanamente posibilitante, sólo se puede dar en el arte. Es como si yo eligiera ahora como personaje principal a un joven comprometido con el ideal del gran cambio social, perfecto indignado, ecologista, comprometido con los más desfavorecidos y lo pusiera en situación de ser engañado por gente de izquierdas retorcida por la vida y enamorado de una super burguesa que lo salva. ¿Es posible romper hoy en día con un orden establecido y con la necesidad de pertenecer a un grupo de gente que piense igual y que te admita? No vale escribir sobre la violencia en Iberoamérica o el individualismo salvaje en Estados Unidos, sobre la guerra civil en España o el racismo en la literatura afroamericana. Todo eso es lo más criticable del mundo, pero no es el papel de la literatura, no puede constituir una literatura transformadora, imantada porque yo y cualquier lector o escritor, ni es racista, ni es wasp de verdad, ni ha vivido una guerra. Esos temas tan serios acaban creando literatura de entretenimiento. Es tan clara la distancia, la falta de encuentro con ellos, el carácter de tópico para el autor, que puede llegar a entretener sin más hasta el asesinato más macabro.

Dostoyevski tampoco critica a los zares, en Los Demonios se pone a estudiar en serio la anarquía, lo que a él le interesa, lo más moderno, lo positivo en principio. El escritor no tiene fuelle para escribir sobre temas que ya conoce, necesita un miedo propio, una duda propia, un deseo propio. Y eso sólo lo puede hacer cuando se desgaja de lo correcto, de la necesidad de ser reconocido, de una ideología. El problema hoy en día es que también el lector necesita liberarse de leer lo que ya sabe y estar dispuesto a colgar en el perchero toda su ideología y aparatos de equilibrio de vida cotidiana antes de empezar a leer. Hoy en día, el escritor sabe que no cuenta con ese lector y el esfuerzo de liberación es doble.

Con este análisis podemos decir que no hay arte sin libertad y que ahora mismo es el momento en el que más peligra la libertad en el arte, cuando más difícil es que surja un artista. Hay mucho exhibicionista, pero eso es fácil, ser lo más crudo posible en escenas de sexo o violencia no significa indagar en los propios miedos. La exhibición no supone ningún arrojo, la transparencia sí. Los escritores americanos identificados como wasps escriben maravillosamente bien, sólo que nunca dejan de ser wasps, sus personajes nunca llegan a salir del escenario del que parten, lo destruyen, pero se quedan en él observando la derrota. Las entrevistas a los escritores wasp dan cuenta de su impotencia a la hora de escribir, quiero criticar esto, pero esto me alimenta, sería incapaz de ponerme en otro lugar. En El Quijote o el Wilhelm Meister o los personajes de Dostoyevski se abre la posibilidad de una nueva vida rompiendo los propios esquemas. ¿Era Dostoyevski un prototipo de ruso? No parecían muy cómodos en su entorno Stephane Crane o Valle Inclán ni Isak Dinesen, que critica los pilares más profundos de su sociedad, los que nadie se atrevería a tocar, ni Joyce en el momento de máximo nacionalismo irlandés.

No hay literatura sin un autor en suspensión que se pone delante de lo que más le conmueve en positivo o negativo para observarlo, que se pone delante de un público que espera lo contrario de lo que le va a dar. Hay que imaginar a Cervantes escribiendo El Quijote cuando todo el público esperaba, sumido en una especie de embobamiento colectivo, una novela de caballerías. Esa es una voz singular frente al mundo. Y no hay que perder de vista otro elemento muy importante, en este caso, el Conde de Lemos, haciendo posible con su dinero la existencia de un texto que ridiculizaba el mundo que él representaba. El Conde de Lemos además de virrey en Nápoles también escribía, tenía su propia paradoja. Perder la paradoja, no reconocer la propia contradicción, colocarse en una identidad fija y bien vista puede que sea la raíz del problema de las voces.

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