El metaverso. Vivir como un fantasma.

Concept illustrating metaverse, between real and virtual world.

Silvia Bardelás

Hace ya bastantes años llegaron a mi casa unas gafas 3D con un contenido para ver. El comienzo del metaverso. Entonces no se utilizaba ese palabro. Se hablaba de espacios tridimensionales virtuales, de la experiencia de asistir de manera real a lugares lejanos, de la posibilidad de desarrollar nuestra empatía embotada por las simples imágenes, de un nuevo mundo de relaciones.

Las gafas iban pasando de uno a otro por todos los miembros de la casa y todos reaccionaban igual. Salían de su boca sonidos incontrolados y los cuerpos temblaban con ligeros espasmos. Eran reacciones inesperadas ante una sorpresa. Por fin algo nos sorprendía en un mundo bastante aburrido.

Cuando me tocó el turno, me puse las gafas. Inmediatamente dejé de tener referencias físicas. Ya no estaba en el salón de mi casa, ya no tenía mi cuerpo y los demás habían desaparecido. Estaba en medio del espacio, flotando. Creo que entonces dije algo como ay, ay porque estaba incómoda. Después dije, qué increíble, ay, ay. Lo que hubiera dentro de las gafas, claro, un pequeño chip que mandaba, me llevó hasta una yurta. No hubo viaje, aparecí de repente allí dentro. La familia de pastores estaban sentados en círculo  en una reunión. Entonces dije qué horror, qué horror, me quiero ir. Ellos no me escuchaban, claro, yo no estaba presente en realidad. Me pareció horrible ser un fantasma. Un hombre mayor dominaba la reunión. Estaban comiendo o cenando en silencio. ¿Y yo qué hacía ahí? Ellos estaban vivos y yo no. Ellos tenían movimiento y yo sólo me reconocía en mi angustia por salir de ahí. 

Entonces el aparato, el chip, el software creado por alguien en algún lugar en algún momento pensando en engancharme como usuaria fiel de realidad virtual, me llevó a Lesbos, a un campamento de refugiados. Ahí es donde entra el discurso de que el metaverso puede hacernos más empáticos. Estaba dentro de una tienda de campaña enorme llena de zapatos y bolsas de plástico por el suelo. Una señora con un pañuelo en la cabeza revolvía dentro de una mochila. Ya no sufrí el impacto de la primera vez, ya me había acostumbrado al estado fantasmal. Llegó el interés de ver lo que había allí, el contenido de las bolsas, la cara de la señora, pero no podía moverme, ni elegir qué ver. El vendedor de realidad virtual me llevó fuera de la tienda, hacía sol y solo había hombres hablando en grupos. No podía mirarlos a la cara, acercarme, preguntarles. No podía oler el mar, tocar nada, elegir qué quería hacer. En un minuto estaba tan aburrida como aquellos hombres que no tenían nada que hacer en un campo de refugiados.

Las gafas volvieron una semana más tarde con nuevas situaciones, lo importante era la palabra nuevas. Había una horrible donde te perdías en un laberinto y no podías salir. Ya no se oía ningún ay, ya no hubo más convulsiones ni gritos diferentes a los que puede producir una montaña rusa en un parque de atracciones. 

Nos sentamos a cenar y comentamos la jugada. “Lo que le falta a esta nueva tecnología es contenido”. “Imagínate la potencia de este formato para la pornografía”.

Y me encuentro ahora con la palabra metaverso como posibilidad de una forma de relacionarnos más allá de lo universal. La industria tecnológica enciende motores, ya está segura, ya puede poner precio y llevar aparatos a las tiendas. Primero tiene que vender la idea. Es fácil: se habla de un mundo nuevo y necesario, imparable, al que tendremos que amoldarnos, que traerá cambios, una nueva forma de vida. Dentro de poco, la señora que revolvía en la mochila en Lesbos podrá aparecer en mi salón como un holograma. Y será eso, señores el metaverso, un holograma, nunca una realidad. Lo único que le falta a la realidad virtual es realidad. El primer día me sorprenderé, mi cuerpo se retorcerá y emitirá sonidos incontrolados ante lo nuevo, la sorpresa, al ver esa imagen tridimensional. Al segundo holograma mi cerebro ya lo habrá registrado como lo que es: un juego.

Leo “Encrucijadas” de Jonathan Franzen y aparece un vendedor de coches, la figura que siempre ha representado al ser humano básico en los años sesenta en Estados Unidos, ese ser capaz de convencer a cualquiera de que necesita un coche. Todo para mantener a una familia que nunca ve porque trabaja todo el día, a una amante que vuelve loca porque tiene que atender a una familia y sobre todo a las noches de copas en cualquier tugurio para olvidar esa vida que no llega a ser vida. 

Y pienso que el vendedor de metaverso representa los años veinte del siglo XXI. No tiene familia ni tiene amante, simplemente satisface sus necesidades sexuales. No tiene que convencer a nadie de que compre su producto porque es una máquina la que convence a miles de compradores a la vez que no son más que avatares. Cuando va a tomar copas no lo hace para olvidar una vida que no le llena porque no tiene vida, simplemente satisface su necesidad social. El vendedor de metaverso es un jugador que sigue las reglas del ordenador que él mismo ha creado. Su vida es muy simple, solo tiene que satisfacer ese pequeño hormigueo que aparece de vez en cuando abriendo una aplicación: para ligar, para jugar, para aprender un idioma, para hacer un plato de comida. Un poco de droga, un poco de running, un poco de música y un meme. 

Y me pregunto, como siempre, si evolucionamos. La imagen bidimensional, la televisión, nos robó realidad, la imagen tridimensional sólo ahonda en el robo. No servirá para entender por qué suceden las cosas, no servirá para relacionarnos mejor, no servirá para vincularnos al mundo. Será algo morboso, nos convertirá en fantasmas, nos separará de lo vital. No satisface el ansia que nos devora. Miro por la ventana. Es el momento en el que se ve un horizonte detrás del horizonte. La luz y el mar hacen que tenga esta visión cuando el clima lo permite. Nunca sé si va a suceder. Tampoco lo he buscado, pero me produce una emoción intensa de más allá del allá. ¿Cómo engancharte después de sentir esto a una realidad virtual? 

No puedo meter una imagen de la puesta de sol porque la cámara no es capz de captar ese momento.

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2 responses to “El metaverso. Vivir como un fantasma.

  1. Trás la pandemia saldremos más fuertes y mejores, trás el metaverso saldremos más fuertes y mejores. Ah!! que ya eramos más fuertes y mejores pero no nos lo habían preguntado antes.

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