El pasado resiliente. “Cuánto azul” de Percival Everett


¡Ojalá pudiéramos recordar los diálogos que hemos tenido en nuestra vida! Al final, nuestras experiencias quedan registradas en una sensación, en la reflexión que hemos hecho sobre ellas, en una mirada que tiene que ver con nuestro recorrido vital. Sería genial volver a esos momentos y escuchar nuestras palabras y las palabras del otro, nuestros miedos y la mirada del otro. Eso sería revivir.

En Cuánto azul el protagonista es un narrador, y como es ficción, puede hacerlo, puede revivir lo que pasó con todas las palabras y los gestos.

¿Por qué revivir algo? El pasado pasado es, pero el gran tema es que las vivencias no se convierten en pasado automáticamente, algunas se mantienen en un estado de flotación que alteran nuestro presente porque no sabemos dónde colocarlas, porque todavía no tienen un final y, sobre todo, porque esperan de nosotros una respuesta.

Para manejar estas vivencias incómodas y fantasmales apareció, en su momento, el psicoanálisis. Alguien se pone detrás de ti, sin que lo veas, porque soltar esos fantasmas no aguanta una mirada, y tú das vueltas y vueltas y vueltas al lenguaje para evitar enfrentarte al fantasma. Lo importante son las preguntas, supongo, el psicoanalista tiene que cercar al fantasma a base de preguntas.

Otra forma de enfrentarte podría ser lo que hace Kevin Pace, el protagonista de Cuánto azul, un pintor de fama que tiene un enorme espacio solo para él y su arte, un lienzo gigante, que nadie puede ver, para echar a esos fantasmas. Sin embargo no lo consigue.

Y ahí está lo interesante de esta novela. El arte se alimenta de la experiencia del artista, pero no es capaz de dar un lugar al fantasma de la conciencia. Así que este hombre, que lleva una vida completamente normal, tiene que pasar por el aro de la lógica de la conciencia, tiene que pasar por las palabras y por la presencia del otro, con mirada y todo.

No es Cuánto azul un libro de frases interesantes, es más, no solo no tiene ninguna frase interesante, sino que cuando da cuenta de alguna teoría artística, cae en saco roto. Ninguna teoría tiene la fuerza de cambiar las cosas, ningún pensamiento estupendo se puede enfrentar a la necesidad vital. Esa necesidad, el ansia de no se sabe qué, la intranquilidad de no dominar tu situación, el sentirte perdido, necesita otro tipo de interlocutor, no teórico, ni siquiera artístico. Quizás esto conteste a la gran pregunta de por qué alguien con sensibilidad artística puede llevar una vida amarga.

Y no solo no tiene frases interesantes, sino que sus diálogos tampoco lo son. Kevin Pace, poeta de fama, con dinero, posición social, acreditado por los críticos, se lo juega todo en su vida normal de suburbio norteamericano, de familia standard. Ese campo de juego es el difícil, porque está condicionado por los fantasmas que llamamos secretos.

El problema del secreto es que siempre lucha por dejar de serlo. El secreto depende del otro. Algo es secreto para otros, no para mí, que sé qué es. Para mí, un secreto es una presencia que me limita. ¿Cómo nos podemos relacionar con un secreto por medio? ¿Cuál es el límite de la relación, cómo nos echa de ella?

Ahí está Cuánto azul, escrito con un lenguaje limitado por el secreto, con toda la potencia de la contención. Un libro construido sobre el diálogo que usamos para salir huyendo de cualquier situación que nos acorrale y nos obligue a hacernos transparentes.

Habrá que leer el libro para saber cómo nos podemos librar de esos fantasmas de la conciencia que se llaman secretos.

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