Alonso Quijano se transforma en Don Quijote de la Mancha y Don Quijote se transforma en Alonso Quijano

Una novela tiene muchas capas, el entramado de relaciones que trata la convierte en una obra abierta, imposible de resumir en una sola idea. ¿Dónde está el centro de una red? Sin embargo hay un verdadero afán por etiquetar novelas con temas y El Quijote es quizás la etiquetada con más seguridad además de ser posiblemente la peor leída.

Una novela está escrita en una época y un lugar, que no funcionan como escenario, sino que precisamente son el objetivo de una historia, el personaje principal va atravesando una red de relaciones tejida como estructura social, como una forma de relacionarse los habitantes de ese espacio y tiempo en ese momento.

El Quijote tiene como escenario principal La Mancha y en su segunda parte, Aragón y Cataluña en una época de la que sólo sabemos generalidades como el problema con los moriscos, el poder de la inquisición, la imposibilidad de cambio dentro de los estamentos sociales o la frontera infranqueable entre el pueblo y la nobleza. La novela es la que nos permitir asistir presencialmente a esa vida y Cervantes elige no un personaje, sino una pareja para mostrarla. Esa pareja representa al pueblo y a la nobleza más baja, que efectivamente no se pueden unir más que en una relación desigual: amo y criado. Sin embargo, la relación entre amo y criado resultaría demasiado pobre, los personajes no podrían tener una comunicación de verdadero interés, así que para conseguirlo inventa una relación que sólo se puede dar en el terreno de la locura, la trasnochada de caballero y escudero.

La intención de Cervantes queda clara en el prólogo donde dice su amigo: “… esta vuestra escritura no mira más que a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballería…” Que significa en realidad una intención de desvelar la realidad, mostrar en un mismo escenario, en una comparación constante, el pensamiento y la forma de actuar del pueblo y de los nobles, haciéndose visibles los condicionamientos sociales que imposibilitan el desarrollo del pueblo, de las mujeres, del amor o la libertad.

La etiqueta de idealista que se aplica al personaje de D.Quijote se ha entendido como una especie de héroe que lucha por el bien, pero lo que cuenta Cervantes va más allá, cuenta lo que hay detrás de ese idealismo, la absoluta falta de interés por el mundo, la imposibilidad de ver más allá de las ideas, una distancia infranqueable con la naturaleza, con la esencia humana y por supuesto el móvil de la fama y el deseo de perpetuar el propio nombre en toda la tierra.

D.Quijote aplica su voluntad al exterior y ve lo que quiere ver, lo que necesita ver para poder realizar esa hazaña necesaria. Es un acto de voluntarismo y sólo se puede mantener esa postura vital obedeciendo la regla, en este caso, la regla de caballería, una obediencia que no permite dudar, la fisura fundamental para encontrar el exterior.

Por eso Cervantes, en su prólogo, quiere centrar la atención en el personaje de Sancho, el pueblo, el personaje no tratado por las novelas de caballería. Y ahí presenta lo contrario, la observación, la necesidad de sobrevivir para lo que es necesario conocer el entorno. Los refranes aparecen como la sabiduría popular, paradigmas de acción a los que se llega por la observación. El exterior es el campo vital de los desposeídos, lo contrario del caballero, que no puede encontrar nada fuera porque siempre va a ser inferior a sus propias ideas. Para Don Quijote lo real, los hechos, es encantamiento. Su forma de poner en peligro la vida de los demás ante los leones o de pegar enfurecido a cualquier caminante resulta trágica porque no está en juego la salvación del mundo, sino su propia fama. Cuando hace sus discursos racionales sobre el ideal de un mundo perdido, los años dorados “donde no había mío y tuyo”, sobre el deseo de volver a compartir la tierra sin injusticias, Cervantes no se olvida de hacernos ver que es un discurso, sólo un discurso.

El mundo que nos presenta es el de una nobleza dedicada al juego, un pueblo que no puede hacer otra cosa que obedecer y que sin embargo está preparado para mandar. Sancho se siente capaz de gobernar, se siente señor de sí mismo y no quiere ser vasallo de nadie, “yo no soy preñado de nadie…Por debajo de ser hombre puedo ser papa, cuánto más gobernador de una ínsula…” Además, en su peripecia de gobernador descubre que esa esfera social antes inalcanzable, en realidad no tiene nada que la haga superior, es más, la justicia no está en ese orden, la ley natural ha desaparecido. Es consciente de la risa de los condes, que conocen su historia y juegan con esa ventaja, su melancolía está en reconocer que ha sido víctima de la codicia, no un ideal, pero sí una pasión que también nublaba la realidad, ni siquiera se había dado cuenta de que no hay ínsulas en el interior.

Y para contrastar este mundo loco en el que tiene cabida esta pareja, el autor cuenta algunas historias reales, todas de amor, de los cerrados condicionamientos sociales que asfixian a los hombres o mujeres libres y transparentes. Todo el entramado social está basado en el engaño, engañan nobles y criados, quizás ese sea el tema más tratado por la literatura española de la epoca, el motivo de La Celestina o El Lazarillo. El engaño es una forma de supervivencia pero nunca para conseguir algo importante, sólo para salir del paso. Uno tiene sensación de estar asistiendo a un país donde todo el horizonte se resume en salir del paso. Y ahí es donde Cervantes hace una crítica necesaria al escenario español y denuncia la mera supervivencia del pueblo, que tiene sabiduría suficiente para llegar a gobernarse a sí mismo y mejorar el estado, y el idealismo trasnochado del caballero que no le deja ver la realidad, sino que le lleva a inventar un mundo marginal y a obligar al cumplimiento de unas reglas ajenas a las necesidades. Las historias que se cuentan en la novela sólo se salvan por la verdad. La verdad, el reconocimiento de los hechos, la búsqueda de lo que realmente pasa, sería la salvación de ese espacio en el que viven los personajes, como es al final la salvación de D. Quijote, que vuelve a ser Alonso Quijano, el bueno, no El caballero de la triste figura o de los leones. Alonso Quijano tiene la facultad de decidir sobre sus posesiones siguiendo un criterio humano, no ideal.

Y esta forma de condenar lo ficticio, el orden al margen de lo humano, que construyó Cervantes, ha devenido en el tiempo por una lectura ficticia también- nadie se lee el Quijote- en una especie de apología del idealismo, del caballero español salvador del mundo. Y todavía sigue siendo un país gobernado al margen de lo real, de los hechos y de lo común y todavía sigue siendo un país donde el pueblo vive para salir del paso.

Es difícil la autocrítica en España, pero por lo menos tendría que leer sus novelas como espejo y no como confirmación de sus fantasías.

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3 responses to “Alonso Quijano se transforma en Don Quijote de la Mancha y Don Quijote se transforma en Alonso Quijano

  1. El Quijote el libro mas comprado despues de la Biblia y acaso el mas abierto o tenido en manos despues de ella, para la mayor parte de sus lectores a pesar del valor cultural que pudo tener en su epoca, resulta un libro aburrido que muy dificilmente se puede terminar de leer y no me refiero a la opinion de un fortuito lector sin background filologico, es una sincera opinion distante de quienes lo promocionan ante el temor de que les rotulen iletras y prefieren seguir vibrando en la frecuencia de la comparsa Quijotezca .

  2. Ya jubilado, tuve tiempo para acometer su lectura. No quería ser uno más de los que nunca lo han leído y quería aprovechar sus enseñanzas. Dediqué unos meses a la lectura de los dos tomos; tenía que hacerlo poco a poco porque no me gustaba y me saturaba. Al terminar, decidí escribir una recensión con los motivos. No quería decir al cabo de los años simplemente que no me gustó. Quería argumentar mis razones del porqué a mi me ha aprovechado tan poco. Si me han de colgar por ello, por lo menos que sea contrargumentando. He aquí mi opinión:

    Miguel de Cervantes (1547-1616) estructuró Don Quijote de la Mancha en 2 partes muy diferenciadas.

    En ambas utiliza la diégesis, es decir, hay un narrador que relata la historia. Además es homodiegética, pues es el mismo Cervantes narrador y personaje. Como colofón, simula basarse en textos arábigos escritos por Cide Hamete Benengeli, interponiendo a este y a su traductor con la historia para darle más verosimilitud. Este tratamiento debió ser bastante novedoso para aquella época.

    La Primera Parte se publicó en 1605, se denomina El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, y en ella Don Quijote es un desconocido por allá donde va.

    El libro se mueve entre el mundo real de la España de comienzos del siglo XVII y el mundo imaginario y de fantasía fruto de la locura del protagonista. Nada que objetar a la construcción de este mundo de locas visiones e imaginaciones que le sumergen en sus supuestas aventuras. Sin embargo, el mundo real me ha resultado muy decepcionante, pues me han parecido una sucesión de cuentos e historias al estilo de los de Las mil y una noches. Vamos, nada realistas, casi más ficticias que las imaginadas por el propio Quijote.

    Tomemos como ejemplo la pequeña venta entre Sierra Morena y La Mancha a la que llevan a Don Quijote en el capítulo 32. Esa noche van concurriendo allí simultánea y casualmente la hermosa Dorotea, la bellísima Luscinda, la más bella mora Zoraida, la bellísima joven Clara y además sus apuestos enamorados don Fernando, Cardenio, el cautivo de Argel, don Luis y algunos familiares y amigos que también pasaban por allí. La venta está de bote en bote. Todos han llegado desparejados y desesperanzados, pero todo acaba felizmente y las cuatro parejas salen del brazo. ¿Es o no es un increíble cuento?

    Se percibe que debió ser escrito deprisa, sin tiempo para que el autor revisase el manuscrito antes de su impresión. Así, se detecta un fallo de continuidad en el guión (script), pues en el capítulo 23 Ginés de Pasamonte le roba el jumento a Sancho Panza, y en el comienzo del capítulo 25 aparece Sancho Panza con su jumento, como si tal cosa no hubiese sucedido. También en el capítulo 23 se hace Sancho con 100 escudos de oro que halla en una maleta, y de los que no se vuelve a mencionar nada en la Primera Parte.

    Cervantes está advertido de los errores por los lectores tras su publicación, y así se los hace ver un lector que es además personaje de su Segunda Parte, el bachiller Sansón Carrasco, en el capítulo 3. A través de Sancho, presente en la conversación, en el comienzo del capítulo 4 Cervantes encuentra una posible explicación al error del jumento en engaño del historiador o descuido del impresor. Y Sancho da también razón de los 100 escudos, que ha entregado a su familia. Vamos, que sale como puede del apuro justificándole Sancho sus fallos.

    La Segunda Parte está publicada en 1615, se denomina Segunda parte del ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha, y en ella Don Quijote es famoso y conocido por allá donde va, debido a la publicación hace 10 años de la Primera Parte, que ha tenido gran éxito de ventas.

    Así, en la Segunda Parte las aventuras ya no son tanto por el enfrentamiento con la gente a causa de las sandeces que le ocasiona su locura, que les era desconocida en la Primera Parte, sino como objeto de las burlas y engaños de la gente a causa de dicha locura, que ya es conocida por los más.

    La Segunda Parte de principio a fin está marcada por su obsesión con el Segundo tomo del ingenioso hidalgo Don Quixote de la Mancha, escrita por el licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, y conocido como el Quijote de Avellaneda, publicado en 1614.

    En el Quijote de Avellaneda Don Quijote se dirige a Zaragoza, donde participa en unas justas medievales. Pues bien, Cervantes dirige allí a su Quijote para participar en las justas, pero para demostrar la falsedad del Quijote de Avellaneda, hace que Don Quijote rodee Zaragoza sin entrar en la ciudad y lo dirige a Barcelona. Así pretende demostrar la falsedad del Quijote de Avellaneda, pues el verdadero Don Quijote nunca estará allí. Como vemos, su obsesión con Avellaneda influye notablemente en el guión de la Segunda Parte del Quijote. Este tratamiento no parece muy inteligente.

    Se producen en esta Segunda Parte también historias supuestamente reales pero que también resultan inverosímiles. Como ejemplo, tenemos las bodas de Camacho, en las que en el capítulo 21 el zagal Basilio le birla al rico Camacho en sus narices a Quiteria la hermosa. ¡Y de qué forma! Lo dicho, increíble.

    Otro ejemplo lo tenemos en las muy sabias resoluciones de Sancho en el supuesto gobierno de su ínsula, que no resultan creíbles en un hombre de su cuna y naturaleza. Vamos, ni el sabio Salomón.

    A sus 68 años debía intuir Cervantes que no tendría fuerzas ya para escribir una Tercera Parte del Quijote y toma medidas para que nadie más pueda hacerlo. Así, innecesariamente, tras llegar Don Quijote sano y salvo a su casa, se le arraiga una calentura que le tiene seis días en cama, recupera el juicio y tras tres días más, fallece. Como el mismo Cervantes escribe, “para quitar la ocasión de algún otro autor que Cide Hamete Benengeli le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas”. Se asegura dejándolo primero cuerdo y finalmente muerto. Deja todo atado y bien atado.

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