¿Hay lectores para Joshua Cohen?

Tenemos la suerte de que Javier Calvo traduzca a Joshua Cohen. Es tal la complicación de frases y de uso de palabras y de vocablos nuevos o inventados en Cuatro mensajes nuevos, que solo un buen escritor podría hacerse cargo del libro.

¿Y por qué esa complicación de palabras? ¿No sería más fácil pensar en el lector actual y poner lo mismo en sencillas frases de sujeto verbo y predicado, sujeto, verbo y predicado, sujeto, verbo y predicado y poco predicado? Es a lo que estamos acostumbrados, a que el autor piense en llegar al mayor número de personas, a no complicar la lectura. Todo esto se resume en frases de gran inteligencia del tipo: la literatura tiene que adaptarse a nuestros tiempos, no se pueden escribir libros de más de doscientas páginas, no se puede usar más que un número determinado de palabras, las frases tienen que ser cortas; porque el lector ha cambiado, ahora es un tío que llega a casa cansado de trabajar y que lo único que quiere es desconectar y que ya se ha acostumbrado a que le den todo en píldoras. Está agotado, no tiene tiempo. ¿Agotado de pensar?

¿Y por qué Joshua Cohen no hace caso? He dicho un tío que llega a casa… pero tendría que decir un tío/tía que llega a casa cansado/cansada de trabajar. He pensado cómo hacer esa frase, pero no me ha salido. Tendré que tomar unas clases de lenguaje inclusivo, ojalá las hubiera, ojalá se pensara de verdad en cómo hacerlo sin que alguien que quiere ese lenguaje inclusivo se sienta agarrotada a la hora de hablar porque no fluye ( ¿un congreso?) Dejar que pase el tiempo y se acabe asentando de forma natural. Este es solo un pequeño detalle de la realidad en la que vivimos, donde está cambiando la sensibilidad a golpes. El lenguaje, ahora, no cambia poco a poco desde una conversación continua, sino que se toman decisiones lingüísticas para cambiar la realidad. ¡Por fin nos hemos dado cuenta del poder del lenguaje! Pero solo unos cuantos, los que deciden cambiar la realidad, los otros, los muchos, obedecen. Si jugáramos a ver cómo usamos el lenguaje, a lo que en realidad nos están contando con palabras aparentemente inofensivas; si no nos acostumbráramos a hablar con siglas que no nos implican emocionalmente y que representan barbaridades para la humanidad…

El lenguaje ha pasado a ser algo técnico, liberado de emoción, eficaz, claro, rotundo, obligado. Nuestra forma de hablar está condicionada por millones de discursos que crean su propio lenguaje y que tenemos que utilizar por mandato social. Creíamos habernos librado del qué dirán de los pueblos, pero ahora mismo, nos encontramos con algo mucho peor. La mirada retorcida de la vieja del visillo se ha convertido en una muralla de leones hambrientos que no están dispuestos a soltar este mundo fácil de las cosas son así o de la otra forma, y da igual el tipo de aferramiento mental, esa imposición es común a todos. Esa es mi sensación en redes, por ejemplo, sobre todo en tuiter. Tuiter da miedo. Decir lo que piensas es como echarte a los leones, a los guardianes del pensamiento lineal, del tener las cosas claras, de la verdad. La violencia va por delante de lo que se dice. Tuiter ha creado un tono de conversación feo, basto, y cualquiera que escriba allí entra en él porque no hay otra posibilidad. (Se libran los que retuitean cosas que se escriben en otro formato). A lo mejor ocurre por tener que comprimir el pensamiento. El que sabe algo es castigado por saber, el que comete un error en su vida es ajusticiado como si no hubiera mañana y son los gatitos los que avalan un buen libro, como si la literatura estuviera en el lado amable de las cosas. (Quizás esto sea lo más horrible, el tono con el que se trata la literatura, como un adorno, bonito).

Por eso Joshua Cohen no puede escribir recto sobre un mundo retorcido. Tendrá que escribir tan retorcido como la sensibilidad a la que estamos sometidos. Y no va a resumir lo que nos pasa, porque es un escritor y crea la experiencia del sometimiento, la conciencia del absurdo de nuestra situación; nos la pone delante, con distancia. ¡Cuántas veces escuchamos alguna frase sobre el absurdo de nuestra vida!, pero ¿quién se mete a observar por qué, de dónde viene ese absurdo? Para eso hace falta inteligencia, además de saber escribir, valores que en el mundo literario hasta suenan mal, como si fueran antidemocráticos, como si se fueran a cargar las lecturas deliciosas.

Es difícil que este libro traspase la membrana de la censura social, no porque hable de la falsedad que rodea todo lo importante en nuestra vida, ni porque denuncie la falta de humanidad en los comportamientos en redes sociales, o la banalidad en la escritura actual, no, simplemente por atreverse a hacer lo que no se debe hacer: tratar al lector como a una persona y no como gente.

La ironía es síntoma de inteligencia, es capacidad de mostrar el fondo de las cosas desde su misma apariencia. Eso hace Joshua Cohen, como siempre han hecho los clásicos, porque un clásico no es un adorno del pasado, un clásico, que puede ser actual, es el que es capaz de mostrarnos la cara oculta de la realidad. Y un lector de 2070 podrá ver cómo nos las gastábamos en 2019.

La literatura está para quienes nos queremos conocer y no para los que ya saben quiénes somos. Por eso no se pueden usar las frases a la medida de los lectores que no buscan conocerse, sino reafirmarse. El gran problema es que el lector de hoy en día, ése que hay que tener en cuenta a la hora de escribir, el que llega a su casa reventado, no es una persona, es un cliente diseñado por la industria editorial. Si no existiese ese lector, no se podrían publicar tantos libros. La realidad es que se conciencia a la gente del cuidado físico para que funcione una industria enorme de la eterna juventud y se conciencia a la gente de su necesidad de desconectar mentalmente (el gran descuido mental) para que funcionen todas las demás industrias.

Cuatro mensajes nuevos critica: la desconexión, la ocupación de la creatividad y del pensamiento, la intención político-económico-social de rebajar al ser humano, la imposibilidad de hablar libremente, la violencia en redes sociales, el uso de la mujer, la formación en estupidez, el trabajo deshumanizado, la comida basura, la inconsciencia, la inmovilidad social con apariencia de movilidad imparable, el negocio en la educación, el aprovechamiento de la debilidad…

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