Julia Rendón, «Ser un lenguaje»

Silvia Molloy, en su texto Vivir entre lenguas, afirma que la pregunta del bilingüe es “¿En qué lengua soy?”. Me tomo esa pregunta más allá del bilingüismo, como una pregunta esencial para mi escritura: ¿en qué lengua escribo? es decir, ¿en qué lengua soy?

La lengua no es el idioma, pero sí un tejer a través de la escritura que puede reflejar un relato construido y reconstruido través de un lenguaje que se convierte en propio y resignifica la vida.

Narrarse migrante, narrarme a mí misma

 Me interesaba, mientras se fraguaba Lengua ajena, ponerme en contacto con formas de lenguaje fracturados que obligan a ponerse en contacto con otras maneras de narración, no solamente a través de la elección de un lenguaje particular, sino también por medio del recuerdo, el extrañamiento, y sobre todo la memoria. La pregunta era, cómo se podía transcribir el relato migrante propio y heredado. Digo propio porque en la narración ficcional de otros, también se permite la narración de una misma. Se trata de vidas que reflejan otras vidas y son resignificadas por medio del lenguaje como forma elegida.

La Shoá. La memoria. La migración de cuna.

 Hay una búsqueda incesante de la identidad en mi escritura: en mi vida. Soy nieta de abuelos que tuvieron que escapar de la Shoá y llegaron a Ecuador donde existe una comunidad judía muy pequeña. Convoco mi infancia porque desde niña sentía que no encajaba, que no tenía lugar de pertenencia. Recuerdo que en el colegio “laico” al que asistía me hicieron salir de clase porque iban a dar un taller de Primera Comunión a mis 150 compañeros. Me veo pequeña y sola en el patio de esa escuela. La historia de mi madre también incluye migración desde Ecuador hacia Estados Unidos y de vuelta. Ella se crió en alemán y en inglés.  A los diecisiete años, yo también emigré fuera del Ecuador, he vuelto varias veces, siempre termino yéndome de nuevo.

Nombro mi mundo personal e íntimo, no para hablar de mí misma, sino para poder escribir sobre el desplazamiento, la migración, la maternidad, el amor y la soledad de Sara, la protagonista de Lengua ajena, y también de Lola, su hija. ¿Y por qué no, de Adrià? Su expareja catalana.

 Ninguno de mis abuelos desplazados por la Shoá me contó sobre sus vidas en Alemania y Austria antes de partir, o sobre sus familiares asesinados, o las cosas que vieron o vivieron. Escogieron el silencio, aunque se rompiera con trazos, comida, música: fragmentos que se reconstruyen. Crezco con la imagen de mi abuela lamiéndole la bota a un soldado Nazi. Crezco con la visión de bebés tirados al aire. Crezco con la tía muerta, la hermana de mi abuelo que no pudo salir de Alemania a Ecuador porque era enfermera. La falta de palabras, en mi caso, me dio el regalo de la capacidad de acceder a una memoria que evoca y puede construir lenguaje. Una lengua tan ajena como propia.

Foto del pasaporte de mi bisabuelo con el cual llegó al Ecuador, junto a mi bisabuela y mi abuela de catorce años. La esvástica de la portada me hiela la sangre, pero la imagen me cuenta una historia, me lega.

Iluminar el detalle. La diversidad latinoamericana

 Lo íntimo, los detalles, lo cotidiano sirven como espejo de algo más grande en una narrativa que intenta transmitir y evocar imágenes, sensaciones, sonidos, más que ser panfletario o racional.

¿Cuál es el verdadero país de un escritor? se pregunta Silvia Barón Supervielle, a lo que contesta: la infancia, los libros, los sueños: la incesante búsqueda de sí. Me interesa cuestionar la idea de pertenencia y sobre todo la idea de nación. Me inserto en la diversidad de escrituras latinoamericanas y me incomoda la exotización. Por supuesto  que la violencia, la desigualdad, el racismo y clasismo atraviesan el cuerpo de las escritoras latinoamericanas y eso se refleja en las escrituras de la región. En Lengua ajena también aparece, así como aparecen las diversidades de los sujetos migrantes a pesar del intento de los Estados Nación de catalogarlos como “ilegales”. Es al narrar sobre la migración, que se construye y se entiende que el territorio y la lengua van más allá del lugar de nacimiento.

Concibo las migraciones latinoamericanas, en las cuales me incluyo, como generadoras de nuevas narrativas que abordan la ilegalidad de las fronteras y la diversidad de las culturas.

Leer para escribir

Respeto demasiado al lector como para contar de más. Repito, el detalle ilumina algo más grande. En este sentido admiro a escritores como Carver o Hemingway que muestran “la punta del iceberg”. También a las norteamericanas Lorrie Moore, Alice Munro y la neozelandesa Katherine Mansfield, que lo hacen con tanta destreza. Pero, sobre todo, durante la escritura de Lengua ajena, apareció El corazón del daño de la argentina María Negroni, que me estremeció por su estallido de lenguaje y también por el silencio que destella. El libro, además, comienza con acápite de Clarice Lispector, una de las autoras que más admiro. También siento una conexión con la escritura de Silvina Ocampo, sobre todo en su fascinación por tratar la infancia. La figura de Lola en Lengua ajena es imprescindible para la historia y para encontrar la forma de narración. También la memoria sobre la infancia de Sara.

On Earth We´re Briefly Gorgeus, la novela epistolar del escritor Ocean Vuong, también fue una lectura importante durante la escritura de Lengua ajena. Me permitió hacerme preguntas claves  sobre Estados Unidos, como territorio que habita Sara y dónde se pregunta sobre la crianza o abandono de su hija, en términos de violencias hacia las personas migrantes, y también sobre su constitución como país inmerso en un sistema cruel con las diversidades. En el texto de Ocean Vuong, el protagonista le escribe a su madre: “Ma, me dijiste una vez que la memoria es una elección, pero si fueras Dios sabrías que es una inundación”*.  La memoria durante la escritura, para mí, es una inundación que me permite crear.

* Traducción Julia Rendón (autora del libro Lengua Ajena)

 

 

 

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