LA OBEDIENCIA Y EL MUNDO VIRTUAL

Está clarísimo que en general gusta obedecer. No es mi caso, nunca lo ha sido y ahora entiendo por qué.  Desde que tengo recuerdo sentía ante la obediencia un rechazo visceral, tenía la sensación de que no se trataba de hacer algo bueno sino simplemente hacer lo que te decían que había que hacer. Me parecía totalmente violento, aunque lo pidieran bien, y sentía que hacer algo porque te lo mandan es de alguna manera deshonesto. Pensaba que hacerse mayor era ser libre y no volver a obedecer nunca más.  Y ese momento llegó y es verdad que nadie te obliga a obedecer, sin embargo la libertad no está porque no obedecer aboca a la no integración y porque tengo la sospecha de una obediencia inconsciente que es la que verdaderamente sostiene esta mala organización social que nos traemos.

El caso es que los únicos momentos en que he visto la integración social  ha sido en los momentos absolutamente fuera del sistema en los que varias personas nos uníamos por un ideal concreto,  actuando, qué sensación de libertad. Y el caso es también que ante mí han aparecido sociedades cerradas, funcionando con reglas claras, no necesariamente explícitas en las que participar aseguraba una estancia estable y agradable, pero donde la obediencia era imprescindible.  Leyendo Eichmann en Jerusalem descubro que Eichmann siempre perteneció desde muy pequeño a alguna sociedad, cumpliendo a rajatabla todas sus reglas y que en el juicio de Jerusalén no sentía culpa por la muerte de los judíos, pero si no hubiera obedecido, si no hubiera cumplido con su deber, sí se hubiera sentido culpable. Todos los días aparecen soldados de Corea del Norte, por ejemplo, obedeciendo, terroristas obedeciendo de manera clara y contundente, pero ¿y el otro tipo de obediencia?Vamos a ponernos a ver el mundo desde esta perspectiva. Ni siquiera vamos a pensar en sociedades con reglas escritas, vamos a pensar en la pequeña ideología, de la que no somos conscientes pero que nos ha convertido poco a poco en lo que somos. Por ejemplo, vamos a elegir cualquier ladrón que sale en los medios constantemente, un político, un empresario y no hay que centrarse en España, este tipo de gente está extendida por todo el mundo, cualquier directivo de banca, empresas farmacéuticas, obreros en sindicatos, príncipes y princesas… Cuando uno de ellos tiene en sus manos la posibilidad de robar dinero que no está en un cajón, sino que es virtual, que está sujeto físicamente a una firma y poco más, está deseando cumplir una de las reglas sociales fundamentales, ser alguien, ser más que el otro, ser libre para hacer cosas, poder disfrutar. ¿A dónde iría a parar ese dinero sino? Al siguiente en la lista con el mismo pensamiento. ¿Cómo va a tener la visión de gente necesitada recibiéndolo si nunca ha visto nunca gente necesitada? ¿Ha hablado con ellos, los ha tocado? No. Incluso el obrero de una organización sindical no va más allá de los miembros de su organización sindical. La ideología que sostiene un sistema social, una sociedad basada en el individualismo, o sea, la búsqueda de la satisfacción personal inmediata, necesita de la virtualidad. La presencia obliga a una actuación más espontánea, no ideológica, emocional. ¿Quién se atrevería a coger ese dinero del cajón de un colegio para niños huérfanos teniendo que atravesar las habitaciones con el sonido de los niños y la visión de las camas ordenadas y la cocina en funcionamiento? ¿Pero quién no se atreve a robar con una simple firma el dinero a una asociación que además se llama APRLM o cualquier masa informe de letras? La obediencia a la ideología inventada por unos pocos que sustentan el poder es fácil. Así se mueve también el mercado: creas una necesidad y vendes lo que se necesita para cubrirla. Cuando salen a la luz los efectos secundarios de ese producto vuelves a crear la necesidad de paliarlos con otro producto. Nunca ha sido tan fácil hacer comercio a gran escala. Obedecemos sin ni siquiera ser conscientes de obedecer, sólo como consecuencia al miedo a la enfermedad, el envejecimiento o la soledad. La obediencia siempre funciona desde lo negativo, está para evitar algo negativo, nunca parte de lo positivo. Los ladrones no piensan que están cometiendo una gran transgresión, ni siquiera se sienten culpables, porque en realidad no lo son, se trata de  una obediencia a las reglas no escritas de la sociedad a la que pertenecen. Ese acto les da la posibilidad de estar más integrados en esa sociedad. Y esto que vale para ladrones vale para millones de casos en nuestra vida cotidiana en los que esos valores inconscientes se apoderan de la situación y justifican actos injustificables. Sólo con extender la idea de la muerte como antinatural el campo de la obediencia queda abierto. La debilidad de no querer morir es suficiente para volvernos los más obedientes del mundo.

Los intelectuales europeos del siglo XX insistieron hasta el comienzo de la II Guerra Mundial en este tema. El hombre sin atributos era un hombre sin lugar, con inteligencia pero sin posibilidad de integración únicamente por su no obediencia. Los hombres marginados por una sociedad capitalista que negaba la comunidad en favor del individualismo no posibilitaba una auténtica vida personal, el individuo no era un yo con identidad, era un átomo descualificado. Muchos de estos intelectuales apoyaron el imperialismo alemán en la primera guerra y otros muchos la revolución rusa o la ideología marxista, en cualquier caso, su ideal era una sociedad más justa que permitiera el desarrollo de todos los seres humanos, pero en lugar de fijarse en los seres humanos, se volvieron contra el capitalismo. En lugar de construir, decidieron destruir lo que estaba mal. En lugar de centrarse en problemas concretos, sustituyeron una ideología por otra. Y el resultado constituyó una paradoja terrible, se consiguió el fin radical del individuo: millones de muertos con tortura, hambre debilitadora para todos, aniquilación de razas que no ayudaban a formar esos mundos ideales. Y en la reconstrucción de los hechos de los sobrevivientes hay un sentimiento común: cuánto más horrible era todo, más digno parecía vivir, mantener la vida. El que mantenía la vida era un individuo y el que las segaba era una inmensa masa de obedientes. Mientras que el estado respondía al absurdo, el individuo tenía en sí mismo el sentido de la humanidad.  Esa fue la paradoja y después de ese duelo entre colectividades arrebatadas y víctimas individuales llegó  una reconstrucción lenta pero segura del mundo capitalista a una escala infinitamente mayor.

La pregunta por el individuo y la comunidad vuelve con urgencia, cuidao, qué mínimo que esta vez vigilarla. Los individuos no son felices y la comunidad no existe. Ya no hay intelectuales, los filósofos se ponen a pensar en sus pequeñas aulas y cuando los medios de comunicación les dejan un espacio tienen la capacidad de hacerlos parecer ridículos, el pensamiento profundo llega a producir risa. Y mientras, el mundo virtual abre las puertas a ensayistas y conferenciantes que pueden contar sus intuiciones, sus visiones espontáneas. Todo es suave, una especie de teatro, los conferenciantes nos hacen ver grandes fallos del sistema ridiculizándolos. Las risas de los asistentes a cada frase, la satisfacción del conferenciante ante su brillantez parecen reafirmar la benevolencia de la imperfección del sistema. Todos coinciden en el mismo pensamiento: ¿Cómo es posible que hagamos tan mal el mundo? Es necesario otro tipo de organización basado en el respeto en general, a la naturaleza, a los otros, a la inteligencia, a las emociones. Todo el mundo aplaude después de las conferencias y vuelve a sus casas a seguir la misma vida que horas antes. Si quisieran cambiarla tendrían que implicar a todos los que tiene alrededor, dejarían a gente que quieren suspendidos en el aire, huérfanos del conjunto de leyes que rigen su vida con orden.

Los filósofos trabajan en la idea de comunidad con más pasión que antes para no volver a caer en regímenes autoritarios, intuyen que la comunidad en el fondo sólo existe donde aparece, no se puede imponer. Y aparece en los momentos de comunicación, de relaciones reales alejadas del interés puramente personal, espontáneas, libres de reglas. En el momento en que esa comunidad se quisiera institucionalizar desaparecería. ¿Quién se atreve a hacer algo en este contexto? ¿Cómo educar a nuestros niños para que creen comunidad, es decir, nunca tengan que obedecer, todo lo contrario, sólo ser, encarnar el bien para ellos y los otros? La obediencia que yo detestaba y que me llevaba al territorio de ser buena o mala, por lo tanto a una especie de bloqueo de acción, al final, queda demostrada como enormemente peligrosa, carente de capacidad de crear ningún ámbito benévolo, por supuesto interruptor de la comunidad y grave participante en la creación de yoes culpables o  autómatas que alimentan un sistema corrupto. Y el mundo virtual se ha convertido en un espacio no violento de crítica y expresión de las individualidades, sin embargo, sin poder de transformación y caldo de cultivo para la obediencia. Si el mundo virtual destruye la presencia, será imposible que surja la comunidad. Avistar los peligros, los huecos por los que la obediencia inconsciente puede entrar y evitar la presencia creo que es una forma de utilizar instrumentos como instrumentos y no dejar que se conviertan en elementos configuradores de un mundo nuevo, los mundos nuevos suelen ir acompañados de terror porque rechazan lo viejo.n El mundo virtual debilita la acción, como es natural, se trata de vivir “como si” con todo lo que eso conlleva. Puede llegar un momento en que la presencia se vuelva insoportable, violenta y entonces no quiero pensar cómo serían las relaciones. La posibilidad de matar sin ver a la víctima, la obediencia de una víctima a un verdugo sin presencia.

Algunas lecturas donde aparecen estos problemas aún por pensar:

La comunidad inoperante: Jean Luc Nancy

Teoría de la novela: Georg Luckács

El hombre sin atributos: Robert Musil

Eichmann en Jerusalen: Hanna Arendt

Inmunitas, communitas: Roberto Espósito

Pensamiento de Slavoj Zizek en general. Vídeos en you tube

 

 

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