NOVENA Y ÚLTIMA PROPUESTA DE ESCRITURA Y CORRECCIÓN DE LA ANTERIOR

EN ESTE VIDEO TENÉIS CORRECCIONES GENERALES DE LA OCTAVA PROPUESTA

Muy bien pensada en general la estructura de los relatos que tendréis que escribir. Como veis, responde a una evolución del personaje, a un conocerse a sí mismo un poco mejor. ¿Cuál ha sido el detonante? El encerramiento que obliga a mirar desde otro punto de vista y en todos los casos a meternos dentro. Todos tenéis que tener en cuenta que cada parte del relato, cada texto, condiciona la lectura del siguiente. El primero que habéis elegido plantea un problema y el último tiene que dar respuesta al planteamiento.

NOVENA PROPUESTA: ESCRIBIR UN RELATO CON TODOS LOS TEXTOS

Vamos a intentar hacer un relato con todo el material que tenemos. Ahora ya sabéis más o menos qué queréis contar y tenéis el material para hacerlo y la estructura. Solo tenéis que unir los textos pensando en lo que queréis contar. Seguro que necesitáis cambiar algo en algunos de ellos para que se adapten al conjunto. Lo que se espera es un relato potente que cuente algo sobre el encerramiento, o con el encerramiento de fondo. No introducciones, no conclusiones.

En el vídeo digo que tenéis una semana, pero podemos dejar semana y media. Tardaré un poco en leerlos, no un solo día. Podéis colgarlos el 3 de mayo y yo pongo las correcciones el 10 de mayo. Justo, el final del confinamiento, el día de la libertad.

Un abrazo a todos y enhorabuena por el trabajo.

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37 responses to “NOVENA Y ÚLTIMA PROPUESTA DE ESCRITURA Y CORRECCIÓN DE LA ANTERIOR

  1. Muchas gracias Silvia. Empezaba a estar un poco inquieto. Además, la sonrisa de la foto ilumina más que el blanco.
    ¿Hay alguna extensión máxima? O cuando menos, alguna extensión aproximada?

    1. Hay que unir los textos. No aumentarlos, aunque se pueden cambiar. De todas formas, cada uno verá lo que necesita para contar su historia.

  2. Buenos días con un pie en la desescalada, que no sé si se refiere a una escalera, a una cumbre o a bajarse del burro. Lo que más o menos estoy redactando, conectando, enlazando, etc., para esta novena y última puerta, tendrá una extensión aproximada de cuatro folios, unas 1.600 palabras. Me prergunto, te pregunto Silvia, si es excesiva y conviene recortar y si está bien así. Aprovecho para decir “esta boca es mía” y para saludar a la compañía, a la que por cierto empiezo a echar de menos después de tantos días

  3. Días confusos

    Al levantarme me asomo a la ventana de la terraza. Veo un cielo gris que anuncia lluvia. Las nubes no me dejan ver la sierra. En el edificio de enfrente están casi todas las persianas bajadas. Mi reloj marca las nueve y media. Miro hacia abajo y mis ojos descubren un árbol cuajado de flores blancas, como un hermoso regalo para los sentidos y para el espíritu, destacando en el verde jardín de la izquierda. En contraposición el jardín de la derecha está desierto, como si le hubieran robado el alma.
    Se ha convertido ya en una costumbre mirar por esta ventana al levantarme. Es uno de los dos lugares que más me atraen de esta nueva y luminosa casa, pequeña, recién estrenada .
    El otro es el salón desde el que me gusta escribir, sentada en el cómodo sofá, que elegí con esmero, único elemento nuevo de esta habitación. Frente al sofá un mueble que me acompaña desde hace muchos años y sobre el que descansan una foto de mís padres, algunas mías de los últimos viajes, un jarrón de mi abuela de cristal tallado y otros pequeños recuerdos o regalos de amigos. Tres libros que estoy leyendo en una mesita a mi lado. Las paredes blancas, aún sin decorar, acentúan la luz que entra a través de una enorme ventana que me permite ver el cielo.
    A través de ella, mientras desayuno, observo la suave nieve que ha empezado a caer y, olvidando por un momento el malestar del día anterior, me viene a la memoria otro lugar y otra nieve. Una ruta por la sierra que hice con unos amigos senderistas hace unos tres mese. La primera hora fuimos prácticamente callados, empapándonos de ese blanco paisaje, del silencio que nos rodeaba. De repente alguien propuso parar. Nos hicimos fotos, solos, acompañados, a los bastones en fila. Después dos o tres nos tiramos al suelo y allí, tumbados bocarriba, con brazos y piernas abiertos, contemplamos los árboles con sus blancas e inmensas copas. Al levantarnos nos tiramos bolas, gritamos.
    Seguimos un rato más hasta llegar a la orilla del río Eresma que bordeamos, sorprendiéndonos en cada recodo,sintiendo la fuerza y la belleza de los pequeños saltos de agua.

    Me sacó de esta ensoñación el timbre del teléfono. Mi amiga Marta.

    – Me pillas muy cabreada.
    -¿Así sin más?¿De pronto?
    -No, claro que no. El cabreo empezó anoche cuando Carmen me mandó una foto en la que se veía una mascarilla, recién lavada, secándose en el radiador de su casa ¡No les dan de repuesto! ¡No me lo podía creer!
    -¿Carmen la auxiliar de enfermería? ¡No puede ser que estemos así a estas alturas!
    – Hoy mi enfado ha ido en aumento cuando he hablado con mis sobrinas, las enfermeras. Estaban completamente desesperadas pero sobre todo se sienten impotentes por la falta de material, de equipos de protección, de todo.
    ¡No me puedo creer que se nos pida a todos cumplir las normas a rajatabla y ellos, los que lo piden, no tengan protegidos a los que están en primera fila!

    A lo largo de la mañana el cielo se va despejando, ha llegado incluso a salir el sol, solo unos rayitos. Me pongo cerca de la ventana y me dejo calentar por ellos. Mi estado de ánimo está como el tiempo, nublado, soleado, tormentoso.
    Un montón de sentimientos se agolpan dentro de mí. Quisiera escribir sobre ellos, transmitirlos de alguna manera, soy incapaz de ordenarlos, no sé expresar lo que siento, me gustaría poder explicarlo, no sé. Voy a hacer algo en la cocina, necesito pensar en otra cosa, necesito entretenerme un rato y luego podré escribir.
    Voy a hacer un bizcocho, no , mejor una empanada ¡No tengo hojaldre!
    ¡Y pensaba que esto me relajaría!
    Voy de un lado para otro.
    Al mediodía como lo primero que pillo.
    Intento dormir un rato. Me siento, me levanto, intento leer, escribir.
    Sí, escribiré, escribiré a Isabel. Hace tiempo que no la veo pero eso no importa.

    Abro el correo .

    Querida amiga en estos últimos días en los que me siento tan extraña me acuerdo mucho de ti.
    Seguro que sabes por las noticias que estamos confinados por la pandemia del coronavirus.
    Al principio de este confinamiento, sentí una especie de alivio. Después de meses sin parar con viajes, salidas continuas, agarrando todo a tope, casi con obsesión, nos obligan a parar. Pensé que sería un buen momento para leer más, escribir mucho. Ya ves, no podía imaginar que el alcance de todo esto sería tan terrible.
    Hay días en los que me invade la desesperación, la impotencia, la rabia y el miedo. Otras veces no quiero pensar en ello. Las noticias son durísimas, procuro verlas solo una vez al día.
    En muchos momentos tengo la impresión de que me he encerrado dentro de una burbuja que me protege y me aísla, haciendo que mis sentimientos estén un poco dormidos. Esta burbuja en la que me he encerrado me hace sufrir menos, sin embargo me preocupa, me pregunto si no estaré volviéndome demasiado insensible. Hace unos días murió el hermano de una amiga muy, muy querida. Me impactó bastante. Estos días además se intensifica el dolor al no poder despedirte de tus seres queridos. Me intentaba poner en su lugar y me parecía horrible. Quería consolarla, abrazarla. Solo hablar con ella por teléfono no bastaba. Creo que en ese momento la burbuja me protegió, hizo que lo viera todo un poco más lejano porque impide que entre y salga el dolor auténtico.
    Gracias por estar ahí. Me consuela mucho escribirte a pesar de la distancia.
    Un abrazo fuerte, fuerte.

    Ceno. Tengo un poco más de apetito que al mediodía.
    Veo una película, y otra más.
    Son las dos de la madrugada. Miro por la ventana antes de acostarme. Lo primero que veo es el edificio de tres plantas justo enfrente de mi casa. La luz sale por varias de sus ventanas. Ocho he contado. Dos de ellas solo me muestran las cortinas. En otras veo una especie de sombras en movimiento. En la tercera planta, a la izquierda, hay un hombre fumándose un cigarrillo, una mujer se acerca y lo abraza .
    Detrás de ese bloque puedo distinguir algunos edificios más altos también con luz en bastantes de sus ventanas, pero solo veo eso en ellas, luz.

    1. El efecto que produce el texto es el de impotencia. Se ve que la protagonista no puede salir, se siente el encerramiento, la parálisis del tiempo, de la vida en general. El hecho de escribir a alguien sin recibir contestación, de vivir con distancia la muerte, de no poder hacer nada con los familiares en peligro es lo que crea este efecto.
      Ten cuidado con los tiempos verbales. Empiezas en presente y de repente hay un salto al pasado. No me gusta, ya sabéis, el uso del presente en primera persona, pero aquí puede pasar. Quedaría mejor si pones todos los días me pongo en la ventana, o día tras día, o es el veinte día que…
      El final lo puedes trabajar un poco. Me encanta la galería de noctámbulos, pero el tema de ver solo luz, que está muy bien, no llega a ser muy efectivo. A ver si se te ocurre ponerlo mejor con respecto a todo lo que nos has contado. Enhorabuena.

      1. Muchas gracias Silvia. Intentaré mejorarlo siguiendo tus consejos.
        Muchas gracias también por este curso tan interesante y por tu continuo esfuerzo.
        Un abrazo.

  4. Buenas tardes, Silvia. A mí el relato se me ha ido a doce páginas. Y me parece que es excesivo para ponerlo por aquí. No sé si sería posible enviártelo por correo electrónico. Si no, no pasa nada. Leeré las correcciones de los compañeros que seguro que algo me puedo aplicar a mí.
    Ha sido un proceso muy positivo y me llevo muchos aprendizajes. Así que…gracias.

    1. Sí, se te ha ido un poco. Esto está pensado para un relato más corto. No podría leer tantas páginas de todo el mundo. Envíamelo de todas formas, por si tengo tiempo. Un abrazo.

  5. OIR EL SILENCIO
    Más allá de la consciencia

    Tan solo un par de metros de recibidor son los que dan acceso a toda la planta baja. En la pared hay una percha de latón donde colgar las prendas de abrigo que no harán falta a partir de aquí. A continuación, un par de aguafuertes bajo los cuales se encuentra una cesta antigua de palos de golf cómo paragüero. Semioculto a la mirada de visitas inesperadas el salón-comedor, un amplio espacio abierto orientado al sur donde los rayos de sol se cuelan desde la terraza hasta su último rincón. Cuando se quedan las persianas sin bajar, nada más llegar de la calle, lo primero que veo es la buganvilla roja que invita a salir y disfrutar de esa naturaleza doblegada, la real solo a vista de pájaro.
    Las paredes pintadas en un gris un tanto peculiar en su composición, un punto de carmesí transmite calor y serenidad en vez de lo anodino de ese tono. La carpintería de la casa lacada en blanco con un ligero toque del mismo color, todas las puertas incluidas las de los armarios se ven blancas, pero con un no sé qué difícil de definir. El mismo criterio aplicado al elegir los estores. Ese matiz lo envuelve todo, solo interrumpido por recuerdos de toda una vida, aquel mar del norte, el paisaje de secano, o el abstracto regalo de…vamos a dejarlo en un amigo de la infancia.
    Aquí tengo más de lo necesario para sobrevivir, televisión, sofá para la siesta o la gran mesa de comedor donde uno de sus extremos se ha convertido en zona de trabajo, desde donde alcanzo a ver el mítico tótem local hoy cubierto de nubarrones. El resto siempre disponible para depositar la bandeja con el desayuno, almuerzo, comida, merienda o cena.
    Por la mañana, nada más bajar del dormitorio salgo a la terraza, el aire refresca mi rostro y ¿que veo? Decir solo lo que veo sin añadir lo que siento, lo que oigo, o lo que huelo, es una realidad incompleta. En mi memoria aún resuena la música y los estallidos de pólvora del último año, en este no se puede repetir el ritual de la Fiesta. Intento mirar, deseo llenar mi alma de libertad, pero queda sólo en una sensación, oír el silencio es lo único real. No puedo volar hasta la montaña cercana, no puedo pisar el asfalto que en su negrura se asemeja a un profundo pozo, ni alzar el vuelo hasta aquel pequeño claro entre nubes desde donde poder otear otros horizontes.
    Miro el ordenador de reojo mientras desayuno, si no puedo hablar al menos escribir. No es posible empezar con “érase una vez” o terminar por “fueron felices”. Partir de una realidad sin que se sepa la que es impide encontrar el qué o el cómo contar. Sin saber por dónde empezar y con dudas por disipar me decido y comienzo a escribir, será un mail a alguien lejano. ¡Qué tontería! Todos están lejos.
    Cariño:
    He de decirte que me alegra no vivas esta situación de confinamiento. Hemos sabido cuándo empezó, pero no cuándo terminará esta cuarentena, que nunca lo fue, por ahora vamos camino de la “sesentena”. Te echo de menos, me gustaría tenerte cerca y contar con tus explicaciones sobre este enemigo que no quiere enseñar la patita.
    Mi día a día pese a lo que pueda parecer nunca es igual. Soledad sí, pero interrumpida por constantes mensajes que en ocasiones me contrarían, como ahora que quiero escribirte sin perderme. Silencio también, pero a las ocho de la tarde con aplausos, música, sirenas…Extraña alegría que se contrapone a lo que nos llega en las noticias.
    Estoy desconcertada y aunque pudiera escucharte decir una y mil veces que soy fuerte, que el que más aguanta es el que gana, puedes estar seguro de que ahora no me ayudaría. Esto es diferente a cuanto hemos vivido juntos. El sentimiento de vacío es tan grande que no creo siquiera pudiera aliviarlo tu presencia, y sabes que te quiero mucho. No entender cómo hemos llegado a esto como sociedad y, sobretodo, no poder ver lo que nos espera no tiene consuelo.
    Siempre he bromeado con gastar los años que me quedan en disfrutar de la vida, tú no estás, pero hay otros amores que me retienen, mis hijas. Sabes que no me importaría morir, pero dejar todo en orden si me preocupa, y esta pandemia nos ha sobrevenido sin estar preparados, por eso quisiera que este coronavirus me respetara por al menos por un par de años. Después apuesto por reunirme contigo y con otros a los que también añoro. Te quiero
    Hasta pronto. Besos.
    Las horas transcurren lentamente, pero el estómago no perdona y los pucheros me reclaman. Mientras corto muy fina la cebolla vuelo a otra casa, otras comidas y lo imagino colaborando en estos menesteres.
    En el silencio su presencia se hace palpable, está junto a mí, miro sus manos, no se parecen a las de un pianista, pero igual que éste las desliza suavemente por…y sus dedos ¿qué hacen sus dedos? Los veo liando hábilmente un cigarrillo fino, muy fino por aquello de fumar menos. Me lamento en voz alta. ¡No es la sobremesa!
    El fuerte olor a cebolla me ayuda a regresar, él sigue ahí.
    Pongo la mesa mientras la música me acompaña, es nuestra canción y me emociono como entonces. La comida está servida, voy a la nevera por ese Benjamín que reservo para días especiales y hoy no estoy sola, imposible mientras sienta sus palabras o perciba sus susurros. En el postre mantendré la copa alzada hasta que las delicadas burbujas del cava encuentren su camino al infinito.
    Una llamada me rescata de la ensoñación, como cada día a estas horas suena el teléfono, no falla, es mi hija.
    – Hola mamá ¿tienes el ordenador abierto?
    – Sí, dime.
    – Vamos a tratar de incorporarte el Face Time, conecta el TeamViewer
    Lo hago y les doy la clave y contraseña. El técnico a distancia es mi yerno, él instalará el programa.
    – Ya debes verme – le digo al mismo tiempo que me atuso el pelo.
    – Si, te veo, estás guapa, pero cuenta, ¿cómo has pasado el día?
    – No muy bien, ya sabes que esto se está haciendo largo, he llorado hace un rato y nunca lloro, al menos desde pequeña. De mayor creo que solo han sido tres veces: cuando el accidente de la cuidadora de mi madre, acuérdate que murió de una forma terrible. Cuando tu hijo entró en coma, y cuando falleció la abuela. De todo hace más de veinte años.
    – Entonces, si ahora no hay motivos y estamos todos bien, dime ¿porqué has llorado?.
    – No sé nena, quizás no sea tan fuerte como antes, de todos modos, después de tantos días sin salir de casa empiezo a sentir cosas extrañas, es como si estuviera en un enorme vacío.
    – ¡Pero mamá! Estamos cerca.

    – Si, pero ¿has oído las noticias esta mañana? Algo tremendo, la Guardia Civil entrando en un geriátrico ha encontrado ancianos muertos solos en sus camas, ¡pobres! Entenderás que esté afectada.
    – Mamá, piensa, tú no estás sola, estás en tu casa por qué quieres, nos tienes a todos pendientes de ti, eres fuerte y… ¡sólo has llorado tres veces en tu vida!
    Intenta tomarme el pelo con mi supuesta fortaleza, quiere hacerme reír.
    – Bueno, bueno, déjalo. Hasta mañana, besos y buenas noches.
    – Buenas noches madre, y mañana ponte guapa, ya sabes que te veré.
    A estas horas no da tiempo a saborear la palabra madre, ya son las ocho y en varios balcones los vecinos agitan linternas encendidas. Mucho ruido, mucha fiesta por unos minutos. ¡Qué contrastes! Les muestro mi empatía encendiendo la luz de la terraza, pero no me quedo. Solo deseo entrar y recogerme en silencio.
    Antes de acostarme una última mirada al cielo, las nubes negras parecen anunciar lluvias torrenciales y aunque en algún punto aclaran su intensidad hacia los grises, las estrellas siguen sin dejarse ver. ¿Y aquella zona plateada? Quizás sea la luna, pero ni un solo resquicio por donde filtrar su luz. Contemplo la calle vacía, nadie pasea por las aceras.
    Una espesa niebla oculta la montaña que está al alcance de mi vista, afortunadamente no logra cubrir su falda donde se encuentran muchas casas, desde aquí no las distingo bien pero si veo luz en sus ventanas. El conjunto da un aspecto de belén al paisaje. Una de esas luces llama mi atención, observo su parpadeo, ¿será una alarma que se ha disparado? También puede ser una de sus farolas averiada.
    Antes de retirarme a descansar es ya una costumbre observar un ático al otro lado de la calle, para mí es un juego saber en qué están entretenidos mis vecinos a estas horas. En la distancia percibo unos fogonazos de colores, ¿acertaré hoy? Envuelta en el silencio de la noche subo lentamente la escalera mientras pienso en ello.

    1. Creo que con el relato consigues transmitir la sensación de soledad y vacío. Los elementos que has utilizado para conseguirlo son:
      _ No se siente identificada con su casa. La descripción que hace de ella es muy distante.
      _ No es capaz de disfrutar de lo que ve fuera. Le devuelve el recuerdo del pasado.
      _ La conversación más real que tiene es con alguien que está muerto.
      _ las noticias le dan miedo.
      Y el final me parece lo mejor. Después de la situación difícil que está describiendo, termina en un juego. Ese juego se convierte en un símbolo del absurdo. No se puede hacer nada, así que juguemos.
      Como crítica: la primera parte me parece que es demasiado larga y que no aporta demasiado al texto. Esa descripción se puede hacer más expresiva. Y la conversación con la hija también se puede acortar. Los diálogos siempre tienen que tender a cortos, a que digan lo fundamental.

  6. Más allá del confinamiento.
    Miguela sentada en la cama se estaba poniendo el pijama, con la punta de los pies tentando el suelo alcanzó las zapatillas para ir derecha a la ventana con la luz apagada. Alcanzo el pretil trastabillando con la butaca,
    – Porras no me acordaba que estaba aquí este trasto.
    Bajo un cielo oscuro sin estrellas inspiraba placenteramente el aire fresco con aromas de yerba húmeda y azahar cuando creyó ver una silueta recortada entre los arbustos de la acera. Miró intrigada hacia el movimiento de las hojas que iban haciendo unos ruidos sospechosos crecientes en dirección a su casa. No corría ni una brizna de aire que lo justificase, se empezó a inquietar, no detectaba ninguna presencia y el ruido era cada vez era más intenso.
    Presa de un miedo creciente aguzó el oído y siguió escuchándolo más cercano. Creyó oír algo trepar por la fachada. Cerró la ventana de golpe. Un estruendo se estrelló contra el cristal, se quedó inmóvil, quiso gritar y no pudo. Cerró los ojos súbitamente y noto cierta humedad en el pantalón del esquijama.
    Abrió los ojos aliviada al oír el maullido de la gata de su vecina Aurora, la señora mayor que vivía sola con su gata, ya era raro que un felino tan huraño como su dueña acudiera a su ventana.
    Alcanzando la bata salió corriendo a su casa.
    No tuvo dificultad para abrir la puerta de una patada, no estaba la llave echada, la mujer yacía entreabierta de piernas sobre un caballito de madera de tiovivo de feria, disfrazada de cowboy entre un revoltijo de botellas de wiski, una gran vomitona y galletas.
    Tras pasar la noche en vela esperando a la policía y después de haber testificado del trágico hallazgo de su vecina muerta en tan extrañas circunstancias, ya estaba amaneciendo.

    De vuelta a casa totalmente insomne, tratando de recobrar el sentido se dirigió a acodarse en la ventana a contemplar la estampa del monte rocoso, la impresionante silueta oscura del Montgó bajo el cielo plomizo sobre el horizonte.

    La foto fija parecía un poster, pasaban las horas y los días con la única variación de la intensidad de la luz y de su estado de ánimo. Se quedó embelesada tratando de adivinar los contornos de farallones y roquedales dormidos en la quietud imperturbable de obligado confinamiento.
    Estaba a punto de llover y el umbral de su ventana se le antojaba el umbral del universo, porque esos días no había más allá. El covid 19 seguía expandiéndose sin remedio.
    Con el ánimo bajo, Pepa vino a su rescate como tantas veces Miguela sintió su aliento y leyó en sus ojos y respiración la impaciencia de la feliz rutina instaurada.
    – Hola princesa buenos días, dijo dándola palmaditas entre las orejas.
    – ¿Quieres comidita reina? Vio que rechazaba la propuesta, y se encaminaba en dirección a la puerta.
    – ¿Perdonas el desayuno? ya entiendo tu urgencia, estás loquita por que salgamos afuera. Se encaminó al perchero a coger el arnés y la correa.
    – Guau, guau, guau expresaba loca de alegría, daba rabotazos y sus ojos le devolvían una mirada agradecida.
    Al retornar a casa tras hacer las necesidades en la calle la perra, las noticias funestas de los muertos en las residencias de mayores le golpea en la cabeza. Siempre le había acompañado un sentimiento de culpabilidad y tristeza al pensar en su madre fallecida en una de esas residencias.
    Ahora hasta casi se alegra que su madre no tenga que vivir aterrorizada por contraer la enfermedad tan contagiosa, aunque con su demencia quizá ni se hubiera enterado.
    Recuerda los paseos con ella por el frondoso jardín de la residencia un magnífico edificio de granito de tres plantas, rodeado de amplias terrazas, en plena sierra del Guadarrama y ese olor indescriptible a desinfectantes, orines y agua de colonia Heno de Pavía, que se filtraba por las puertas de los aseos y se propagaba por los pasillos y las salas de estar, y el otro olor del ala de las cocinas, almacenes y cuarto de lavados, que siempre era a hervidos de verduras y se alargaba a los comedores y parte trasera de la planta baja, y cómo cuando iba a ver a su madre, huían de toda esa mezcolanza de olores, directamente salían a la terraza y al jardín, cuando el tiempo lo permitía, y si hacía mucho frío se refugiaban en su bonito cuarto, decorado con sus muebles y cuadros, excepto la cama, que era de la residencia igual que todas, articulada y alta.
    Tomando café en la cocina Miguela solía oír las nueve campanadas del carrillón del reloj de la sala, a veces eran diez u once desde que estaba en confinamiento, debido a que también se acostaba más tarde, y sintió un ligero pinzazo de nostalgia ya que provenía de la casa de su madre, quien siempre decía que su latir era el del corazón de la casa, nunca permitía que dejaran de sonar. Cuando la ingresaron en la residencia, Miguela tenía que ir una vez a la semana a su casa a dar cuerda al reloj y regar las plantas. En las visitas siempre le preguntaba si lo había hecho.
    Ahora un retoño de su ficus benjamina, y su reloj siguen latiendo en la sala, junto a uno de sus óleos que decoran la pared, y se ha convertido en la estancia favorita del obligado confinamiento.
    Como cada día el reflejo de la luz entraba por el ventanal del fondo e iluminaba la estancia de paredes agrisadas vestidas de cuadros, y aunque era amplia, no lo suficiente para albergar tanto mobiliario y que quedase despejada. Tal circunstancia sería un milagro porque tenía la habilidad de coleccionar objetos, cuadros, libros, mesas, relojes, etc.
    Los óleos eran su debilidad, algunos de grandes dimensiones para una sala de estar doméstica, y nunca se cansaba de recrearse en ellos, sus pinceladas eran las pisadas que la introducían en los paisajes, de las figuras humanas casi olía su aliento, en los bodegones cobraban vida los objetos… todos eran ventanas que traspasaban su mirada.
    El descanso de la guerrera era su butaca frente al cristal, que ampliaba la vista hasta el monte sin edificios entre medias; el ventanal, la terraza, el patio y afuera la calle y enfrente nada, la acera sin casas, solo las hojas de la acacia silbando al viento.
    Pepa se zambullía a lo largo de un sofá, frente a la mesa bajera que situada en medio centrada, resaltaba con orgullo la plancha de mármol plagada de fósiles incrustados, y algunos ammonites y geodas encima, todo ello producto de incursiones de años a los anticuarios, de espaldas la librería de vitrinas. En la otra zona de comedor la mesa alta atestada, que por más que intentase ponerla en orden sin cosas encima, pues era imposible, se había apoderado de ella el portátil, la agenda, el cenicero de cristal de roca repleto de lápices y bolígrafos, las carpetas de sus actividades, rodeada de las cuatro sillas tapizadas en gris como las cortinas, un secreter, otro baúl grande lacado chino y una estantería abierta de baldas…

    Miguela había elegido cómo y dónde empezar una nueva etapa de su vida, cada día se sentía afortunada rodeada de objetos que eran en parte de la historia de su vida pasada y parte de la que fuera de sus padres. De vez en cuando los muebles y los cuadros pedían que los cambiase de lugar, de modo que cuando entraba por la mañana al salón se recreaba estudiando el efecto del último cambio y muchas veces seguía sorprendiéndose.
    Siempre pensaba que era una pena que las paredes de las casas no fueran extensibles, eso sí que sería un gran avance constructivo.
    Muy lejos quedaron los años de tiranía de un marido que no permitía cambios del mobiliario ni de nada, se sentía feliz en su refugio combinado todo a su aire, aunque de vez en cuando tuviera que sacrificar algo para ser reemplazado.
    Consciente de la jaula dorada hecha a su medida, vivía protegida y se sentía afortunada dentro del infortunio general que estaba azotando en tantos países a tantas personas. No tenía derecho a quejarse, y sin embargo empezaba a cuestionarse si tanto confort no le estaba limitando sus inquietudes de vivir experiencias nuevas.
    Como era su costumbre tras el café de la mañana hasta la hora de hacer la comida al filo del mediodía, se ponía a escribir en el ordenador. No la inquietaba sentarse con la mente en blanco, casi siempre afloraban sentimientos en formas de poesías, que extrañamente se iban encadenando con sus sempiternas obsesiones del paso del tiempo, de la muerte, del sentido último de su existencia, y otras cosas por el estilo. Intentaba que fueran de interés, originales o al menos que se pudieran leer y no morir de aburrimiento siempre que se dejaba llevar sin ideas preconcebidas, como tantas veces antes, ya que si no eran de gran calidad literaria al menos eran un magnífico antídoto para la tristeza. También tenía que hacer hueco a leer los emails antes de hacer los deberes de las clases de flauta travesera, que la llevaban mucho tiempo y esfuerzo.
    No dejaba de cuestionarse su propia existencia y la inseguridad de la repercusión de la pandemia en el futuro, ya nada sería igual. ¿Se habría suicidado Aurora pensando que ya no había futuro?, a lo mejor ella también tendría que recapitular su propia existencia y cumplir con sus viejos deseos… no los de cambiar el mundo y la paz universal ni esas bobadas de hippy trasnochada, sino de seguir activa como mujer en todas sus facetas sexuales, intelectuales y sobretodo viajeras. Ese viaje aplazado a las islas Feroe con su amigo Franchés que cayó en el olvido, en parte por la expectativa poco halagüeña de adaptarse a su dieta de carne y grasa de ballena, y cordero fermentado, lo único salvable era el bacalao seco, cobraba ahora sentido.
    Leyendo su correo electrónico se le ocurrió escribir un email a su viejo amigo. Le confiesa su estado emocional ante el confinamiento, se replantea su vida sin grades expectativas por ser el futuro cambiante e imprevisible.
    “Hola Franches,
    Te extrañará tener noticias mías después de tanto tiempo, sepas que a mí todos estos años se me han pasado volando.
    Me pasa que hoy con esta situación de soledad y aislamiento, mi cabeza da vueltas y me pregunto si no hubiera sido mejor seguir compartiendo piso contigo, quizá es muy egoísta por mi parte justo ahora querer buscar compañía y calor humano, tus friegas con tus manos calentitas como ascuas me hacían entrar en calor los sempiternos pies helados y no sabes cómo me reconfortaban y fíjate que tontería que es por este detalle que me he acordado de ti, porque estos días me vendría de perlas esos masajitos, tengo una sensación de escalofrío que no entro en calor ni con las infusiones, y pongo el termostato a 21 grados y como si nada. Estoy vagando en un mar de incertidumbres, que me hace cuestionarme todo, si mi decisión de abandonarte y empezar en un lugar nuevo a tratar de estudiar música y cultivar tomates ecológicos, fue acertada. Esta situación tan caótica me hace pensar que todo pende de un hilo, que no merece la pena hacer planes de futuro, que nada ni nadie está seguro.
    Qué es de tu vida, ¿sigues pintando y viviendo en el mismo apartamento?, me pregunto si ahora lo compartes con alguien y de ser así, si también os habéis enrollado.
    En realidad tengo muy claro que cuando todo pase, volveré a la normalidad y gozaré de estar a mi aire en mi espacio como siempre sola, como la canción de Jaques Brel no je ne suis jamais sole avec ma salitude… Eso sí ahora me he acordado de ti y deseo que este confinamiento que también ha llegado a las Hurdes como a todos lados, lo superes y podamos celebrarlo quizá organizando un encuentro para recordar viejos tiempos, y ojalá que pueda ser pronto.
    Un gran achuchón y un besazo cibernético, tu fiel excompi y amante amiga Miguela
    P.D. En caso afirmativo, cuando todo pase podríamos quedar a medio camino, elige tú el sitio, aunque conociéndote me llevarás a alguna hospedería monástica. Ah y si no estás emparejado ¿podríamos volver a considerar los planes de avistamiento de frailecillos en las islas Feroe en caso de que siga siendo tu gran pasión?”
    Apenas había transcurrido una hora, cuando recibió contestación de Franches:
    “¡Las Hurdes y yo también rExistimos!
    Ok al reEncuentro tan inesperado, por los viejos tiempos. Del resto ya hablaremos, Tuyo siempre Franches
    P.D. Siempre me pillas bajada la guardia, tendré que recargar las pilas”

    1. Has cambiado el narrador, porque ahora está en tercera persona y en pasado, y el texto ha perdido el tono que tenían los ejercicios. La primera parte tal y como está escrita sobra porque no tiene sentido meterle tanto inquietud a una situación para que al final sea un gato y la figura de la mujer que se encuentra en la casa no resulta natural en el conjunto del texto. Así que empezaría en la foto fija parece un póster. Lo interesante de un texto narrativo no es que ocurran cosas, sino que cuente cosas. Aquí empezamos a tener un personaje que toma conciencia de su pasado como algo a recobrar, o por lo menos, a despertar. Así que la conversación está bien. Hemos visto que el personaje es volátil, le gusta pasar de una cosa a otra y no centrarse demasiado. Por eso, la contestación del aludido en el mail es lo más interesante del texto porque termina por construir la realidad del personaje. Ella no es consciente de cómo es y su amigo da una pista al lector para que lo sepa. Desde aquí se podría seguir hacia algo más largo.
      Pero no olvides que o más importante de un texto es el tono. No hay que buscar imágenes fuertes o cinematográficas y no hay que hacer frases bien construidas o impecables. hay que conseguir una voz que enganche al lector.

      1. Podría ser que una misma persona sea varias a la vez y que también viva en diferentes dimensiones temporales? Es decir, pasado, presente y futuro. Lo que fui, lo que soy o lo que seré. También podría estar en varios sitios a la vez, incluidas las Urdes. Eso le daría cierto sentido al relato, aunque el lector se quede cazando moscas. Es solo una opinión.

  7. PRIMER DÍA

    Por la mañana en la placita comunitaria no se oye ningún ruido humano, sólo los pájaros y la lluvia . Los pájaros más alegres y decididos deben ser, seguramente, pájaros domésticos, los pensados para alegrar al hombre , probablemente enjaulados, puestos ahí desde siempre. Hay otros, en cambio, que suenan más lejanos y con un canto más grave, como de la selva o del bosque, como si fueran más “aves” que pájaros. ¿Ya estaban aquí antes? ¿En esta ciudad? … Luego está la lluvia, que es la misma de hace días, esa que parece que no lleve prisa porque va estar cayendo siempre. En la cafetería de enfrente las persianas metálicas de ballesta siguen corridas, las sillas están encima de las meses, patas arriba, y el mostrador y los expositores están vacíos; en la pared hay una lista de precios que ya nadie mira. En la calle no se oyen coches ni motos –hay tantas en esta ciudad. Los motores ya no suenan en primer plano, han cedido su espacio a sonidos que hasta ahora sólo se oían de fondo. Como una canción a la que hubieran borrado la letra.

    Por la noche algunos vecinos dispersos han salido a la calle, probablemente para alguna compra de urgencia, pero nadie se encuentra con nadie. Dentro de casa quedan restos de lo que se ha ido haciendo: dos libros mal colocados en el sofá, una pequeña manta por plegar, dos o tres platos sucios en la cocina. Son trabajos pendientes para mañana, así empezará el día. El resto de cosas ya se han ido ordenando sobre la marcha (nunca estuvo este piso tan limpio y aseado). En un rincón de la sala mi planta de interior aun gotea. Hace un rato todavía llovía, así que decidí sacarla a la placita. Luego, cuando la devolvía a casa, me cayeron unas gotas de agua en el pie descalzo y se me puso brevemente la piel de gallina.

    SEGUNDO DÍA

    A primera hora de la mañana en la radio del vecino suena “La casa de Tula”, una canción cubana llena de picardia que habla de fuego, de bomberos y mangueras. Hace tres años por estas fechas estaba en La Habana. No sé si me conviene pensar en ésto ahora que no se puede casi ni salir de casa, y menos coger un avión. Pero La Habana vuelve. Y vuelve ese placer de caminar y sudar, de estar en casa como en la calle –son tan frágiles las ventanas de las casas cubanas-, de vivir y sentirse siempre afuera. Y allá hay más cielo: coges uno de esos autocares que cruzan la isla, miras lejos, al horizonte, y ves que ocupa mucho más espacio que la tierra (la regla de los dos tercios en fotografía llevada al extremo). Un día nos pilló un aguacero: hacía sol y de repente, a pocos metros por delante, vimos una cortina de agua que avanzaba hacia nosotros –una lluvia rara y tropical que no venia de arriba sino de enfrente. En segundos quedamos empapados y a los pocos minutos ya había pasado y los cuerpos, mojados pero aun calientes, agradecían el alivio; las gotas en la piel se evaporaban rápido y nadie deseó un paraguas o un lugar donde guarecerse.

    Al día siguiente, desde el hotel, envié mi primer correo escrito desde Cuba. Me alojaba en el Hotel Nacional -una edificación de los años 50 que combinaba un cierto regusto soviético con enchufes planos norteamericanos-; necesitaba explicar los colores saturados de la isla, los viejos palacios burgueses destartalados, los aguaceros, los coches de los años 50, los cubanos redondeando las palabras al hablar… Entonces, como ahora, escribía para ordenar o fijar el mundo – porque gratifica esa sensación de control que devuelve el texto a los pocos segundos de haberlo escrito (ya que escribimos pero al mismo tiempo nos leemos).

    El primer correo enviado desde La Habana ha resistido el paso del tiempo, lo reviso hoy y me recorre la misma fina tensión y asombro que viví entonces, allí donde todo era nuevo y deslumbrante. No sé si también resistirá el paso del tiempo lo que escriba ahora desde aquí, confinado en Barcelona en medio de una pandemia global. Aquí, en casa, desde esta pantalla de ordenador orientada hacia una estantería llena de libros que me protege del contraluz, ya que está apoyada contra un gran ventanal que ocupa toda la pared, y por cuyos lados entra abundante luz difuminada (los cristales son translúcidos), una luz que lo abarca todo pero que es ciega, sin forma ni color. Me había sentido tantas veces a gusto aquí antes, rodeado de libros, navegando por internet o escribiendo, volviendo de un mundo cargado de sensaciones, cuando afuera no había un escenario vacío. Pero ahora estamos en un tiempo nuevo y raro en que vivimos del revés. Tal vez desde aquí escriba mi primer correo con destino a Cuba, tres años después.

    TERCER DÍA

    Hola, Yami.
    Hace mucho que no sé de ti. He visto por televisión que el coronavirus está llegando también a Cuba y me he decidido a escribirte. Espero que estés bien, tu y los tuyos, y que esta epidemia no castigue mucho tu país, un país de gente buena, supervivientes, solidarios. Ya sabes que me encanta. Hoy han dicho que han aislado el barrio de Vedado, donde vive tu familia. Ya me dirás. Después de tanto tiempo y aun me acuerdo de ellos. Tus tíos ya deben ser mayores.

    Por aquí yo bien, aislado en un departamento de 50 metros cuadrados. Vivo solo pero estoy bien. Por momentos me siento afortunado de tener lo imprescindible para pasar los días con seguridad y no tener que salir más que a buscar alimentos. Mi departamento es pequeño pero al ser diáfano no es claustrofóbico. Da a una placita interior muy grande donde ahora no vive ni pasa nadie porque todo son locales comerciales, así que puedo salir a tomar el sol (cuando lo hace) y pasear un poco. En la calle poca gente pero ya nos hemos acostumbrado. También nos hemos acostumbrado a las mascarillas y los guantes. Por internet circula un vídeo filmado desde un helicóptero de la policía en que se ve toda la ciudad casi desierta. Eso sí que impresiona, pero estando en casa no tanto. El mundo de afuera es ahora el de la televisión, el ordenador y el móvil.
    Pienso que los de mi generación hasta ahora no nos habíamos enfrentado a ninguna crisis seria (no hemos vivido ninguna guerra), así que en parte “ya tocaba”.

    Ya me dirás de ti y de tu ciudad. Desde que estuve en 2017 cada verano he querido volver a La Habana. Explícame, si estás de humor, cómo están las calles y cómo está la gente. Sé que los cubanos estáis acostumbrados a “hacer piña” (como decimos aquí) frente a las dificultades. Espero y deseo que ahora también sepáis hacerlo.

    Y sea lo que sea que me expliques seguiré fantaseando con volver a pasear un día por el Malecón.

    SEPTIMO DÍA

    De repente sonó el teléfono.

    -Soy Nani, la tia de Yami. Ella vio tu correo hace dos días pero ya no te pudo contestar. Me pidió que lo hiciera yo
    -Qué ha pasado?
    -Se la llevaron ingresada al Amejeiras (uno de los hospitales centrales de La Habana).
    -Cómo es posible?
    -Llevaba unos días mal, con fiebre ,tos, ya sabes.
    -El virus?
    -No lo sabemos aun. Le están haciendo pruebas pero faltan tests en los hospitales. No sé si lo sabes pero estaba a punto de irse para Barcelona. Tenía esa ilusión. Aquí las cosas desde la caída de Venezuela no andan nada bien, y ahora era una oportunidad para ella, de trabajar de enfermera, quiero decir. Soñaba con cambiar el Malecón por la Barceloneta, ya ves.

    Cuelgo el teléfono y cae la tarde. La luz en la casa, con el alargamiento de los días, es ahora algo más cálida a esta hora. Ya no llueve y se puede dejar la puerta entreabierta. Por la radio anuncian desconfinamientos parciales para la semana que viene. Cuando acaba el boletín de noticias suena una canción de Silvio Rodríguez:

    Debes amar el tiempo de los intentos,
    Debes amar la hora que nunca brilla
    Y si no no pretendas tocar lo cierto

    Afuera en el parterre de la placita las hojas de menta fresca se mueven y tocan unas con otras y su contorno es un poco amarillo porque hay una luz de última hora de un día que ha sido radiante. Un perro ladra lejos pero se le puede oír desde aquí, como si estuviéramos en la montaña. En la esquina de abajo dos vecinos se han encontrado y conversan brevemente. Hay alguna golondrina en el aire tibio y suave de este atardecer de domingo. Probablemente se podrá dormir con las ventanas ligeramente abiertas hoy, en esta noche vegetal que está por venir.

    1. Has sabido unir muy bien los ejercicios. Lo mejor del texto es el comienzo, en el que se siente, que es de lo que se trata, el vacío o la nada del exterior. Con los siguientes días, se ve cómo afecta esa nada exterior al interior, a la vida que se tiene. La salida hacia el pasado para buscar lo vital es lo más comprensible y el final enlaza con el principio: no hay salida. De alguna manera cuando nos cierran las posibilidades, no hay nada más que esperar a que podamos volver a tenerlas. Resulta muy interesante esa regla de tres: si me cierran el exterior, el interior no tiene espacio. Es curioso. Y el tono se mantiene desde el principio hasta el final. Podría ser un poco más corto y los versos de Silvio Rodríguez creo que sobran. Meter versos de alguien conocido en una narración ya está muy visto y abarata un poco. Esto como crítica.

  8. CONTIGO
    Este es el tercer y seguramente último email que escribo. La diferencia es que ahora ya sé quién eres. Tu respuesta era innecesaria para recuperar las lagunas de memoria que comenté, esas que se abrieron el pasado verano a causa de un incidente cuyas circunstancias prefiero obviar. Tampoco podías contestar. Era imposible. Sé que leerás este email, pero lo harás dos años después. Y pese a que lo de viajar en el tiempo y el espacio está ahora muy de moda, todavía es físicamente imposible. Quizás un día podamos dormirnos en el lugar que habitamos y despertar en 2022 en la griega Amorgos en plena primavera.

    La verdad es que esta recuperación de recuerdos ha sido sorprendente. Nadie lo esperaba. En este confinamiento, muchas horas frente a la pantalla, el ordenador personal ha ido abriendo de forma espontánea, sin buscarlo ni pretenderlo, un montón de memoria almacenada. Miles de mensajes, poemas, relatos, diálogos e incluso fotos, de cuya existencia era inconsciente. Así he sabido, por ejemplo, que llegaste a mí para marcharte, que solo fui una parte del camino. Tú misma lo dijiste desde al principio: “Todo lo que nos llega lo hace para marcharse”. Lo dejaste escrito. Tú lo sabías. Nunca me engañaste, pero no quise escucharte. También es cierto que no estabas preparada. Eso lo repetiste cien veces. Querías volver a amar. Querías que tu cerebro enviase esa orden a tu corazón. Pero eso también es imposible. Eso es cosa de robots y replicantes. Nunca lo conseguiste, por lo menos entonces y conmigo. Y solo fui capaz de verlo en tu mirada, que es el espejo del alma a no ser que lleves lentillas, cuando poco antes de tu partida para no volver me atreví a pedirte, mirándome a los ojos, algo muy simple. “Dime que me amas”. No pudiste. Agachaste la mirada. También aquí tenías razón, Me engañé a mí mismo tanto tiempo, que quedaste atrapada en mi mente como una obsesión. Es decir, quedé atrapado.

    En aquellos meses, hubo un momento clave que también he conseguido rescatar. Se inició en un solo segundo, el que tardaste en hacer click para enviar una canción, “La promesa”. Me estabas diciendo de nuevo que te ibas a marchar, que quizás ya lo habías hecho, y pedías que prometiese esperarte, que si lo hacía volverías, que encontrarías el camino de regreso. Y lo hice. Te lo prometí. Quizás no quedaste muy convencida. Y días después volviste a enviar esa canción-
    – “Es la segunda vez que envías esto. O bien te has olvidado de que ya lo hiciste o bien te has equivocado-”
    – “Ni me he olvidado ni me he equivocado”, fue tu escueta respuesta.
    – “Entonces te lo vuelvo a prometer”, concluí.

    Y cerraste el dialogo con un corazón muy gordo. Sin embargo, nunca pude saber con quién ni cuándo estabas, realmente, hablando.

    La corona la pusiste un poco después. Encontré tu nota escrita, con nuestros nombres, tanto tiempo escondida:
    “Cuando seas un ser humano, un hombre, ven a buscarme”.
    Resulta difícil entender eso, aceptarlo, pero al final lo conseguí. Tú eras un ser humano y yo no. Nunca fui ni quiero ser ese “hombre” que tú esperabas, ese que deseas que te encuentre en mitad de la nada. Prefiero ser un niño. Es quien se marcha sin decir adiós, quien abandona sin dar explicación, quien debe volver. Y solo entonces, sobran las palabras

    En estos dos años no solo vivo atado a ti. También vivo atado a esa promesa. La contradictoria sensación de que si la incumplo sería algo así como abandonarte. Pero eso es absurdo. Eso es vivir anclado al pasado. Eso impide vivir el presente. Eso es ridículo sabiendo que, en este mundo y en esta vida, la única conocida, te fuiste para no volver. Debo liberarme. Por eso te escribo, para hacerlo realidad. Todo lo que pasó tenía que pasar. Todo tuvo un sentido. Me pregunto si, ahora que lees esto, también lo tiene para ti.

    Hace ya tiempo que tengo la costumbre de levantare al alba, un amanecer que cada día es nuevo En este preciso instante la Tierra ha vuelto a rotar sobre sí misma en 24 horas, y a la vez ha orbitado un poquito más alrededor del sol. La misma traslación ha hecho la Luna respecto a nuestro planeta, que sin embargo no es plano sino redondo Y eso se repite de forma infinita, el 8 horizontal, el Ocho de Murakami. Y los números y las matemáticas se agolpan en el cerebro, mezclados con letras y palabras. Los números primos, el 5, el Aureo, el Pi, el alfabeto griego, el latín y el actual. Incluso los jeroglíficos egipcios y lo secretos de las pirámides. Todo se agolpa de forma desordenada en busca de respuestas. Es preciso escribir, ordenar las palabras y darles coherencia. De lo contrario volveré a enloquecer. Pero a la hora de escribir también es precisa la cautela y el control de la imaginación. La ignorancia es temeraria y las certezas empíricas peligrosas. Los guardianes del paraíso podrían volver, detenerme, encerrarme y torturarme hasta la confesión. No hay peor condena para el águila que limitar su espacio de vuelo.
    Hay días en que estaría escribiendo las 24 horas. La primera redacción es solo mental. En unos pocos minutos piensas y narras la historia con un cierto desorden. Después la tecleas, la ordenas, lo cual requiere más tiempo. Hay que hacerlo rápido. De lo contrario las ideas se escapan. De cualquier mínimo detalle surge una película. Algunas noches, antes del alba, la mente ya es una máquina de escribir a todo trapo. Hay que levantarse y teclear. Es como hacer una foto. Ha de ser en el momento exacto. Si la dejas pasar, ya no es la misma. Hay otros días, por suerte cada vez menos, en que soy incapaz de crear una sola frase, como si estuviese dormido las 24 horas. Nada sugiere nada. Hay quien dice que en La Habana, tan genéticamente próxima, se escribe como se vive, con lo cual se vive como se escribe.

    Al levantarme cada amanecer, lo hago con el pie derecho y con un solo paso con el izquierdo abro la puerta y accedo al cuarto de baño. Es ideal para dos personas. En frente dos lavabos, a la derecha el retrete y un sorprendente videt. A la izquierda, bajo un pequeño ventanal, una bañera en la que poder sumergirse. La habitación también es para dos, mesilla con lámpara a cada lado de la cama y un armario amplio con puertas correderas. No lo elegí. Simplemente lo encontré. Y pese a estar solo, resultaba casi perfecto, también para el perro. Sí, esto es para dos tortolitos felices con el roce de su piel, su olor, palabras susurradas y muchas miradas. Cuatro pasos y lo compruebo. Esto es un loft. Apenas 40 metros, pero muy bien aprovechados y amueblado para diferenciar espacios.
    Salgo a la terraza sin fijarme en nada más. A la derecha, el macizo del Montgó, más de 700 metros de altitud, con una espesa bruma. En frente, el Castell de Daniya. Y a la izquierda, el Mare Nostrum de Dianium, que siglos antes lo fue de la griega Hemeroscopeya. Todo eso me contempla. Me vuelvo a sentir diminuto pese a estar en un ático. Está nublado y se prevé lluvia nocturna. Nadie diría que hoy es el Renacimiento. Nadie diría que una persona solitaria es quien habita esta casa. Quizás fue para dos en el pasado. Quizás lo sea en el futuro.
    Lo que ahora quiero decirte, lo que quiero que sepas, perdón por la repetición, es que cumpliste con tu misión. Me abriste los ojos, me hiciste ver el universo a través de los tuyos. Hay una frase hebrea que dice que quien salva una vida, salva a la Humanidad. Eso es lo que tú querías y por lo tanto lo conseguiste. Y mi agradecimiento será eterno. Es obvio que fui incapaz de hacer lo mismo. A veces hay que retroceder a lo que un día te hizo feliz. Y así volverás a sentir lo que una vez perdiste

    Debo despedirme, debo seguir mi camino. Siempre te llevaré dentro de mí. Lo sé. Ya no es una espera. Ya no es una promesa. El amor es lo único que al final nos queda. Cuando esto pase, cuando casi 300 personas dejen de morir cada día, seremos otros. Otro aspecto, otro nombre, otra mirada, otro tiempo. Quizás nos crucemos sin saber quiénes somos. Quizás incluso nos miremos. Quizás sintamos algo, sin saber muy bien lo que es, esa memoria celular tan difícil de descifrar. La que esconden los sueños de la dormida consciencia. Los sueños robados y compartidos. Los sueños regalados. Hasta que ese momento llegue, estés donde estés y estés con quien estés, por favor cuídate mucho.

    PD: Te adjunto otro email dentro de este email. Tras leerlo muchas veces creo, estoy seguro, que tiene mucho que ver contigo. Sí, contigo.
    “No estoy seguro. La memoria es imperfecta. Pero creo que fue el domingo, día 15, recién instaurada la cuarentena. cuando empecé a escuchar respuestas en el viento, ese que baja del Norte, frío y cortante, y que aquí, en el lugar que habito, junto al mar, se suaviza y se templa. Y los recuerdos se agolparon de repente en 5 minutos eternos. Pensé en el albatros, el ave de mayor tamaño y el que mejor aprovecha el viento a favor. Es un buen guía. Y pensé en aquella nota que ella dejó escrita poco antes de marcharse. Y ahora aguardo paciente, cual Penélope en Itaca, a que el viento traiga de nuevo su voz hasta mi calle, sin dudas ni incertidumbres. Anonadado me quedé ayer, cuando recibí un email de Google sobre el Día Internacional del Teatro ¿Y que tendrá que ver el teatro conmigo si lo mío es escribir y no interpretar? En todo caso que la busquen a ella, si es que la alcanzan. Además, casi todo lo que sé de teatro es por el cine. Jamás he visto, por ejemplo, «Romeo y Julieta», aunque espero poder presenciar algún día una versión, ya sea desde platea o desde algún balcón. Pero mi favorita es «El mercader de Venecia», que también es un dramón, pero con final feliz tras el confinamiento. ¿O quizás sea todo el sueño de una noche de verano?. El viento lo dirá en el momento oportuno. Estoy seguro. Por cierto, ¿qué hora es? Deben ser casi las ocho. Es que tengo dudas”.

    1. Está cogido el tono porque es el texto sobre cómo se lleva una obsesión en el confinamiento. Y es curioso el tempo que se crea. Quizás porque no hay posibilidad de salir del encierro, la obsesión se vuelve lenta, sin prisa, no histérica como le correspondería. Al no haber tiempo, hay todo el tiempo del mundo. Y el final está muy bien porque después de decir que todo ha terminado, aparece una postdata en bucle que no terminará nunca. Así que la estructura y el personaje están muy bien planteados. El único momento en el que respira el lector es con la vista desde la terraza. Ahí parece que va a haber una salvación, pero el personaje no es capaz de ver el horizonte y se queda con lo que eso significó en el pasado más pasado, es decir, convierte una experiencia sensorial en una experiencia mental o intelectual. Así que todo apunta a que no hay salida. Y eso es exactamente la promesa del texto: os voy a contar una obsesión. Eso sí, cuando el lector se da cuenta al final de lo que le están contando, que alguien está fuera de su cordura, se queda con la necesidad de algo más. Para él eso no es suficiente. Siempre el narrador tiene que estar por encima de lo que cuenta, de alguna manera.

      1. Muchas gracias Sylvia, no sé si por última vez (espero que no), `por tu interés y esfuerzo en este curso. Supongo que al escribir es casi imposible transmitir al cien por cien lo que realmente se siente o se desea. Pero tus consejos han resultado útiles para acercase a ello.
        Te felicito! Ojalá pueda hacerlo un día en persona. Será por tiempo?

  9. Domingo de Pascua, de Gloria, de Resurrección..
    Me levanto con un terrible dolor de cabeza. Despacio camino ocho pasos hasta la cocina americana, pequeño laboratorio dentro de una sala orientada hacia el Montgó. La luz grisácea de la mañana se filtra entre las cortinas blancas, detrás, las ventanas me permiten ver el jardín y escuchar los pájaros. Es una tentación salir al exterior, contemplar la naturaleza que me rodea, el macizo montañoso enganchado a las nubes, los árboles, el viento agitando las palmeras, y los inmensos coros de pájaros con sus indescifrables trinos.
    Hoy he de escribir me digo.., de hoy no pasa, y vuelvo al interior de mi casa.
    El centro de esta sala semicircular tiene orientación este suroeste. Puedo percibir el movimiento giratorio del sol y también el de la tierra.Tendrá unos 8x6ms, más bien pequeña aunque espaciosa,de paredes blancas y vigas de madera en el techo. Entre los dos ventanales que dan al jardín se ubica la chimenea, señora de mi casa, protagonista de mi hogar. Cada día enciendo el fuego y alimento sus formas y colores con diferentes ramas. Cada día comienza una nueva danza al quemar los restos que la tierra me brinda, volver a recoger sus cenizas y esparcirlas entre las hojas del pequeño jardín para crear un compost nuevo.
    Sentada en una alfombra de lana con nudos de colores, a mi izquierda unos estantes bajo la barra americana cobijan los tarros de cristal llenos de legumbres y cereales que harán las delicias de mi cocina. En el suelo, un pequeño rincón chill out con un puf y varios cojines de colores, nido de recuerdos, juegos, retozos y otros cuentos. A mi derecha un confortable sillón reclinable color arcilla, compañero amable de abrazos y siestas; a su lado una pequeña mesita auxiliar repleta de revistas y libros bajo la lámpara de pergamino, espera la noche para iluminarla.
    A mi espalda, una estantería de obra repleta de Cds, libros y fotografías con el equipo de música, separa la sala del estudio. Una mesa larga bajo el ventanal que mira al oeste, llena de papeles, cables, el portátil, el atril, las partituras y ese clarinete que me reclama todos los días sin excepción, porque necesita mis labios, mis dedos, mi respiración para gemir un buen rato y tratar de convertir las notas en melodías armónicas. Cuando se pone el sol, sus últimos rayos reflejan sombras en el mural del planisferio de A. Peters. Me siento a salvo en este refugio
    Me despierta el silencio. Al abrir la ventana la niebla lo envuelve todo, el jardín ordenado con sus setos recién cortados, las jacarandas y las palmeras que ni siquiera se mueven en este nuevo día. A lo lejos se oyen débiles voces humanas. Los pájaros pían bajito.
    Es día de fiesta me digo. Un pitido avisa de que entra en mi móvil el primer mensaje del día.
    Abro esta otra ventana y aparecen radiantes los aplausos de las labradoras y labradores a los trabajadores de mercados y tiendas que hacen posible nuestra alimentación cotidiana.
    Un tsunami de emociones me conduce frente al ordenador. Tanta conmoción paraliza mis manos y mis ideas. ¿Cómo voy a escribir así? Permito que salgan las lágrimas.., los muertos en masa y soledad, mis compañeros de UCIs y hospitales, la presión asistencial, el miedo, la escasez de recursos, mi familia, mis amigos.., todos lejos. ¿Cómo podría escribiros? ¿Cómo saber de vosotros?,¿Es oportuno llamaros?¿Qué tal andarán mis nietas con sus deberes y ambos padres en casa teletrabajando?
    Estos días en las videoconferencias familiares sólo veo a mis nietas. A veces mi hijo asoma la cabeza pero su madre lleva muchos días ausente. De pronto entra con fuerza el sonido del wasap en video conferencia
    Hola iaia, estamos haciendo tiramisú, mi hermana y yo
    Hola amore
    Una pregunta ¿ Cuánto es de azúcar?
    Qué rico, guarda me un poquito que voy para la cena
    Ja ja ja,si,si
    Tres cucharadas
    ¿Grandes?
    SI
    Vale gracias
    Dos emoticones con forma de corazón aparecen en la pantalla
    Cucharadas siempre son grandes
    Vale, ja ja ja
    Cucharaditas son de café
    Aparece en la pantalla la imagen de Marta batidora en mano con su mami al lado saludando
    Qué guapa la repostera
    Ja ja ja y tanto
    Y la mami ¡ Qué alegría verla!, creí que ya no vivía en esa casa
    Ja,ja ja
    La reportera no sale?
    Mi hermana claro que sale.. mira qué guapa
    Envía una fotografía con retoques adicionales de Paula, la que graba
    Preciosas las tres, ¡que aproveche! Si no llego esta noche guardarme un cachito para desayunar mañana (aquí un emoticón guiñando un ojo)
    Buenas noches cariños os quiero
    Y nosotras a tí iaita.

    Me arreglo y salgo a la calle. Ir al basurero se ha convertido en un paseo extraordinario. Observo asombrada las copas de los árboles que parecen más altas. Los naranjos cercanos desprenden su azahar de primavera.
    Sentada frente a la mesa del comedor, una adolescente prepara sus exámenes de Junio. Abre la ventana para tomar un respiro y una bocanada de aire fresco cubierta de azahar la conduce por campos imaginarios, lejos de las letras que ahora fatigan sus ojos.
    Hija, ya es tarde, vayamos a la cama.
    Vuelvo a casa dando un pequeño rodeo. La noche proyecta sombras y recuerdos. Uno especial se instala en mi cabeza buscando salida, la Añoranza.
    Te escribo esta carta amor. No sé si te la enviaré. Es curioso que en medio del aislamiento sienta tu presencia y busque tu fotografía en tu perfil. Traté de olvidarte y no pude. Ya no es tan intenso tu recuerdo, aunque me sorprendo en la dualidad de querer olvidarte o recordarte. y sí recuerdo cómo nos comprendíamos sin palabras, cómo brillaban nuestros ojos al mirarnos, cómo nos buscábamos en las sombras para volver a encontrarnos, cómo provocabas mi risa y acrecentábamos el deseo. No sé que ocurrió para que se rompiera el encanto..,otras personas se cruzaron, ¿Me malinterpretaste?, o ¿fuí yo ?. Nunca llegamos a aclararlo. Detenida en este punto, una y mil veces me digo que necesito reconstruir algunos hechos vividos conjuntamente para devolverle a mi razón-corazón torturado de enigmas y sospechas un poco de luz que avive el entendimiento. De verdad lo necesito aunque ahora tenga que ponerlo en cuarentena para cuando volvamos a pasear frente al mar.

    Uy..,otra vez a dormir! ¡ Qué rápido pasó el día ! Detrás de la persiana del dormitorio la oscuridad es total. En la mesilla de noche una luz cálida ilumina la estancia. A su lado un libro de cuentos y el ebook con una buena colección de libros. Mario Benedetti anuncia su ¨Primavera con una esquina rota “. El sueño vence a las letras
    La ciudad despierta entre aplausos y silencio.Hay gente paseando por las calles, sonriente como en un día de fiesta. Los coches han desaparecido. Sólo hay carriles para bicicletas y peatones.Las personas se saludan aunque no se abrazan. Sus ojos brillantes por encima de las mascarillas hablan solos. Eros festeja al viento y agita el deseo latente.
    Hay un amigo esperándome.Ya no hay distancia, desapareció el silencio.
    ¿Vamos a tomar un café?, me dice y los dos reímos a carcajadas

    1. Es muy interesante el cambio a mitad del relato. Todo parece lleno de armonía y perfecto y la conversación con las hijas nos transmite una horrible sensación de soledad. Esos son los recursos bien hechos en literatura: justo la experiencia de soledad llega cuando estás escribiendo una conversación con sus hijas. Eso sucede por el contraste con lo escrito anteriormente. El final, también está bien escogido porque en estos días de confinamiento la mejor vida que se puede tener es el sueño. Ahí lo arregla todo, que es como no arreglar nada porque no es real. Cuidado con expresiones que no son muy naturales y bajan el nivel del texto. Por ejemplo: Indescifrables trinos, la tierra me brinda, que hacen posible la alimentación cotidiana. No se pueden usar frases que recuerden a una redacción. Y cuidado también con el diálogo, hay que sintetizarlo y poner solo las palabras que dicen algo. Eso como crítica, pero está bien construido.

  10. SOLTARSE.

    Estoy sentado en un sillón antiguo que encontramos en un mercado de antigüedades. A veces, imagino qué tipo de personas o historias han podido vivir alrededor de él. Desde este sillón, observo las vistas a través de un gran ventanal. La noche llueve mientras la ciudad está en silencio. Hay algunas luces encendidas en la oscuridad como luciérnagas desperdigadas a lo largo del paisaje. Huele a salitre, a leña y a jazmín. Bebo un poco de vino tinto. Todo parece más frágil en la noche. También más intenso, más cierto, más importante. La primera vez que llegué a esta casa también era de noche. Una noche fría de un febrero frío. La pintura de las paredes, los muebles, la distribución,… todo era diferente. Cualquier lugar nos vale para vivir, pero un hogar solo se establece donde se establecen las emociones. Apago las luces. Me tumbo en la cama. Hace rato que él ya duerme. Cierro los ojos. Es hora de dejarse conquistar por el mañana.

    Nunca me ha incomodado el silencio. Al contrario, podemos aprender mucho de él si lo escuchamos con atención. Estamos desayunando y el reloj marca las diez de la mañana cuando decido romper este silencio que nos rodea:

    – ¿Por qué me has mentido? – pregunto, mirando la cucharilla de mi café dando vueltas.
    – No lo sé… – me responde, dirigiéndose a la ventana. Enciende un cigarrillo.
    – Lo único que te he pedido siempre es precisamente eso: no me mientas, por favor – argumento, buscando su mirada, pero me da la espalda-. Sabes que soy una persona muy abierta de mente pero no voy a tolerar mentiras y, menos aún, sin ninguna causa justificada.
    – Ya, ya. Lo sé… Tienes razón – añade, secamente.
    – ¿Pero, entonces, por qué lo has hecho? – le insisto, me levanto y me siento en el sofá que está al lado de la ventana.
    – Supongo que no quería asumir las consecuencias – contesta, dándole una calada a su cigarro mientras mira por la ventana con la mirada perdida.
    – De verdad. No te entiendo. No sé qué más quieres de mí. Te doy toda la libertad del mundo para que hagas lo que quieras – digo, acelerado -. ¿Por qué mentir? No tiene sentido. Has visto que mi reacción no ha sido de enfado. Ni siquiera ahora.
    – Ya…- añade, tirando la colilla por la ventana. Se sienta a mi lado y me mira con el rostro serio.
    – ¡Pero bueno! ¿Es que te da igual o qué? – Exclamo, alzando la voz-. Eres tú quien me has mentido y tengo que estar yo dándote las explicaciones. No me has pedido ni disculpas.
    – Pues lo siento mucho – murmura, mirando al suelo.
    – ¿Sabes? A veces, tengo la sensación de que buscas que acabe con todo esto. Quizás, no tienes el valor de hacerlo tú y quieres que sea yo quien lo haga.
    Silencio. De nuevo, el silencio. El reloj marca las diez y cuarto.
    – Mira, yo puedo aceptar muchas cosas pero esto no. Lo siento. – continúo, decidido -. Así que ya está. Ya tienes lo que querías. Eres libre. Ahora ya no hace falta que me mientas más. Asumo la responsabilidad yo. Te dejo.

    Han pasado unos días desde que decidí poner fin a esta vida juntos. Me gusta subir a la terraza de casa para observar las vistas. Aquí arriba pareciera que el tiempo no llega. Cada día, descubro algún elemento nuevo en el paisaje: una ventana donde antes no estaba, una palmera lejana que crece en el horizonte o un grupo de aves que danzan en el aire. Hoy la brisa es fría y el cielo gris está encendido por una luz blanca que matiza los colores. De repente, llama mi atención <>, así conocemos los malagueños a nuestra catedral, pues le falta una de sus dos torres. Su figura imponente sobresale de entre todas las demás en medio de este barullo de tejados, callejuelas y sonidos que se mezclan en la ciudad.

    Al bajar, cojo la maleta y la bolsa de viaje que he dejado preparada en la entrada del piso y me marcho. Estoy saliendo del que ha sido mi portal por última vez. He pasado por aquí cada día durante más de tres años. Dentro del ascensor, recuerdo aquellos primeros besos llenos de pasión. Al salir, me miro en el espejo y recuerdo una noche de Navidad con dos buenos amigos disfrazados de Papa Noel riéndonos juntos a las cuatro de la mañana. Veo los buzones y recuerdo la ilusión con la que abrí una tarde de primavera la carta que una amiga me envió por sorpresa desde Corea del Sur. Avanzo hasta la puerta roja que desemboca en la avenida sin mirar atrás. Salgo y el taxi me está esperando. Detrás de mí, la puerta roja se cierra.

    He vuelto a esta habitación después de años fuera. En realidad, nunca ha sido mi habitación. Mi habitación está ocupada ahora, así que podría decir que ya no tengo ninguna habitación en esta casa. La distribución es diferente. Mi familia ha comenzado a prepararla para mi llegada. Es una habitación pequeña, pero siempre tuvo algo de especial. Es la habitación más apartada de toda la casa y, una vez que se cierra la puerta, se escucha un silencio que únicamente rompen los vecinos a veces. Sobre el escritorio, en las estanterías, colgados en la pared… hay muchísimos objetos del pasado. Hay fotografías con amigos en lugares donde vivía que me parecen de otra vida. Las paredes son de color vainilla y la luz de la tarde entra por la ventana creando un ambiente muy cálido. De repente, entre todas las cosas, destaca una figurita de un elefante negro hecho con una roca volcánica que me trajo mamá de un viaje. Cierro los ojos. He vuelto a casa.

    Ya es veintisiete de abril. Hace justo un mes que me fui de casa. Bueno, ya no es mi casa. Parece que ha pasado un año en lugar de un mes, pero al mismo tiempo se me ha pasado bastante rápido. Le echo de menos. ¿Qué estará haciendo? No, no puedes echarle de menos después de todo lo que te ha hecho. Bueno, déjate sentir lo que tengas que sentir. Echarle de menos es normal. Estoy cansado de pensar. Necesito parar. Han pasado tantas cosas en tan poco tiempo que estoy desbordado. No, yo puedo con esto. Lo estás haciendo muy bien. Para. Tienes derecho a sentirte triste, enfadado o mal si quieres. No tienes que obligarte a estar bien. Voy a escribir. Sí, necesito escribir todo esto. Soltarlo. Sacarlo fuera. No sé muy bien cómo contarlo, pero sí sé el qué.

    Después de cenar, me sirvo una copa de vino tinto y me encierro en mi habitación. Enciendo una vela que huele a vainilla. Abro la ventana y no escucho nada. Cojo papel y boli. Pongo música de fondo. Pienso mucho en ella estos días. Ojalá pudiese hablar con ella. Solo 5 minutos. Ojalá. Empiezo a escribir una carta que podré enviar:

    Hola, María:

    No he parado de pensarte durante estos últimos días.

    He regresado a casa de mamá y papá de manera inesperada. Mamá tiene una foto tuya en una mesita de cristal que está en la entrada de casa y te veo cada mañana cuando me levanto y voy a hacerme el café.

    Te recuerdo en los detalles pequeños. Como el sonido que hacen los cubiertos mientras comemos reunidos en la mesa o cuando paseo a Nina en estas tardes silenciosas de primavera donde solo se oyen las aves que sobrevuelan el cielo.

    No te voy a engañar: no están siendo momentos fáciles. Pero ahora, más que nunca, tengo en mente tus palabras, siempre sabias y llenas de fortaleza y de humor. Todo lo que aprendí contigo sin yo saberlo, tiene un sentido para mí ahora.

    Quería agradecértelo con estas palabras. No me suelto de tu mano.

    Tu nieto,

    Iván

  11. Hola, Silvia:

    He observado algunas un par de erratas:

    1. La Manquita (el nombre de la catedral que aparece entrecomillado y que se ha borrado).
    2. ”Empiezo a escribir una carta que NO podré enviar:”.

    Muchas gracias.

    1. Lo mejor del texto es el diálogo. Está muy bien contado todo lo que significa el silencio en una conversación. También es muy interesante el cambio de casa, en una no para de hablar y en la otra está en silencio. No hace falta que pongas la frase de que la casa la hacen las emociones porque justo es lo que estás trabajando en el texto. El final, hay que matizarlo un poco. Se puede confundir a ella con la persona del principio, aunque era él. Confunde un poco. Después sabemos que es la abuela, pero eso debe quedar claro desde el principio. También estaría bien, para darle más expresividad al texto que en lugar de decir en el mail “tus palabras siempre sabias y llenas de fortaleza y humor”, pusieras una de esas frases directamente. Siempre es más efectivo en narrativa. Están muy bien unidos los distintos textos.

  12. Ventana.

    Un cuadro abierto en un cubo que ahora se ha vuelto mi cuerpo, mi casa.
    La recorro como recorro mi interior cuando cierro los ojos, respiro y siento.
    El adentro y afuera no existen inamovibles, son fronteras que saltan en un fractal infinito.
    Detrás de la ventana observo azul, verde y un blanco que nunca es blanco. Escucho un sin fin de sonidos que había olvidado que están siempre ahí y es que faltan los otros, los coches, las voces y pasos de las personas en la calle. Todo parece estar parado, en silencio, pero no, hay pájaros que vuelan y cantan, nubes y árboles que se agitan con el viento, hay vida y música.
    El afuera y dentro se han pronunciado “quédate dentro de casa” se escucha y lee por todos los medios. Escuelas, restaurantes, negocios se han cerrado. Se habla de un virus y lo que está provocando pero no se sabe todavía mucho. Se están poniendo en evidencia los puntos flacos del sistema sanitario, la educación, la economía, la sociedad, la política. Siento que el mundo está pidiendo un cambio.
    De este lado de la ventana, música y la luz y sonidos que vienen de afuera. Aroma de naranjas recién exprimidas.
    Puerta de entrada, escalera, pasillo, sala, dos habitaciones, cocina y un baño. Predomina el blanco, el café oscuro y gris, después hay uno que otro toque de rojo. Todo está limpio y en orden. La secuencia de los espacios y los colores ya tienen un ritmo con el pasar de los días. Hacia un cuarto, hacia otro, baño, libro, pausa, cocina, silencio, computador, diálogo, música, pasillo, cuarto, repetición… El ritmo me da paz pero tengo que encontrarle sentido. Sigo buscándolo.
    Sobre la mesa un cuaderno abierto con muchas reflexiones escritas, una pluma y un termo con té de canela para el frío.

    – ¡Mamá! – me grita mi hijo desde su cuarto.
    ¿Cuántos libros has hecho en tu vida?
    – ¿Cómo?
    – ¿Cuántos libros has hecho en tu vida?
    – Ninguno.
    – ¿Por qué no hacemos uno? Me gustaría contar muchas cosas, de los animales, del espacio, de cómo hacer magia, de las bicicletas, del amor, de los héroes ¿también podríamos hacer un libro de aventuras? ¿no?
    – Sí, podemos.

    Silencio nuevamente, él continúa viendo su libro de animales, yo, me separo de la ventana y cambio de habitación.
    Recorro una vez más el pasillo, paredes blancas, puertas en madera, me detengo. Siento un nudo en la garganta, miro hacia el techo y me pierdo en las formas de la madera. Millones de figuras y pensamientos aparecen dentro de mi. Busco respuestas. Quiero sentir paz.
    Entonces recuerdo cuando era niña y Conchita me llevaba caminando hasta un pequeño camellón con césped y unas cuantas flores. Y ahí, en medio de dos grandes avenidas llenas de coches y pitidos, se sentaba y con un gesto me invitaba a sentarme a su lado. Después, me ofrecía zanahorias con limón y sal y se quedaba en silencio. Los ojos le brillaban, parecía que estaba viendo otro mundo, un mundo increíble. Sonreía.

    Entonces, sonrío. Ella encontraba paz en cualquier sitio. Deseo tanto que todo vuelva a ser como antes. No, como antes no.

    “Confio, tengo la esperanza de que todo esto nos ayude a encontrar respuestas y conectarnos con lo esencial. Tengo muchas ganas de hacer las cosas de otra manera, siento que esto es una enorme oportunidad para reflexionar. Sigo pensando que es en comunidad, con amor, respeto, escucha, entrega y cerca de la tierra, en donde está la respuesta para un cambio.
    Quiero verte, muero por platicar contigo y hacer cosas bonitas, quiero que oigamos musiquita y cocinemos cosas ricas, quiero abrazarte mucho mucho, te extraño.”

    Escribí ayer en un mail. Y enviaría lo mismo a muchas personas más. Extraño los abrazos, el contacto y deseo conversar frente a frente desde la nueva yo que voy descubriendo.

    El tiempo pasa. Afuera llueve, no consigo ver la lluvia, los elementos de mi cuarto se reflejan en la ventana. Me siento en mi cama de manera tal, que consigo ver la lámpara del techo que tiene un cazador de sueños colgado y que a su vez, sostiene con un hilo un delicado corazón de origami. También veo el corazón plateado de latón que está en la pared y me veo a mi. Quedo largo rato observándome. Siento mi respiración. Cierro los ojos. Descubro otro espacio. Es enorme. En la cabeza lo siento brillante. Mi corazón. Hay un ritmo. Ahora son dos, mi cuerpo se expande y se contrae y el latido de mi corazón. Movimiento. Mucho movimiento. Calor en el vientre. Ya no hay el nudo en la garganta sólo saliva. Hay un continuo. Expansión. Contracción. Respiración. Calma, paz, amor. En presencia y estar hay paz y amor. El mundo también respira. Juntos tenemos que encontrar un ritmo coherente allá afuera. Armonía. Podemos cada uno encontrarlo dentro, para llevarlo afuera. Podemos transformar este silencio en presencia consciente.

    1. Está muy bien el comienzo del texto. Y has sabido encontrar el tono y una voz narrativa porque el lector puede sentir a la protagonista. Has sabido trabajar cada ejercicio que hemos hecho para insertarlo. Sobre todo, ha estado muy bien el recorte del diálogo.
      Cuidado con poner “entonces sonrío”. Si es importante, deberías poner que se sorprende al sentir que está sonriendo o algo así, si no, pierde la fuerza.
      De hecho, lo que más interesa al lector es el recuerdo con la cuidadora. Resulta muy interesante como contraste con el escenario gris del presente. Pero deja la necesidad de saber por qué llega en este momento a la protagonista. Creo que el texto sería más eficaz si terminara con eso, con lo que hay detrás de ese recuerdo. El objetivo de un texto narrativo no es tranquilizar al lector, sino darle la vuelta a lo que piensa. Este final tiene un punto inquietante al contar que la meditación nos lleva a la calma, pero no significa que el mundo vaya a cambiar. No está mal, pero creo que estaría mejor si desarrollaras también ese recuerdo.
      El tema es muy interesante porque se trata de que el confinamiento nos haga desear un mundo mejor.

    2. Muchas gracias Silvia! repito una vez más que valoro infinitamente tu disposición, trabajo y entrega. Yo he despertado la curiosidad de qué es esto de escribir y seguiré buscando.

  13. SECUENCIAS

    Verde, desde todas las ventanas de la casa, sólo se veía verde: sombreados, brillantes y, también, verdes mojados que, zarandeados por el viento, salpicaban a todos lados el agua que les quedaba de la lluvia de anoche.
    Los sonidos, los mismos de siempre, pájaros que cantaban como si estuvieran solos, perros cagones, una jabalina con sus rayones pisando fuerte, algún murciélago tontorrón…
    Hace años me preguntaron por qué no ponía cuadros en las paredes y yo contesté: “¿Cuadros? ¡Ya tengo! Mis ventanas son mis cuadros.
    Sabía que, cuando volviera a mirar, todo seguiría allí, así que, me di la vuelta y fui directa al ordenador. Otra vez una página en blanco. Mi corazón hace tictac. No tiene sentido. Lo dejo. Bueno, no, sigo, ya encajará. ¡Qué va a encajar! Sigue y calla, que se te va a olvidar. ¡Uf! ¡Me sudan las manos! No encuentro un equilibrio, necesito algo de locura. ¿Donde está mi lado salvaje?
    Estos días soy un animal encerrado y esa parte no racional ha estado ganando terreno. Llevo dentro una pequeña guerra. Quiero agarrarme más que nunca a mi cerebro, debo defenderlo. Mi yo indomable está interpretando toda interferencia intelectual como un ataque.

    Por fin fui consciente de que necesitaba parar y, me puse a mirar el correo. Me llamó la atención un mensaje de mi primo Mariano. Era lo primero que recibía de él. ¿Cuántos años habían pasado? Su correo era breve, pero cariñoso, así que le contesté.

    Hola Mariano,
    He visto tu correo y, enseguida he pensado en tu madre. ¡Era una mujer como pocas! ¿Qué crees que habría hecho ella si le hubiera tocado vivir esto? Seguro que nos habría animado diciendo alguna burrada. Siempre tenía respuestas, bueno, eso si no le daba por mandarlo todo a freír espárragos. ¡Y se quedaba tan fresca!
    Yo estoy ahora muy pendiente de mi madre. Cómo sabes, está sola. La llamo todo el rato. Me contó que estuvisteis hablando. Te voy a decir algo que te va a hacer gracia, pero no se lo digas: ¡No sabes lo pesada que está! Y además, nerviosa y con miedo a todo, pero no quiere reconocerlo y, como ya sabes que es una mandona, cuando le dices que tiene que hacer algo, y sabe que tienes razón, te contesta “lo voy a hacer, pero porque yo quiero”. Hay veces que tengo que contar hasta diez antes de contestarle.
    Lo que me resulta curioso, es que a estas alturas de la película, parece que estoy conociendo un poco mejor a nuestras madres y, descubriendo en la tuya, a la hermana mayor que siempre fue, aunque no me parecía que ejerciera como tal. He pensado que te daría gusto que te lo dijera.
    Últimamente, me encierro bastante en mis recuerdos. Me he saturado de la información de fuera y selecciono mucho lo que leo. Me pregunto si, cuando se acabe este tiempo de reclusión, voy a querer salir.
    Cuídate.
    Un abrazo fuerte

    Lo leí de nuevo, hice click en enviar y respiré hondo.
    – ¡Mamá! -escuché- ¡A comer!
    ¡Hoy no me toca cocinar! Un día más, comiendo todos juntos, sin excusas ni otros compromisos que nos separen.
    – Entonces, Mami, -dijo mi hijo el pequeño- ¿qué día de la semana que viene se acaba la cuarentena?
    – No, no acaba, va a durar un poco más.
    Su pupila, acorralada por el verde de sus ojos, me traspasó.
    – Dijeron que eran dos semanas -insistió-.
    – Sí, es cierto, pero han decidido ampliarlo.
    – Pero…no… dijeron que en dos semanas volvíamos al colegio.
    La saliva se me amontonó en la garganta y tuve que tragar.
    Me levanté de la mesa, total, ya habíamos terminado, y dije:
    – Me bajo al garaje a buscar mis gafas de sol. Recogéis vosotros.
    Alguien hizo un gesto como si fuera a decir algo, pero me di cuenta de que le mandaban callar.
    Era la tercera vez que bajaba a buscarlas y, encima, eran las graduadas. ¡Qué oscuro estaba! Le di a la luz y sonó el temporizador. Una de las luces parpadeaba. Tenía que encontrarlas.
    Rebusqué con la linterna del móvil dentro del coche. El último día que salí las llevaba puestas. De vuelta a casa, ya no había luz, me las tuve cambiar por las otras que llevo en el bolso.
    Noté que algo se me clavaba en el dedo. Me alumbré con la linterna. Era una astilla pequeña, parecía cristal. Con la punta de los dedos me la quité. Menos mal que de cerca veo bien.
    Otra vez tuve que ir a apretar el botón de la luz. Nada, que no aparecían. Cerré la puerta del coche y retumbó más que nunca. Hace frío aquí abajo, pensé. Subí las escaleras y, cuando ya casi había llegado arriba, caí en la cuenta de que no había mirado debajo del coche. Me paré un segundo. Dudé. Tengo tanto tiempo, me dije.
    Aquella tarde quise evitar a todos, pero fue misión imposible.
    Estaba oscureciendo y mi hijo mayor se puso a preparar una masa de pan. Mañana temprano lo horneamos, le dije. Él me echó una mirada de reojo. Me quedé observando. Hay un momento en que la técnica del amasado deja al descubierto la destreza del amasador. Mi pobre panadero entró en barrena. Me lavé las manos, me acerqué y toqué la masa. Las yemas de los dedos se me hundieron al apretar y le dije “No está mal. ¿Me dejas?”. Mis manos tomaron la iniciativa y recuperaron los movimientos de muñeca y empuje con los nudillos, de un tiempo de colegio, a los que siguió el instituto, hasta llegar a la Universidad. Y me vino a la nariz el olor del aceite crudo al fuego. Escuché la voz de mi abuela protestando con cariño. Recordé los manguitos de tela, tiesos y blancos, que llevábamos las dos en honor a la higiene y a que no debíamos mancharnos. Sentí el suave tacto de los delantales, en los que no se distinguía el color de la harina, mientras amasábamos sobre la encimera de mármol claro, en su cocina de suelo gris y paredes de azulejo blanco.

    Por fuera, el cristal de la ventana estaba igual que la mampara del baño después de una ducha loca. Lo toqué. Estaba frío. Acerqué mi nariz al cristal y decidí abrir la ventana. A esas horas, y después de la lluvia, no se escuchaba nada. Lo limpié con la mano y se me quedó fría y mojada. Cerré la ventana y, entonces sí, miré: siluetas de encinas dibujadas para mí.

    1. Aquí hay un tema que está sin desarrollar: el interés por la vida de las mujeres mayores de la familia de la protagonista. Hace una referencia constante a ellas como si estuviera buscando su aprobación o sobre todo, como si hubiera quedado fascinada por ellas pero no sabe muy bien por qué. Así que, como ese tema coge tanta fuerza, el lector espera que el relato termine por ahí. De hecho está muy bien el momento de hacer el pan, que es donde se ve que ella reproduce de forma inconsciente un mundo que ya no existe.
      Y una vez se entiende que ese es el tema más potente, habría que ajustar un poco el texto, por ejemplo en el momento del diálogo en la comida. A ella le da pena su hijo y posiblemente sea el momento en el que se siente impotente porque no es capaz de crear la armonía que crearon las mujeres del pasado. Quizás con algo más ahí, eso se sintiera mejor. Y también está muy bien la búsqueda de las gafas de sol, que se pregunta el lector para qué, si no va a salir. Para estar sola y escapar de ese mundo que no puede controlar. También es muy interesante su visión de la naturaleza. Representa su lado salvaje, así que no tiene que decirnos que lo hecha de menos, ya lo ve el lector con su mirada a través de la ventana. En definitiva, que hay muchos ingredientes interesantes y lo que le falta al texto es una dirección más clara.

  14. Gracias por tus correcciones aunque no haya sabido aprovechar y sacar mas jugo a tus sabios consejos, lo cierto es que me ha gustado participar.

    1. ¡Claro que has sabido aprovecharlo! Como siempre digo, este es un espacio para ser consciente de los fallos y aprender, pero desde luego, se ve una evolución. Espero que sigas escribiendo.

  15. Gracias por todo, Silvia.

    Ha sido muy interesante, especialmente porque has hecho hincapié, creo, más en el trabajo de encontrar una voz propia (una mirada personal sobre las cosas) que no en aspectos más técnicos (sintaxis, volcabulario, etc); también en mostrar las cosas sin poner delante el “yo”.

    Ha estado muy bien.

    Gracias de nuevo!

  16. La foto fija parecía un poster, pasaban las horas y los días con la única variación de la intensidad de la luz y de su estado de ánimo. Se quedó embelesada tratando de adivinar los contornos de farallones y roquedales dormidos en la quietud imperturbable de obligado confinamiento.
    Estaba a punto de llover y el umbral de su ventana se le antojaba el umbral del universo, porque esos días no había más allá. El covid 19 seguía expandiéndose sin remedio.
    Con el ánimo bajo, Pepa vino a su rescate como tantas veces Miguela sintió su aliento y leyó en sus ojos y respiración la impaciencia de la feliz rutina instaurada.
    – Hola princesa buenos días, dijo dándola palmaditas entre las orejas.
    – ¿Quieres comidita reina? Vio que rechazaba la propuesta, y se encaminaba en dirección a la puerta.
    – ¿Perdonas el desayuno? ya entiendo tu urgencia, estás loquita por que salgamos afuera. Se encaminó al perchero a coger el arnés y la correa.
    – Guau, guau, guau expresaba loca de alegría, daba rabotazos y sus ojos le devolvían una mirada agradecida.
    Al retornar a casa tras hacer las necesidades en la calle la perra, las noticias funestas de los muertos en las residencias de mayores le golpea en la cabeza. Siempre le había acompañado un sentimiento de culpabilidad y tristeza al pensar en su madre fallecida en una de esas residencias.
    Ahora hasta casi se alegra que su madre no tenga que vivir aterrorizada por contraer la enfermedad tan contagiosa, aunque con su demencia quizá ni se hubiera enterado.
    Recuerda los paseos con ella por el frondoso jardín de la residencia un magnífico edificio de granito de tres plantas, rodeado de amplias terrazas, en plena sierra del Guadarrama y ese olor indescriptible a desinfectantes, orines y agua de colonia Heno de Pavía, que se filtraba por las puertas de los aseos y se propagaba por los pasillos y las salas de estar, y el otro olor del ala de las cocinas, almacenes y cuarto de lavados, que siempre era a hervidos de verduras y se alargaba a los comedores y parte trasera de la planta baja, y cómo cuando iba a ver a su madre, huían de toda esa mezcolanza de olores, directamente salían a la terraza y al jardín, cuando el tiempo lo permitía, y si hacía mucho frío se refugiaban en su bonito cuarto, decorado con sus muebles y cuadros, excepto la cama, que era de la residencia igual que todas, articulada y alta.
    Tomando café en la cocina Miguela solía oír las nueve campanadas del carrillón del reloj de la sala, a veces eran diez u once desde que estaba en confinamiento, debido a que también se acostaba más tarde, y sintió un ligero pinzazo de nostalgia ya que provenía de la casa de su madre, quien siempre decía que su latir era el del corazón de la casa, nunca permitía que dejaran de sonar. Cuando la ingresaron en la residencia, Miguela tenía que ir una vez a la semana a su casa a dar cuerda al reloj y regar las plantas. En las visitas siempre le preguntaba si lo había hecho.
    Ahora un retoño de su ficus benjamina, y su reloj siguen latiendo en la sala, junto a uno de sus óleos que decoran la pared, y se ha convertido en la estancia favorita del obligado confinamiento.
    Como cada día el reflejo de la luz entraba por el ventanal del fondo e iluminaba la estancia de paredes agrisadas vestidas de cuadros, y aunque era amplia, no lo suficiente para albergar tanto mobiliario y que quedase despejada. Tal circunstancia sería un milagro porque tenía la habilidad de coleccionar objetos, cuadros, libros, mesas, relojes, etc.
    Los óleos eran su debilidad, algunos de grandes dimensiones para una sala de estar doméstica, y nunca se cansaba de recrearse en ellos, sus pinceladas eran las pisadas que la introducían en los paisajes, de las figuras humanas casi olía su aliento, en los bodegones cobraban vida los objetos… todos eran ventanas que traspasaban su mirada.
    El descanso de la guerrera era su butaca frente al cristal, que ampliaba la vista hasta el monte sin edificios entre medias; el ventanal, la terraza, el patio y afuera la calle y enfrente nada, la acera sin casas, solo las hojas de la acacia silbando al viento.
    Pepa se zambullía a lo largo de un sofá, frente a la mesa bajera que situada en medio centrada, resaltaba con orgullo la plancha de mármol plagada de fósiles incrustados, y algunos ammonites y geodas encima, todo ello producto de incursiones de años a los anticuarios, de espaldas la librería de vitrinas. En la otra zona de comedor la mesa alta atestada, que por más que intentase ponerla en orden sin cosas encima, pues era imposible, se había apoderado de ella el portátil, la agenda, el cenicero de cristal de roca repleto de lápices y bolígrafos, las carpetas de sus actividades, rodeada de las cuatro sillas tapizadas en gris como las cortinas, un secreter, otro baúl grande lacado chino y una estantería abierta de baldas…

    Miguela había elegido cómo y dónde empezar una nueva etapa de su vida, cada día se sentía afortunada rodeada de objetos que eran en parte de la historia de su vida pasada y parte de la que fuera de sus padres. De vez en cuando los muebles y los cuadros pedían que los cambiase de lugar, de modo que cuando entraba por la mañana al salón se recreaba estudiando el efecto del último cambio y muchas veces seguía sorprendiéndose.
    Muy lejos quedaron los años de tiranía de un marido que no permitía cambios del mobiliario ni de nada, se sentía feliz en su refugio combinado todo a su aire, aunque de vez en cuando tuviera que sacrificar algo para ser reemplazado.
    Consciente de la jaula dorada hecha a su medida, vivía protegida y se sentía afortunada dentro del infortunio general que estaba azotando en tantos países a tantas personas. No tenía derecho a quejarse, y sin embargo empezaba a cuestionarse si tanto confort no le estaba limitando sus inquietudes de vivir experiencias nuevas.
    Como era su costumbre tras el café de la mañana hasta la hora de hacer la comida al filo del mediodía, se ponía a escribir en el ordenador. No la inquietaba sentarse con la mente en blanco, casi siempre afloraban sentimientos en formas de poesías, que extrañamente se iban encadenando con sus sempiternas obsesiones del paso del tiempo, de la muerte, del sentido último de su existencia, y otras cosas por el estilo. Intentaba que fueran originales o al menos que se pudieran leer y no morir de aburrimiento, siempre que se dejaba llevar sin ideas preconcebidas, ya que si no eran de gran calidad literaria al menos eran un magnífico antídoto para la tristeza. También tenía que hacer hueco a leer los emails antes de hacer los deberes de las clases de flauta travesera, que la llevaban mucho tiempo y esfuerzo.
    No dejaba de cuestionarse su propia existencia y la inseguridad de la repercusión de la pandemia en el futuro, ya nada sería igual, a lo mejor ella también tendría que recapitular su propia existencia y cumplir con sus viejos deseos… no los de cambiar el mundo y la paz universal ni esas bobadas de hippy trasnochada, sino de seguir activa como mujer en todas sus facetas sexuales, intelectuales y sobretodo viajeras. Ese viaje aplazado a las islas Feroe con su amigo Franchés que cayó en el olvido, en parte por la expectativa poco halagüeña de adaptarse a su dieta de carne y grasa de ballena, y cordero fermentado, lo único salvable era el bacalao seco, cobraba ahora sentido.
    Leyendo su correo electrónico se le ocurrió escribir un email a su viejo amigo. Le confiesa su estado emocional ante el confinamiento, se replantea su vida sin grades expectativas por ser el futuro cambiante e imprevisible.
    “Hola Franches,
    Te extrañará tener noticias mías después de tanto tiempo, sepas que a mí todos estos años se me han pasado volando.
    Me pasa que hoy con esta situación de soledad y aislamiento, mi cabeza da vueltas y me pregunto si no hubiera sido mejor seguir compartiendo piso contigo, quizá es muy egoísta por mi parte justo ahora querer buscar compañía y calor humano, tus friegas con tus manos calentitas como ascuas me hacían entrar en calor los sempiternos pies helados y no sabes cómo me reconfortaban y fíjate que tontería que es por este detalle que me he acordado de ti, porque estos días me vendría de perlas esos masajitos, tengo una sensación de escalofrío que no entro en calor ni con las infusiones, y pongo el termostato a 21 grados y como si nada. Estoy vagando en un mar de incertidumbres, que me hace cuestionarme todo, si mi decisión de abandonarte y empezar en un lugar nuevo a tratar de estudiar música y cultivar tomates ecológicos, fue acertada. Esta situación tan caótica me hace pensar que todo pende de un hilo, que no merece la pena hacer planes de futuro, que nada ni nadie está seguro.
    Qué es de tu vida, ¿sigues pintando y viviendo en el mismo apartamento?, me pregunto si ahora lo compartes con alguien y de ser así, si también os habéis enrollado.
    En realidad tengo muy claro que cuando todo pase, volveré a la normalidad y gozaré de estar a mi aire en mi espacio como siempre sola, como la canción de Jaques Brel no je ne suis jamais sole avec ma salitude… Eso sí ahora me he acordado de ti y deseo que este confinamiento que también ha llegado a las Hurdes como a todos lados, lo superes y podamos celebrarlo quizá organizando un encuentro para recordar viejos tiempos, y ojalá que pueda ser pronto.
    Un gran achuchón y un besazo cibernético, tu fiel excompi y amante amiga Miguela
    P.D. En caso afirmativo, cuando todo pase podríamos quedar a medio camino, elige tú el sitio, aunque conociéndote me llevarás a alguna hospedería monástica. Ah y si no estás emparejado ¿podríamos volver a considerar los planes de avistamiento de frailecillos en las islas Feroe en caso de que siga siendo tu gran pasión?”
    Apenas había transcurrido una hora, cuando recibió contestación de Franches:
    “¡Las Hurdes y yo también rExistimos!
    Ok al reEncuentro tan inesperado, por los viejos tiempos. Del resto ya hablaremos, Tuyo siempre Franches
    P.D. Siempre me pillas bajada la guardia, tendré que recargar las pilas”

  17. Silvia he recortado mi relato siguiendo tus directrices, espero jaber logrado cumplir con los objetivos del curso, y que sea de tu agrado.
    Muchas gracias por tanta dedicación y si no fuera por mis compromisos actuales de ensayos los martes y jueves seguiría enganchada a tus convocatorias que tanto entretenimiento y conocimiento me aportan.
    En alguna otra ocasión volveremos a reconectarnos, así lo espero, en mí has conquistado una adepta entregada.
    Reitero mi mas sentido agradecimiento.

  18. Carmen B.

    DIA 17

    Me impresiona esta estancia rectangular. Un gran ventanal la recorre de un extremo al otro.
    Cuando entro en ella, dejo la vivienda atrás y salgo al mundo. Es luminosa y mi vista
    aterriza desde lo alto en el puerto, el mar y más allá, en las islas. En uno de sus extremos,
    un sofá se mimetiza con el color claro de la pared ocupándola de lado a lado. En el sofá
    varios cojines se amontonan sobre uno de sus brazos y una fina manta está doblada en el
    otro. Frente al ventanal, varias puertas avanzan alargadas y transparentes formando
    frontera con el interior. Sólo un estrecho tramo de pared las separa sirviendo de apoyo a
    una estantería de hierro. Sobre sus baldas algunos libros, trofeos deportivos, una radio,
    varias velas y un flexo metálico en lo alto. El centro lo ocupa una mesa redonda de cristal
    con cuatro sillas y sobre ella un tablero de parchís dispuesto para el juego, faltan las fichas
    azules. En el otro extremo una bicicleta estática apunta al mar. Quizá si me subo en ella
    podría salir volando.
    Abro las ventanas para ventilar la casa. Asomo la cabeza y respiro profundo. Siento el batir
    del aire en la cara y en el pelo recién mojado. La vida al otro lado del cristal son las
    alborotadas gaviotas que no dejan de chillar. Allí están los tejados y balcones avanzando en
    cascada hasta el puerto pesquero, hasta sus naves, hasta sus grúas y astilleros, hasta sus
    barcos. Después el mar. Hoy no veo las islas, están ocultas tras la niebla. El mar parece
    más infinito que nunca.
    Me acerco a la cocina buscando una taza de café bien caliente. Echo de menos el ritual
    diario del periódico en la barra del bar, pero agradezco no tener que esperar por los
    camareros que siempre están tan ocupados. Regreso a la galería con el iPad. Aparto
    ligeramente el tablero de juego y me siento dispuesta a contestar el último mensaje de ayer.
    Cuántos años sin saber de ella, tendré que hacer un verdadero esfuerzo para ponerla al día,
    o quizá no tanto. Le contestaré a su Instagram, pero algo breve y le daré mi número de
    teléfono. Vuelvo a mirar su foto de perfil y releo su mensaje por cuarta vez. Respiro hondo,
    le doy un sorbo al café y comienzo a escribir, -“Menuda sorpresa Isabel, cuantísimo tiempo.
    Cómo me alegra volver a saber de ti. Por aquí también estamos todos bien, los hospitales
    no están tan colapsados como ahí, parece que en Galicia han tomado las medidas a
    tiempo, pero ya veremos qué pasa, todavía hay que esperar, esto es increíble. Oye, qué te
    parece si nos llamamos hoy después de los aplausos, sobre las ocho y cuarto?. Te iría
    bien?. Ya me dices. Te paso mi número.”
    Le doy a enviar. Ayer me ha costado dormir. La posibilidad de contactar nuevamente con
    mi amiga después de casi treinta años me ha mantenido inquieta parte de la noche. Nos
    conocimos haciendo el Máster, en el último año que pasé en Madrid. Recuerdo
    especialmente el último mes, lo habíamos dedicado a preparar el proyecto final, hacía
    mucho calor y los días eran especialmente largos y soleados. Junio había transcurrido
    entre batidos de fresa, cientos de folios escritos, baños en la piscina comunitaria y noches
    en las terrazas madrileñas. De todos los años que he estudiado fuera, sin duda ese es mi
    favorito.

    Vuelvo a consultar el reloj de la cocina. Espero que el bizcocho de naranja quede rico. He
    tenido toda la tarde para hacerlo y ya ha pasado la hora de la merienda. Lo desayunaremos
    mañana. Me he entretenido ordenando los armarios y ahora voy con el tiempo justo. Estos
    días, las horas, los minutos no parecen ser los mismos. Suena la alarma del horno. Faltan
    unos minutos para los aplausos en los balcones. Me sirvo una copa de vino y paso por mi
    dormitorio para ponerme una chaqueta. Cuando abro el ventanal de la galería, la ovación ya
    ha comenzado. Parece que los vecinos no van a terminar de aplaudir nunca.
    – Puntuales, eh, Isabel? Como siempre!
    – Si, las buenas costumbres no las hemos perdido.
    – Entonces que, cuéntame, mucho lío en Madrid?
    – Si, esto es un caos Marta, a nosotros afortunadamente no nos ha tocado, pero una
    tía de Alfonso está bastante mal, lleva ya una semana y por lo que me cuenta, están
    bastante preocupados.
    – Vaya, lo siento, esto es terrible, sobre todo para los mayores, son los más afectados.
    Es verdad, Alfonso, o sea que al final has seguido con él, ya me acuerdo. Tenéis
    niños?
    – Si, dos niñas, nos casamos al año siguiente del Máster, pero ahora ya no estamos
    juntos. Nos hemos divorciado, hace dos meses.
    – Vaya.
    – Si, ahora estoy un poco mejor, pero está siendo muy duro. Ha sido él, sabes?. Me lo
    dijo antes de Navidades. Que iba a esperar por las niñas. Yo creía que se le pasaría,
    que era un arrebato de los suyos, pero esta vez no, al pasar las fiestas se fue de
    casa.
    – Y las niñas?
    – Las niñas conmigo. No me ha puesto problemas con eso, bueno, con nada la
    verdad. El único problema es que nos ha dejado y sin darme muchas explicaciones.
    Que necesitaba vivir solo, que necesitaba pasar página, cambiar de etapa, que le
    faltaba el aire. Te acuerdas como era, no? Nunca ha sido muy comunicativo.
    – Bueno, tengo pocos recuerdos de él, sólo de cuando venía a buscarte y alguna vez
    que se había animado a tomar algo con todos nosotros, siempre me pareció muy
    simpático. Y en la cena aquella, la que habíamos hecho antes de las vacaciones,
    también estaba, te acuerdas?. Qué bien lo habíamos pasado! Yo creo que fué la
    última vez que tu y yo estuvimos juntas.
    – Si, yo intenté localizarte varias veces pero no hubo manera. Menos mal que has
    aparecido por fin en las redes Marta.
    – Ya, es que no me va mucho. Pero mi hijo ha insistido tanto con Instagram, que al
    final me ha convencido. Ahora estoy encantada.
    – Eso, y tú qué?. Como te ha ido? Tenías un novio gallego, no?
    – Buena memoria! Sí, Andrés. Sigo con él. Tenemos un niño, bueno un chico, dieciséis
    ya!
    – Anda, pues tu hijo tiene un año más que la pequeña mía, la mayor tiene diecinueve,
    ya universitaria. La pequeña es la que más me preocupa, sabes?. No quiere hablar
    de su padre, con lo unida que estaba a él y ahora ni lo nombra. Alfonso aún no ha
    tenido una conversación con ellas. La verdad es que a mi tampoco me ha dado

    muchas explicaciones. A veces pienso que si esta cuarentena nos hubiese pillado
    juntos, con tiempo por delante, quizá podíamos haberlo arreglado.
    Durante algo más de media hora no hemos parado de hablar. Nos hemos prometido vernos
    en Madrid en cuanto todo vuelva a la normalidad y nos dejen viajar. No dejo de pensar en lo
    que ha dicho Isabel, en el tiempo de cuarentena juntos que ella reclamaba como una
    oportunidad para haber evitado su divorcio. Pienso en nosotros, en Andrés, en mi, en las
    últimas conversaciones. Pienso en el verano que vino después de aquel año en Madrid,
    cuando regresé a Galicia. En el mar batiendo en la orilla con un azul brillante y en la arena
    caliente bajo los pies enterrados. En Andrés agitando los brazos desde el agua y yo que no
    podía dejar de mirarle como una boba. Recuerdo la sensación de ser feliz. Lo hemos sido
    durante muchos días de aquel verano y durante muchos días de los inviernos que vinieron
    después. Ahora también tenemos conversaciones pendientes, de las que borran la sonrisa y
    apartan la mirada, de las que se repiten sin concluir y que sólo acumulan reproches. Eso sí,
    a nosotros la cuarentena nos ha sorprendido todavía juntos.
    Me acerco a la estantería y cojo mi libreta. Dieciséis días y veinticuatro hojas escritas, con
    algunas recetas de cocina incluidas. Pero hoy no voy a anotar la del bizcocho, quiero
    escribir sobre la sensación que tengo y con la que no acabo de sentirme cómoda. No sé por
    dónde empezar. Este diario sobre el confinamiento empieza a parecerme una mala idea.
    Hoy va a ser complicado, me voy a enredar, no voy a saber cómo escribir todo esto. Podría
    escribirlo como un relato. Con Isabel y Alfonso de protagonistas. También llevaban muchos
    años. La historia, la nuestra.Y con dos escenarios, el pasado y el presente. Sólo una
    pincelada de cada, sin más, sólo para que quede escrito. Bueno arranco que sino me dan
    las uvas. Vale, empiezo en el pasado, visual, una imagen, la parte feliz, la de aquel verano.
    El verano es genial, el mar, que buen rollo da siempre. Que ganas de que llegue otra vez,
    tumbarme al sol, bañarme, ir al chiringuito. Bueno, venga. Y después el presente, lo que
    hay, la larga convivencia, el desgaste, los problemas sin resolver. Debería hablar con
    Andrés, podríamos arreglar las cosas estos días, no estaría mal. Tengo que ver cómo.
    Bueno, tengo que escribir ya. El final lo voy a dejar abierto, con opciones, con salida. Si
    mejor, ahora no puedo pensar en esto. Suficiente con los telediarios, qué locura. Venga,
    arranco.
    Aún me queda vino en la copa. Las páginas de hoy están llenas de tachones, pero así se
    quedan. Me levanto par abrir la ventana. El aire fresco me acompaña nuevamente a la
    mesa. Me relaja mirar la multitud de islas luminosas y las familiares sombras de los edificios.
    Busco las señales verdes y rojas de los faros. Miro las nubes grandes y alargadas.
    Comienza a llover. La oscuridad amenaza con tragárselo todo. Voy a esperar un poco antes
    de irme a dormir. Va a ser otra noche larga.

  19. Están muy bien unidos todos los ejercicios. Hay un texto compacto, centrado en la actitud de la protagonista ante la vida. Lo que tiene delante de la ventana es la vida entera porque le provoca enfrentarse a una decisión, la que sea, pero alguna que le obligue a salir del comienzo del texto, la descripción del orden sin vida de la casa. Está muy bien el hecho de que la noticia de la separación de la amiga del pasado la remueva y que el diario se convierta en un espacio de tachones.
    Habría que trabajar el diálogo porque sobra muchas entradas. Hay que ir siempre directos al grano. También hay que mejorar la voz narrativa. Ella está pensando y el lenguaje tiene que representar mejor el pensamiento. Pero el texto está muy bien estructurado y crea una buena experiencia, la de tener la vida delante de la ventana, precisamente por la cuarentena.

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