EL FUTURO DE LA NOVELA

Parece que está de moda hablar del futuro de la novela. Muchos piensan que estamos en un momento ecléctico donde cabe todo, tanto formas del pasado como formas marcadas por las nuevas tecnologías. En este escenario se me aparece Ortega, que en 1914 hablaba de la decadencia de la novela. Según él los temas estaban prácticamente agotados y era la forma la que mantenía la existencia de la novela. Ortega se refería a la necesidad de novedad que exige y veía un gran desarrollo formal en el paso de una pura narración a una manera directa de mostrar las cosas.

Pero estas ideas sobre la forma no significaban perder de vista la esencia de la novela: un género especial, diferente a la épica, al drama o a la lírica en la que un personaje quiere ser él mismo en un mundo donde no puede serlo. De manera que el protagonista, lejos de ser un escogido por los dioses, un aventurero que recorre el mundo como si fuera parte de él, es una figura sacada de la calle que no se contenta con la realidad, que opone resistencia a lo habitual. Por eso la novela siempre ha ofrecido la posibilidad de entrar a ver la realidad desde un punto de vista crítico. ¿Qué hay en ella que no deja que los personajes que la componen sean ellos mismos? También esto explica la emoción al acompañar a un héroe que lucha por su libertad en un mundo que se empeña en encerrarlo. ¿Qué tiene que ver este concepto de novela con eso que llaman novela ahora mismo? Nada. Por eso yo prefiero hablar de narrativa cuando hablamos de libros en los que el o los personajes se encuentran en otro tipo de situación. ¿Qué tiene que ver un personaje de Paul Auster, resignado a seguir las leyes de la casualidad con un héroe de novela? ¿O un personaje de De Lillo abandonado a sí mismo, totalmente abatido por el mundo circundante? De alguna manera, la narrativa postmoderna ya no actualiza la lucha de un héroe por ser él mismo, simplemente narra, como se hacía en la épica, hechos consumados, un pasado ya cumplido, aunque esté escrito en presente. El héroe no es un elegido por los dioses en aventura por el mundo, el héroe es un antihéroe, es un ser infrahumanizado en manos de fuerzas que lo mueven de un lado a otro como si fuera un muñeco. En ese sentido, en el de narrar y no actualizar, es más correcto llamarlo narrativa y no novela, que funciona de otra manera.

Este puede ser un buen escenario para hablar del futuro de la novela. ¿Siguen los hombres y mujeres luchando por ser ellos mismos en un mundo obturado? Creo que más que nunca. Tendrá que haber nuevos narradores, nuevas formas de crear tiempo y espacio que se ajusten a un héroe diferente, mucho más radical, a mi forma de ver, por haber ganado en autonomía, pero si la novela tiene que morir, que no sea para volver a la narrativa.

Pabellón de cáncer de Alexander Solschenizyn, por ejemplo, es una novela tardía. El escenario resulta chocante porque no estamos acostumbrados a una gran novela después de la segunda guerra mundial. Y aquí se presenta un héroe, un enfermo exiliado a posteridad desde tan joven que ya no recuerda cómo es el mundo. Es la enfermedad la que le permite ir a ese hospital donde aparecen otros personajes también de alguna manera rotos en su identidad y doctores vivos y sensibles a la realidad humana. También allí conoce a su opuesto, un hombre que ha llegado a lo más alto acogiéndose a las posibilidades mezquinas que permitía el régimen autoritario bajo la tranquilidad de la ideología. El héroe, prisionero, es libre, mientras que el el alto funcionario no puede vivir más que su miedo.

Otra de las características de la novela para Ortega es su forma morosa de ser. El lector necesita que el narrador se pare en los personajes y de vueltas alrededor. El lector no piensa en el final, lo importante no es el argumento. La lectura de una novela como Pabellón de cáncer puede llevar un par de meses, depende del tiempo que se tenga, pero lo que es seguro es que al lector le gustaría que durase algo más, le gustaría pasar más tiempo como ese personaje que todavía tiene por delante infinitos encuentros con el mundo, independientemente del número de días que le queden de vida. El héroe de la novela vive significativamente, en continuo cambio, en posibilidad. El lector también cambia mientras lee, también entra en el mundo de la posibilidad. El choque entre ese demorar novelístico y nuestro tiempo sintético actual es tan fuerte que leer una novela ahora mismo supone una experiencia más activa si cabe, la sensación de entrar en un mundo más real que el nuestro.

Pabellón de cáncer merece un capítulo aparte, aquí se trataba de sacar el tema del presente y futuro de la novela, pero qué mejor que leer una antes de pensar en cómo va a cambiar. De hecho creo que no tiene sentido hablar del futuro de la novela, sí del presente como una realidad sin mostrar.

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