“Trilogía” de Jon Fosse, un libro que solo se puede leer

Todos los que hemos leído Trilogía de Jon Fosse nos hemos quedado literalmente sin palabras. No se puede explicar, o describir, solo se puede leer.

Aún así, haré el esfuerzo de entender cómo es capaz de llevar al lector hasta ese estado emocional tan parecido a escuchar música, hasta ese estado de la lectura en el que da igual lo que diga el texto, lo importante es que estás yendo por un camino que nunca has tomado y que estás sintiendo algo que nunca has sentido.

En dos páginas, Trilogía ya ha descolocado al lector, ya le ha quitado todas sus herramientas y lo ha dejado leyendo como la primera vez que leyó algo. ¿Cómo lo consigue?

La conciencia de un adolescente que no tiene nada es diferente a la conciencia de un viejo aprovechado o a la de una madre que en sus hijas solo ve el abandono de su marido.

Y ese es uno de los grandes recursos de Fosse: distinguir cada conciencia. Con una forma de caminar, con un temblor, un silencio, el recuerdo en un bolsillo o un sueño entramos en una conciencia.

Entrar en una conciencia es imposible en nuestra vida real, así que la posibilidad de hacerlo, desde mi punto de vista como lectora, es uno de los grandes atractivos de la literatura. Construir bien un personaje significa poder ver a alguien como los que nos encontramos en la calle, sin dudar de que es alguien de verdad, pero otra cosa es construir una conciencia, porque las palabras con las que habla o piensa el personaje nos llevan a lo más profundo de su personalidad.

¿Y qué palabras usa Fosse para crear esto? Mínimas, apenas frases de tres palabras que usamos todos los días, pero, lo que sabe hacer Fosse es colocarlas en su sitio, obligándonos a ver el contexto en el que aparecen. Esas palabras proceden de la situación que vive el personaje y salen de la personalidad que lo configura en ese momento.

Quizás en un mundo como el actual no tenemos tiempo para llegar a las conciencias, es más, intentamos poner etiquetas que resuman a las personas y sus palabras colocarlas en la ideología, raza o nacionalidad que le corresponda. Por eso, de repente leer a Fosse es recordar que nuestros actos o nuestras palabras vienen de nuestros miedos, esperanzas, desesperanzas y otros sentimientos que no podemos nombrar porque las afecciones están recogidas de forma muy general. Faltan millones de palabras que se correspondan con lo que sentimos y ahí es donde tiene hueco la literatura. Como no hay palabra, te tengo que contar la historia para que sientas lo mismo que el personaje. Así que el personaje siente y tú sientes al entrar en el personaje y ninguno sabemos poner nombre a lo que sentimos, pero sí podemos dar espacio en nuestra conciencia a ese nuevo sentimiento.

Supongo que este “negocio”, como dirían los brasileños no es rentable, porque hoy en día los autores buscan historias que hayan vivido, buscan mezclar lo que ven con lo que viven, siempre para transmitir algo que ya conocemos en una especie de deseo de compartir nuestro malestar o de encontrar alguna razón a lo que nos pasa. Fosse no traza ese camino directo, lo que escribe no es “negocio” porque no se puede resumir, ni trasladar en una frase, pero, amigo, es un viaje donde no te vas a reconocer, un viaje en el que te vas a meter en la conciencia de gente que no tiene nada que ver contigo. Y eso te lleva a lo más humano y a reconocer que todavía no lo has vivido todo, que hay espacios vitales por descubrir.

Este libro es un choque contra el intento actual de sintetizar el mundo porque se puede ver claramente como las conciencias se van formando en su relación con otras conciencias y es muy difícil poner etiquetas a redes tan complejas.

“Trilogía” de Jon Fosse

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